Guerra declarada.

Narrador.

Ignacia al ver a su esposo tan endemoniado quería hacer que se detuviera, pero la voz no salió de su garganta, ya que su cuerpo disfrutaba de acogerlo y después de unas cuantas embestidas sintió cómo era levantada en el aire y de cómo una áspera mano aprovechó que nada se interponía para palmear fuerte su delicado trasero dejándolo sumamente enrojecido.

—¡Contrólate Matías eso arde! — se quejó, creyendo que él se detendría, pero, por el contrario, esa protesta lo animó, y se sonrió lascivo, propinándole otra nalgada mucho más fuerte.

—¿Te aprovechas?— cuestionó y un fuerte gruñido de parte de él la hizo guardar silencio.

No estaban recostados, ni afianzados a nada, solo Matías de pie, manejando el cuerpo de su esposa a su antojo, entrando y saliendo de ella con unos movimientos bravíos. Instándole a aferrarse de su cabello mientras él arremetía contra su trasero una y otra vez, causándole que el dolor se mezclara con el placer, sin detenerse a preguntarle si a ella le es
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