Roger entró a su oficina y se desplomó sobre el asiento de su escritorio. No dejaba de pensar en lo que Josh le había dicho acerca de los vídeos. No tenía planeado tomarle la palabra, pero finalmente, la curiosidad terminó tomando la delantera. Por esa razón, encendió su laptop y empezó la búsqueda. Sin embargo, en lugar de iniciar por los vídeos heterosexuales como se lo sugirió su amigo, se animó a ver directamente los vídeos entre hombres. Por supuesto, la sensación que experimentó fue horrible. Entonces, procuró recordar las preguntas que Josh le recomendó hacerse para "analizarse". "¿Qué sientes cuando ves a esos hombres?" Repugnancia. "¿Te enciende o no?" Para nada. "El chico que estás observando, ¿te gusta? ¿Desearías tenerlo?" Ni muerto. "¿Te provoca excitación o asco?" Mucho asco. El CEO continuó contemplando el vídeo con una expresión de horror, mientras se cuestionaba a sí mismo: «Si no me agrada esto, ¿significa que no me he vuelto homosexual?» pensó. Desató un
En la mañana siguiente, Roger se dirigió a I’ll Castello con marcadas ojeras. No había podido dormir apropiadamente y no solo por la repentina aparición de Mónica, sino porque la conversación con su amigo Josh tampoco lo dejaba tranquilo. Pasó las horas posteriores distraído y, por supuesto, sumamente irritante, y la que pagaba las consecuencias era Bárbara, su secretaria. —De nuevo has escrito una basura. No puedo archivar un informe como éste, con tantos horrores ortográficos. También escribiste mal varios nombres importantes. ¿Cuál es tu problema? ¿No terminaste la primaria? —regañó. —L-Lo siento mucho, señor CEO. L-Los nombres son algo complicados ya que son de origen ruso… —justificó, restregándose las manos debido al nerviosismo. —¡Entonces fíjate en sus identificaciones! ¡Todos están registrados en el sistema, burra! —se masajeó la sien—. Hazlo de nuevo. Te advierto que, este día, no te dejaré ir hasta que realices un trabajo decente —rompió el papel en pedazos. —S-Sí, seño
Taylor se estaba encargando de unos documentos en su puesto de trabajo, los cuales eran de alta importancia y no bastaba solo con la firma del Director de operaciones, sino que necesitaba la del CEO. No quería ver a Roger después de la manera en la que se comportó, pero tampoco deseaba pedirle a su jefe Josh que se ocupara de solicitar la firma de su amigo. Esa opción era muy poco ética, así que la descartó. Por tal motivo, se dirigió a la oficina del malhumorado CEO a regañadientes, encontrándose con la puerta ligeramente abierta. En lugar de tocar, la abrió sin pensarlo, topándose con la escena del beso. Permaneció congelado por un instante, hasta que la pareja percibió su presencia. —Ah, lo… lo siento… —tartamudeó, en lo que cierta sensación extraña se instalaba en su pecho. Lo que acababa de ver no le agradó, en absoluto. Roger, por su parte, lo miró con los ojos expandidos, sintiendo como un escalofrío recorrió su cuerpo, partiendo desde los pies hasta su cuello. —Taylor… —p
El corazón de Roger latía aceleradamente mientras estaba sentado en uno de los tantos bancos largos de madera. No era el único, había algunas personas dispersas en aquel sitio, quienes mantenían los ojos cerrados y pronunciaban sus oraciones en susurros. No supo exactamente como llegó a ese lugar y, aunque no era un fiel creyente de la divinidad ni pertenecía a alguna religión, allí estaba, acomodado en medio de una iglesia, con la mirada fija en la cruz, la cual estaba suspendida en la pared a una cierta distancia. —He cometido tantos errores y tampoco he sido una buena persona. ¿Será esto una especie de castigo? ¿Debería bautizarme? —murmuró, como si hablara con el mismísimo Jesús. De pronto, un sacerdote se acercó caminando lentamente hasta donde Roger se encontraba. —Buenas tardes —saludó con una voz suave que estaba colmada de serenidad—. Eres una cara nueva dentro de esta capilla. Si necesitas ayuda para adaptarte a nuestras normas o buscas una guía espiritual, puedes recurr
