Los pasos de Sofía se camuflaban con el espesor de la grama, pero era sumamente temprano, aún no eran las 06:00 de la mañana y el silencio lograba que hasta una mosca fuese escuchada, por lo que debía tener sumo cuidado.Dudosa, nerviosa, pero también desesperada, la joven mujer divisó la camioneta de color negro, muy parecida a la misma que la dejó allí la noche anterior, detenida en la esquina en la que esperó verla.Exhaló una sola vez y se colocó frente a la puerta del copiloto. Apenas podía ver su propia imagen a través del vidrio, pero no deseaba analizar nada de sus facciones a esa hora. La decisión estaba tomada, no se echaría para atrás y ya estaba preparada para saber qué decir sin que el tema llegara más lejos de lo que podría llegar de un momento a otro.Raymond abrió, dejándola pasar. El silencio del habitáculo les envolvió.Él miró al frente, encendió la camioneta…—No —atajó ella—, ¿qué hace?—¿Irnos de aquí?Ella miró para atrás, luego a todos lados. En la otra esquina
—Desde que comenzamos en el departamento de Inteligencia, aunque Leo y yo ya nos conocíamos en la policía de tránsito.Sofía escuchaba, lo miraba, pero todo su cuerpo se había quedado congelado allí dentro de ese vehículo, como si el frío de afuera hubiese traspasado la carrocería.—Existía una situación delicada en el departamento, nos estaba afectando. Debíamos trabajar para para personas que no queríamos, hacer cosas que no deseábamos, colaborar en casos dudosos, con métodos extraños, y no es fácil renunciar a un empleo así, o conseguir cambio para otra sede. Así que armamos planes para combatir a estas personas que al final eran nuestros jefes. No funcionó. O funcionó, pero solo por muy poco tiempo. A Leonel lo habían bajado de rango cuando te fue a buscar para detenerte. —Se tomó una pausa, al pendiente de las reacciones de Sofía—. Las cosas no siguieron de la mejor manera después de que logramos sacarte del país.—¿Qué sucedió después de eso? ¿Por qué tú sigues siendo detective
El pie desnudo de Elizabeth Cord se movía como un péndulo al compás de su molestia. Leonel la había dejado embarcada una vez más.Vestida de lencería de color rojo, se había quitado los tacones de aguja por el cansancio de esperar a su pareja, o al menos, al hombre con el cual ella había estado saliendo en los últimos tiempos.Era una mujer paciente, pero no le gustaba sentirse tonta ni que se burlaran de su persona. Solía respirar profundo cada vez que el magnate Leonel Vos decidía por de ella, pero este embarque no lo dejaría pasar.Marcó el número de teléfono en definidas ocasiones, ninguna fue contestada ni por él, ni por Frank. Las llamadas caían a buzón con tan solo algunos pocos repiques, lo que significaba que Leonel la estaba rechazando.Sobre la cama, ese hombre solía adorarla de maneras distintas, de formas que ningún caballero antes lo había hecho. Siempre dependía de su humor, a veces de cómo le fuera en el día, si ganó dinero o algún proyecto se concretó. Y no solía ser
El joven entrecerró su mirada hacia el aparato, cambiando de súbito la mueca. Se enderezó lentamente mientras ella hablaba.—Milagrosamente fui yo quien lo vio. No pensé que podría hacerlo, pero logré capturarte con esa chica allí escondida. ¿Cómo se te ocurre meter a una mujer a la garita? ¿Te has vuelto loco? ¿A caso no hay suficientes hoteles en Albany? ¡Qué asco y que poco ético!El joven la miraba con mucha palidez y desconcierto, también molestia y dureza.—¿Al menos aún sigues con ella? —Él no respondió, apenas respiraba—. Mira, para que nos entendamos. Tú me dejas pasar y yo no le diré nada a tu jefe de esto.Se creó un silencio que no duró demasiado.—Vamos, Chris, sé cómo es esto. Tú y yo lo sabemos. ¿Leonel molesto? No querrás verlo. Te va a despedir, pero por sentirse burlado por alguien de su “confianza”, no te dará buenas recomendaciones y eso es poco con lo que podría hacerte. No te irá muy bien al salir de aquí. Mientras tú te portas bien, no vuelves a cometer ese desl
