SOPHIE había rechazado la proposición de matrimonio desde que Dante la planteo. Toda acción, tenía sus pros y sus contras, ella había hecho lo que debía. ¿Estaba siendo egoísta? ¿No estaba tomando en consideración la realidad, que un niño siempre estaría mejor con un padre y una madre? Formaba parte de las dudas de Sophie . . . No, pensó. ¿Cómo iba a casarse con un hombre en el que no confiaba? Además, aparte de los problemas de confianza, una familia solo funcionaba si había amor entre los dos progenitores, no solo ese deseo que ambos compartían y por el que ella sentía inquietud. Dante no la quería y jamás había fingido que así fuera. El, se sentía responsable de ella y del niño que habían engendrado, estaba admirablemente dispuesto a cumplir con su obligación, la obligación y el amor eran dos cosas muy diferentes. Con el paso del tiempo, el sentido del deber podría resquebrajarse y la amargura llegaría, por encontrase atado a una mujer. En las tres semanas que habían pasado
Sophie guardó silencio. Cada encuentro con Dante se le hacía pesado, cada vez era insoportable la situación. Dante cansado él tiró la servilleta sobre el plato. Tenía que saber la verdad, pero ella se negaba a responder. –¿Cómo vamos a solucionar todo no eres capaz de ser sincera conmigo? –le espetó, levantándose de la silla. Sophie se llevó los dedos a la frente. El contante hostigamiento de él la agitaba, las dudas la embargaban a veces y tenía que frenar su inquietud por terminar todo; pero tal vez debía contarle la verdad. Al fin y al cabo, Donato había muerto y ella estaba esperando un hijo de Dante. Pero no era capaz. –Muy bien, me voy por unos días, por ahora debo hacer algo –dijo él, airado. –¿Dónde vas? Pero Dante no respondió. Las oficinas de los abogados de las empresas, solo estaba a veinte minutos de allí. Asi que se marchó . . Llamó al timbre, pero no hubo respuesta, insistió varias veces hasta que por fin salió la asistente de Richard La asistente abrió la p
Pasaron los días Sophie y el embarazo seguía su curso; las náuseas y los vómitos habían disminuido un poco. Dante quería conversar con ella, antes de su viaje, así que le toco que pasar por la mansión de los Watt mientras subía las escaleras ella tenía la impresión que las escaleras resonaba con la tensión palpable de Sophie. Cuando llegó toco la puerta y escuchó la vos de él . . . –Pase . . . Dante se encontraba en el escritorio de la biblioteca, un refugio de libros antiguos y secretos familiares, pues habían fotos en varios estantes. La tensión reinante estaba a punto de desatar una tormenta emocional, ella debe controlarse . –Hola, bueno aquí estoy, que es lo que tienes que decirme . . . –Interrogo Sophie con cierta molestia reflejada en su rostro –He encontrado algo en los papeles de nuestro padre y le enseña la carta que ella le había escrito a su padre años atrás cuando ella había descubierto que Dante era su hermano . . . –Me puedes aclarar una duda? –Esas cosas son d
EL piloto había logrado evitar la tormenta y en Roma había un sol resplandeciente cuando bajó del coche –¡Dante! –lo llamó uno de los fotógrafos que esperaban al otro lado de la calle–. ¿Dónde está la viuda Hamilton? ¡Es cierto que hay algo entre ustedes! –¿Quién te ha hecho eso en la cara?. Aún tenía un pequeño color rojo donde su hermana lo había golpeado. Dante los fulminó con la mirada y los reporteros dejaron de preguntar, amedrentados por su expresión. Apuro el paso para entrar a la casa de su madre que estaba envuelta en un silencio tenso cuando Dante llego, al entrar al salón la elegante matriarca de la familia, miraba y leía una revista con gran disgusto. Ella, sumida en sus pensamientos, apenas notó su presencia hasta que el habló con voz fría. –Hola mama, ¡Cómo estas, y tu viaje! Ella levantó la mirada y con gran disgusto exclamo –"Dante Watt Romano, ¿crees que no me enteraría de tus asuntos?", espetó Angela, su mirada gélida fijada en su hijo. Su madre, sin embarg
