Roger observó su reloj de mano, percatándose de que las manecillas marcaban las seis y media de la tarde. Luego, a lo lejos, vio que Taylor llegaba al aeropuerto arrastrando un equipaje. El CEO entregó a Taylor su boleto y se dispusieron a esperar la hora del vuelo. Una vez dentro del avión, Roger buscó el número de su asiento, el cual se hallaba al lado de la ventana. Taylor siguió sus pasos y, al ver que el hombre se acomodó en su sitio, el chico se sentó a su costado. —¡Oye! ¿Qué haces? —Roger apartó a Taylor con un empujón—. ¿Porqué te sientas aquí? —¿De qué habla? ¿Acaso iré de pie en todo el viaje? —riñó. —Fíjate en tu ticket, mocoso —apuntó. —¿Eh? —el chico sacó el ticket de su bolsillo y le echó un vistazo, notando que su asiento se hallaba en otro lugar—. Oh… —se rascó la nuca—. Lo siento, señor Croce. —Lárgate —lo espantó con la mano. Taylor se desplazó dentro del avión para buscar su asiento, el cual se encontraba más adelante. Afortunadamente, también le había tocado
Para empezar, Taylor marcó al número de un hombre llamado Jerson Silva, quien era el CEO del hotel que ocupaba el tercer lugar en el ranking. Su nombre era "Imperial". Luego, llamó a Bárbara y solicitó que le enviara la lista de los clientes que han hecho su reservación para la siguiente semana. Después, se comunicó con cada uno. Comenzó por disculparse con una persuasiva amabilidad y les propuso reubicarlos en el hotel Imperial debido a que I’ll Castello cerrará sus puertas durante cinco días. Sin embargo, sabía que aquello no bastaría, por lo tanto, pensó en una alternativa adicional. Prometió que Traveling entregaría boletos de viaje exclusivos con descuento a los clientes a los que le fueron canceladas sus reservaciones como una compensación por parte de I’ll Castello. Es decir, les hizo creer que el hotel los financiaría, cuando en realidad lo haría Taylor con el dinero de su propio bolsillo. A decir verdad, se había encariñado bastante con el hotel, con los empleados, con Jos
—Agh, mi espalda… —se quejó Roger, en lo que iba de copiloto en el auto rentado y se dirigía a la constructora Parkway, Inc. junto con Taylor. —No vimos el amanecer… —se lamentó su secretario, haciendo un puchero mientras conducía. —El cansancio se apoderó de nosotros, fue inevitable —agregó el CEO. —En verdad quería mostrárselo… —indicó con tristeza. —No te preocupes, ya habrá otra oportunidad —intentó calmarlo—. No pongas esa cara de deprimido frente a Cristóbal. —Sí, señor Croce —alegó, decaído. A Roger no le agradaba ver a Taylor desanimado, pero tampoco sabía exactamente cómo cambiarle el humor. —Escucha, estamos invitados a un evento esta noche. Será una fiesta en donde se reunirán personas muy importantes de esta ciudad, así que ponte un traje elegante y sonríe como siempre lo haces —manifestó. —Solo he empacado un par de trajes, no hay mucho que escoger —respondió sin mucho interés. —¡Argh! ¡Basta de lloriquear! —colocó la mano en el hombro del joven y empezó a moverlo
Roger besó a Taylor apasionadamente, aunque no pudiese respirar adecuadamente. El hecho de que el chico correspondiera el beso, lo colmaba de un intenso éxtasis que comprimía sus pulmones. Le dolía el pecho debido a las estruendosas palpitaciones de su corazón, pero eso no lo detendría. Tomó al joven del rostro y presionó aún más sus labios contra los suyos, sin dejar un solo milímetro de distancia entre ambos. Paseó los dedos por el cabello del joven, el cual terminaba en su nuca. Se separó de su boca y descendió a su cuello, succionando con fuerza y dejando una marca en aquel sitio sin notarlo. Desprendió el saco que su secretario llevaba puesto y lo aventó al suelo, para volver a depositar otro beso en sus labios. Taylor se echó para atrás, tendiéndose sobre las sábanas, en lo que Roger subió encima suyo. Entre fogosos besos, la mano del CEO recorrió el muslo del chico por encima de sus pantalones. De pronto, las palabras de su amigo Josh se incrustaron en su memoria. "Cuando le