Sofía no se fue. Invirtió su tiempo en investigar todo lo que pudo a través de las redes sociales, Internet o referentes, sobre los dos hombres que parecían ser grandes enemigos. Uno de esos hombres se trataba del padre de su hijo, aquel amante fugaz que tuvo cuando más jovencita y que la abandonó desde un principio. El otro era quien la salvó de aquel, y de una vida miserable también; el mismo que empleaba lo que al parecer estaba a su alcance para alejarla.Ella no era tonta. Se definía como alguien cambiado, una persona con algunas etapas ya quemadas, a pesar de su corta edad. Sofía Sullivan era otra mujer. Ella estaba muy segura que algo muy malo le ocurrió al empresario, las palabras de St. Jhon se lo confirmaron. Pero más segura estaba en que Gael tenía que ver en todo.Después de la conversación que tuvo con el detective, esa mañana salió de casa con nerviosismo. No le gustó ver de nuevo la camioneta negra apostada en una esquina. No sabía si pertenecía a Leonel o a Raymond, pe
La sentaron frente a una mesa dentro de un solárium hermoso, con flores increíblemente bellas, ella nunca las había visto. Había paz, pero solo en el lugar. Sofía por dentro era un mar de muchas cosas a la vez. Nunca ocultaron su cara ni sus ojos, dejaron que lo viera todo. Le habían quitado el impermeable, quedando en suéter manga larga de lana, jean y las botas. No cruzaron palabras con ella en ningún momento. Se dio cuenta —perfecto— donde quedaba la casa de Gael, dónde vivía él junto a su esposa, de quien no sabía absolutamente nada, regañándose a sí misma por no haber investigado un poco más. No importaba, ya estaba allí y se sentía en cierto modo protegida, porque en todo momento los habían seguido, así pudo saberlo ella al mirar para atrás de manera constante. La opulencia era extrema. Para ella era demasiado el lujo que la rodeaba mientras atravesaba pasillos y áreas de altos techos, pisos de mármol, mueblería de la más fina, olores agradables, pero nada de gente, no se topa
—Tienes… Tienes gente que trabaja para ti. ¿Por qué me vas a usar a mí para eso? No tiene sentido. —Sí lo tiene, claro que lo tiene. Puedo mandar ya mismo una cacería para Leonel, no cuesta absolutamente nada ubicarlo. Sé dónde vive, dónde entrena…, pero derramaría mucha sangre, porque el imbécil nunca está solo. Creo que ni siquiera va al jodido baño solo. Eso en parte es mi culpa, lo admito. —Movió sus cejas con fastidio—. Bien puedo usar alguna de las rameras con las que se acuesta. De hecho, podría usar a la que vino a contarme que tú estabas en la ciudad. —Sofía arrugó las cejas, atrapando ese detalle que él acababa de lanzar—. No la utilizo a ella, porque la muy estúpida no lo hará, lo sé. Ahora que estás aquí y el gasta su dinerito en protegerte, es perfecto. Sofía aprendía justo en ese instante que las sonrisas podrían llegar a ser amargas. —Leonel lo hace todo por ti. ¿Qué lindo, verdad? Me parece tan estúpido… Aceptarás, Sofía, porque no tienes de otra. Lo engañarás ponién
Leonel quiso estar solo, pero sabía que Frank tendría que entrar en cualquier momento. Cuando Mark —uno de sus mejores hombres— le avisó lo sucedido, no pudo seguir realizando sus quehaceres, Leonel no pudo concentrarse en nada más. Ya no se topaba solo con el hecho de una Sofía en la ciudad, no aceptando su invitación para irse de viaje. Ahora también se trataba del grave peligro en el que ella se encontraba al irse en ese auto. Además, su cerebro no dejaba de buscar a la persona que pudo haberle contado a Gael que ella y Liam se encontraban allí y no en Europa. Ya que decidió quedarse, él comenzó a abrazar como buena la idea de que Sofía no saliera de la misma zona, ni pernoctara en otras. Hasta le gustó la idea de ella viviendo en casa del Director, después de comprender que la maestra y el señor Mc Donald no tenían ninguna relación amorosa. Demasiado rápida fue la forma en la que Cliff se dio cuenta. Leonel estaba seguro que si Gael decidiera de la nada volver a vigilarlo, se ent