Dante estaba sentado en la sala, la atmósfera aún seguía cargada de tensión tras la confrontación con su madre Angela. Sus ojos reflejaban la mezcla de enojo y dolor por las revelaciones sobre su propio pasado y el de su familia. Mientras intentaba procesar la información, la puerta se abrió, revelando a Ariana y Stefano, quienes entraron con gestos de preocupación. Ariana, con su mirada fija en Dante, cruzó los brazos. "¿Qué está pasando, Dante? Madre estaba llorando y Stefano estaba en shock. –¿Qué es lo que quieres?", con todo esto . . . Dante se puso de pie, enfrentando a su hermana. –"Nada que no sea la verdad, Ariana. Pero parece que la verdad duele." Ariana frunció el ceño y, sin rodeos, le preguntó a Angela: –"¿Qué es lo que está sucediendo, madre? ¿Por qué Dante sigue con el todo esto y de esta manera?" Angela miró a su hija con ojos tristes antes de suspirar profundamente. – "Hay cosas que no quería que supieran, cosas que he mantenido ocultas para protegerlos". Ste
Sophie estaba cansada de las intrigas, de las presiones de la familia Watt Romano, y especialmente de la insistencia de Dante en que revelara un secreto que sabía que causaría un gran daño para el hombre que ella amaba, no tenía las fuerzas para hacerlo. Ella se encontraba exhausta, tanto física como emocionalmente. Las intrigas y las presiones de Dante sobre su relación la habían dejaban agotada. Necesitaba un respiro, un espacio donde pudiera encontrar paz y tranquilidad para prepararse para la llegada de su bebé. Aprovechando el viaje de Dante, Sophie tomó una decisión: marcharse al hostal de su familia. Era un lugar apartado, alejado del bullicio de la ciudad, donde esperaba encontrar la calma que tanto anhelaba. Con determinación en su corazón, Sophie empacó algunas pertenencias en una pequeña maleta y salió de la mansión familiar en silencio. Sabía que no sería fácil, pero necesitaba espacio y tranquilidad para poder pensar con claridad y decidir su próximo paso. Se dirigió
Dante caminaba por la playa con la mirada fija en la inmensidad de ese mar, mientras que Ariana caminaba a su lado, sumida en sus propios pensamientos. El aire entre ambos aún estaba cargado con la tensión acumulada de los últimos días, pero también con una pizca de esperanza por el futuro. –Cómo te sientes, Ari . . .–pregunto Dante a su hermana menor. . .–Aquí se respira mucha paz –Si, es muy relajante. . . Pero estoy un poco sentida por la actitud de mama. Será que no va a cambiar esa postura. Y no sé pero creo que no se va a presentar al matrimonio, Dante. Dante tomo las manos de su hermana y exclamo –Ese será su problema, hermanita. . . vive estos días con la felicidad que te mereces. . . déjate de llevar por este hermoso lugar. . . –No permitas que mama te quite esa felicidad y te arruine tu matrimonio y tu vida. –fueron las palabras de Stefano que los escucho llegar del paseo y se acercó a ellos, para abrazar a su hermana melliza. En el pintoresco hostal reinaba una tran
–Hay un problema –declaró el hombre de mediana edad que estaba sentado enfrente de Dante sin más preámbulos. Dante se echó hacia atrás en la silla, cruzó los dedos de las manos sobre su estómago y miró fijamente Harold su amigo de años, un hombre que solía ser tranquilo y moderado, y que hacía tan bien su trabajo que jamás le había oído decir antes que tuviese un problema. Dirigía el amplio departamento jurídico de su imperio con gran eficiencia. Así que Dante frunció el ceño al oír aquello y pospuso mentalmente la reunión que tenía media hora después, dando por hecho que la conversación iba a durar más de lo que había calculado. –Cuéntame –le pidió, sabiendo que Harold no estaba entre los que se sentían intimidados por su arrogante e impredecible jefe. –Se trata del fallecido amigo de tu padre, el señor Arturo Monserrat. –¿Cuál es el problema? –Ojalá fuese tan sencillo. El también es uno de los clientes de mi consorcio. Al morir dio indicaciones que al morir su testamento se l