La expresión de mi jefa se alteró. Me miró y sentenció:—Ale, no puedo permitir esto aquí. No puedo tener este tipo de situaciones en el lugar de trabajo. Vamos a tener que prescindir de tus servicios.Esas palabras cayeron como un balde de agua sobre mí. La humillación fue un poco agobiante, qué le costaba a mi jefa decírmelo en privado. Todas esas miradas de mujeres señalándome, atacándome como si fuera lo peor, no iba a agachar la cabeza. Vanessa aprovechó su momento para hundirme más.—¿Ves? —dijo, con una sonrisa que solo yo podía entender—. No deberían tener aquí a una zorra quita maridos; capaz que hasta le quita el suyo a alguien. A sus compañeras, o a las clientas. Recuerden que los hombres persiguen lo fácil y mi hermanita es como las baratijas. Algunas clientas se quejaron indignadas, murmurando con desprecio, esas señoras que se creen santas. Esas palabras fueron la estocada final. Empezó a fingir lágrimas, fingía ser la víctima, como si el dolor la estuviera consumien
—Ale… —susurró, pasando el pulgar por mi mejilla, con una mirada que reflejaba tanto preocupación como enojo—. ¿Estás bien?Miré hacia el suelo y luego a él. Noté sus ojos, enrojecidos, enfocados en mí y luego en Vanessa. Se puso de pie y miró a las mujeres alrededor, las que aún susurraban y señalaban, su expresión se endureció.—¿De verdad no les da vergüenza? —exclamó molesto—. ¿Atacar a otra mujer de esta manera? ¿Juzgarla y humillarla sin saber absolutamente nada? Que bueno se ve el sucio en ojo ajeno, ¿verdad?Las mujeres se removieron incómodas, algunas apartaron la vista, mientras otras fruncían el ceño. Sus miradas se desviaron lentamente, avergonzadas y uno a uno se fueron retirando, dejando a Vanessa y a Alan frente a frente.—No puedo creer lo lejos que has llegado. Vete, esto se acabó. Hubiera querido saltarme la parte donde te lastimé, pero no se pudo. Ya fue suficiente, deja de actuar como una loca. Me enamoré de Alexia y no puedo ni quiero cambiarlo. Por más alto que g
Regresó con una bolsa de hielo envuelta en un paño y la colocó suavemente sobre mi ceja. Un escalofrío recorrió mi piel al contacto, pero el alivio fue inmediato.—Gracias —susurré, recostándome contra las almohadas.Él se sentó a mi lado, observándome con atención. Sus dedos se deslizaron por mi cabello apartándolo de mi rostro con delicadeza.—Lo siento tanto… —murmuró, pude ver la sombra de la culpa en sus ojos.—No pasa nada Mr Sexy —respondí, cerrando los ojos por un momento, dejándome envolver por la sensación de seguridad que su presencia me daba—. Estamos juntos, lo demás ya no importa. No dijo nada más, pero su mano permaneció sobre la mía, él era la seguridad que necesitaba en ese momento, el hecho de ser una hija de puta no quería decir que no me afectaría la situación. El dolor en mi cabeza comenzaba a ceder, una extraña paz me envolvió. A pesar de todo lo que había sucedido, estábamos juntos y eso era suficiente para empezar de nuevo.Tal vez era la peor mujer del mun
Josh me saludó con su típica sonrisa, esa que parecía hacerme olvidar por un instante lo complicado que era todo. —Turquesa, tan rápido olvidaste la promesa de no volver a beber —dijo con tono burlón, mientras limpiaba un vaso tras la barra. Solté una risita y rodé los ojos. Siempre sabía como sacarme una sonrisa incluso en los momentos más difíciles. —Esta vez vengo por algo tranquilo, sin licor. —¿Seguro? —me lanzó una mirada juguetona mientras se inclinaba más cerca—. No creo que eso sea lo tuyo, pero vamos a intentarlo. Le sonreí, agradeciendo su sentido del humor. Lo vi preparar un cóctel de frutos rojos con la dedicación que siempre ponía en todo. Me sirvió el vaso con un gesto elegante y se quedó frente a mí, apoyado sobre la barra, esperando que hablara. Le conté todo: los últimos acontecimientos, la decisión de Alan y mía de irnos a España, el caos que había dejado atrás y la esperanza que comenzaba a asomarse en el horizonte. Josh escuchó en silencio, asintiendo de vez