Al llegar al octavo piso, Roger respiró aliviado al percatarse de que Mónica se había ido y no estaba esperándolo en su oficina. Se sentó detrás de su escritorio e hizo una llamada al celular de Josh, pidiéndole que fuera a su encuentro para charlar con él. Le comentó que siguió su consejo de observar los vídeos homosexuales, pero que no sirvió de nada. Había besado a Taylor a la fuerza sin importar todo lo que su amigo le había dicho. También mencionó el regreso de su exnovia, Mónica Ponce, y que el chico los había visto besándose. —Roger, eso es… ¡es perfecto! —exclamó de repente. —¿Y ahora de qué demonios estás hablando? —¡Piénsalo! La mujer a la que tanto has amado regresó para estar contigo. ¡Es la situación perfecta! ¡Podrías comprometerte de nuevo y olvidarte de Taylor de una vez por todas! —No quiero volver con ella, Josh. Yo ya no la quiero —manifestó Roger. —Pero podrías quererla otra vez, tal y como lo hiciste en ese par de años en que fue tu novia —indicó—. ¿No prefi
—Es una mala idea, Roger —declaró Josh. Ya era el horario del almuerzo, pero aún seguían en el hotel. El CEO había solicitado ver a Josh debido a que, durante la mañana, recibió la llamada de un ejecutivo de alto nivel, quien deseaba tener una reunión con él y también lo invitó a un evento importante. El problema era que el hombre vivía fuera de la ciudad, así que Roger estaba en un aprieto. —No tengo opción. Pensaba enviarte en mi lugar, pero Cristóbal fue muy específico en que quiere que vaya personalmente —argumentó. Cristóbal Sorrentino era un ejecutivo que supervisaba una multimillonaria empresa constructora. El hecho de que el equipo de fútbol "Lancelot" se haya hospedado en I’ll Castello, corrió de boca en boca hasta llegar a los oídos de Cristóbal. Esto hizo que el hombre se interesara en gran manera en ese hotel. —De acuerdo, pero llévate a tu secretaria. ¿Porqué irías con Taylor? —manifestó Josh—. Eso solo hará las cosas más difíciles entre ustedes. —Bárbara es ineficien
Cierta frustración nació en el interior de Taylor y escrutó al CEO con desdén, sin embargo, se limitó a mantenerse callado. ¿Qué era lo que esperaba? ¿Porqué se sentía tan decepcionado? No había modo de que Roger le dijera que lo hizo porque le gustaba. —Si no tienes nada más que decir, retírate. Estoy muy ocupado —ordenó el CEO. —Sí… señor —replicó el chico a duras penas, para luego marcharse. Tras quedarse solo, Roger soltó un largo suspiro, desplomándose en el respaldo de su silla. No estaba para nada satisfecho con lo que le había respondido a Taylor, pero fue lo único que se le ocurrió. No volvieron a cruzarse durante el resto de la tarde, hasta que el sol se ocultó en el horizonte. El horario laboral había terminado, por lo tanto, Roger abandonó la oficina y se dirigió a su departamento. Como si ya no tuviera suficientes problemas, encontró a su exprometida esperándolo frente a la puerta. Al verla, exhaló con pesadez y se acercó a ella. —¿Qué estás haciendo, Mónica? —cuest
Roger observó su reloj de mano, percatándose de que las manecillas marcaban las seis y media de la tarde. Luego, a lo lejos, vio que Taylor llegaba al aeropuerto arrastrando un equipaje. El CEO entregó a Taylor su boleto y se dispusieron a esperar la hora del vuelo. Una vez dentro del avión, Roger buscó el número de su asiento, el cual se hallaba al lado de la ventana. Taylor siguió sus pasos y, al ver que el hombre se acomodó en su sitio, el chico se sentó a su costado. —¡Oye! ¿Qué haces? —Roger apartó a Taylor con un empujón—. ¿Porqué te sientas aquí? —¿De qué habla? ¿Acaso iré de pie en todo el viaje? —riñó. —Fíjate en tu ticket, mocoso —apuntó. —¿Eh? —el chico sacó el ticket de su bolsillo y le echó un vistazo, notando que su asiento se hallaba en otro lugar—. Oh… —se rascó la nuca—. Lo siento, señor Croce. —Lárgate —lo espantó con la mano. Taylor se desplazó dentro del avión para buscar su asiento, el cual se encontraba más adelante. Afortunadamente, también le había tocado