Taylor y Roger regresaron a su ciudad al mediodía. En esta ocasión, cuando el CEO compró los boletos de avión, pidió que sus asientos estuvieran uno al lado del otro. En el transcurso del viaje, el chico decidió aceptar la petición de Roger de ser su secretario de nuevo. Al aterrizar, se despidieron serenamente y partieron cada quien por su camino. Roger había procurado mostrarse tranquilo, pero, en realidad, su mente era un caos. No podía dejar de recordar aquellos apasionados besos que se había dado con Taylor. No paraba de preguntarse si la razón por la que él le correspondió fue porque estaba muy borracho o porque en verdad le gustaba el hombre. Sin embargo, no había manera de saberlo. Incluso si Roger decidiera preguntárselo directamente, no había garantía de que el chico fuera honesto. Al día siguiente, el CEO se dirigió al hotel muy temprano en la mañana y se encontró con Bárbara en su puesto, quien se puso de pie para saludarlo. —Buenos días, señor… —Volverás a tu cargo a
Roger tenía una cita pendiente con su psicólogo, pero hizo una llamada para cancelarla. Quería ir, pero el trabajo en el hotel era demasiado así que era imposible. De todos modos, ya no estaba tan desesperado como al principio. Se había acostumbrado a sus sentimientos, ya no lo sofocaban ni lo martirizaban. Había aprendido a aceptarlos. La estadía de Cristóbal llegó a su final el día viernes, quien regresó a su ciudad muy satisfecho con los servicios que le habían sido brindados. En cuanto el hombre y sus socios abandonaron el hotel, Roger solicitó que todos los empleados se reunieran en la recepción, dedicándoles unas palabras de agradecimiento. No acostumbraba hacer actos como ese, pero el hecho de que Cristóbal lo haya felicitado por la excelente atención de I’ll Castello solo podía significar que todos habían realizado un buen trabajo. También dio un agradecimiento especial al secretario que lo había apoyado sin quejarse, pero esto prefirió hacerlo a solas. —Enhorabuena, pequeñ
Cuando Taylor fijó la vista en el rostro de Roger, quien no llevaba puesto ningún antifaz, se le heló la sangre. La máscara de la muchacha escondía su rostro, pero no le daba mucha seguridad. Quería salir corriendo, sin embargo, sus tacones eran su más grande impedimento. ¿Cómo debía actuar frente a él? ¿Había alguna garantía de que su jefe no la reconocería? La joven retrocedió unos pasos, alejándose de la cercanía del hombre y se aclaró la garganta para agudizar su voz. —E-Estoy bien, n-no se… no te preocupes —respondió. —¿De verdad? Parecías estar sufriendo de un malestar. ¿Te cayó mal la comida? —en la fiesta había algunos aperitivos, así que Roger pensó que quizás consumió alguno que le hizo daño. —N-No me pasa nada —bajó la cabeza para evitar que el CEO la mirara directamente a la cara—. C-Con permiso, regresaré hacia el frente —empezó a caminar, pero su jefe la detuvo. —¡Espera! —la tomó de la muñeca, pero Taylor no giró hacia él—. Tú… me resultas muy familiar. ¿Nos conoce
Roger quedó sorprendido por el inesperado ataque de la joven y se paralizó ante su determinación. Sin embargo, en cuestión de segundos, se recuperó del pasmo y correspondió al beso. Taylor, por su parte, fue poseída por un fuerte deseo y la temperatura de su cuerpo se elevó considerablemente. Siguió rozando los labios del CEO, en lo que sus manos se tornaron traviesas y pasearon por el torso del hombre para luego bajar a su abdomen. La fina camisa no era impedimento para percibir la firmeza de sus marcados abdominales y ya se había imaginado a sí misma tocándolos hacía un tiempo atrás, así que estaba realmente complacida por cumplir ese sueño. La joven besaba a Roger con muchas ansias, tomándolo del rostro y presionando sus labios contra los suyos. De pronto, los besos dejaron de ser suficientes y empezó a anhelar aún más, por esa razón, rodeó su cuello con los brazos y subió al regazo del hombre, quien la recibió sin chistar. Roger pensó en que quizás debía detener lo que estaba pa