EL MARIDO DE MI HERMANA.Capítulo final. Cuando aterrizamos y salimos del aeropuerto el aire fresco de Valencia se sintió en mi piel. Alan me ofreció su abrigo, pero lo rechacé con una sonrisa; necesitaba sentir todo, incluso el frío, como un recordatorio de lo lejos que habíamos llegado juntos. Alan sostenía mi mano mientras buscábamos un taxi que nos llevaría al barrio de Patraix, donde vivía su tía Margaret. Mi mente no paraba de dar vueltas, repasando una y otra vez cómo sería el recibimiento. ¿Me aceptaría? ¿Qué pensaría de mí? Estaba muy nerviosa, no sabía qué reacción tendría ella conmigo. Alan notó lo tensa que estaba. Me abrazó mientras retiraba algunos mechones de cabello de mi rostro. —Nerviosa —no era una pregunta, lo afirmó. Solté una risita. —Mucho. Sabes que eso de ser la villana se me da muy bien. Dejó un beso en mi nariz. —Sirena, puedo asegurarte que mi tía va a amarte. Ella no es de las que va lanzando condenas. Aspiré muy despacio tratando de controlar mis
Margaret apareció con una bandeja repleta de tazas de café y un plato de pastas caseras. El aroma del café se mezclaba con el de la cocina, un olor que tenía algo de maternal, de hogar. Me miró directamente al dejar la bandeja en la mesa.—Guapa, aquí no te va a faltar nada, ¿me oyes? —aseguró—. Ahora eres parte de esta familia. En esta casa no hay espacio para juicios ni reproches. Aquí solo se empieza de nuevo.Mis ojos se llenaron de lágrimas, aspiré muy despacio. Eran lágrimas de alivio, de gratitud, como si me hubieran quitado un peso invisible. Alan notó mi reacción y tomó mi mano bajo la mesa. Su apretón era suave, casi reconfortante, como si quisiera recordarme que estaba conmigo, pasara lo que pasara.—Gracias, tía —dijo él, con una sonrisa llena de cariño—. Sabía que podía contar contigo.Margaret chasqueó la lengua y agitó una mano en el aire, como si todo eso fuera lo más natural del mundo.—Xiquet, vosotros sois mi familia. Y la familia está para apoyarse, ¿no? Además,
Las paredes estaban decoradas con platos de cerámica de colores brillantes y fotografías de la tía de Alan con chefs locales y clientes satisfechos. La iluminación era suave. La barra, exhibía una variedad de vinos locales y licores típicos de la región. La cocina era abierta, permitía a los comensales ver a la tía de Alan y su equipo preparando platos típicos, como paella, fideuà y tapas variadas. El restaurante tenía un ambiente familiar y un trato cercano, donde los clientes eran más que simples comensales; eran amigos que regresaban por el buen sabor de la comida y la calidez del servicio.Desde afuera ya podía percibirse un aroma delicioso que mezclaba especias y hierbas frescas.—¿Este es su restaurante? —pregunté con asombro.—Mi tía lo abrió hace años, cuando volvió a Valencia después de trabajar como cocinera en otros lugares de España. Es su orgullo. Aquí aprendí todo lo que sé. Al entrar, el lugar era tan acogedor como su dueña. Había una pizarra en una esquina que anu
☆••••★••••☆••••★••••☆••••★••••☆••••★Cinco meses después. Las primeras semanas fueron un poco difíciles mientras me adaptaba al nuevo entorno. Pero el apoyo constante de Alan y Margaret lo hacía todo más llevadero. Aunque era un lugar tan desconocido para mí, ellos se encargaron de hacerme sentir en casa. Alan mencionó que Giovanni quería reunirse con él cuanto antes. La sola idea me puso nerviosa. Alan estaba arreglándose frente al espejo cuando me pidió que lo acompañara.—¿Estás seguro de que es buena idea? —pregunté con un nudo en la garganta.Él frunció el ceño, ajustando el reloj en su muñeca.—¿Por qué no lo sería?Suspiré, no pude quedarme callada.—Alan, él me conoció como tu cuñada. ¿Qué va a pensar ahora si me presentas como tu esposa? No quiero causarte problemas ni que esto pueda dañar tu reputación...Giró hacia mí con esa intensidad en los ojos que siempre lograba desarmarme.—¿De verdad crees que me importa lo que Giovanni piense? Mi vida privada no tiene nada que v