Ariel se dirigió al interior de la casa acompañado de sus dos hijos, dejando a los Hidalgo lidiar con la situación familiar que los había llevado hasta allí. La similitud física entre los recién llegados y el resto de la familia era tan impactante que nadie dudaba ya de la verdad, más allá de lo que los resultados de cualquier prueba de paternidad pudieran confirmar. El aire se sentía denso, cargado de emociones difíciles de descifrar, mientras el eco de las palabras recién pronunciadas seguía flotando en el ambiente.
Ya dentro de la casa, los niños, emocionados por tener a su padre con ellos nuevamente, lo inundaron con preguntas. Sus voces llenaron el salón como un torrente incesante. Ariel decidió que lo mejor era sentarse con ellos, dejando por un momento las preocupaciones que gravitaban en su mente. —Papá, ¿por qué te fuistAriel y Camelia giraron al escuchar el leve crujir del suelo bajo los pasos pausados de la abuela, quien entró al baño con la solemnidad que solo el tiempo puede otorgar. Dentro, los gemelos seguían jugando en la bañera, ajenos a la conversación que estaba a punto de desatarse. La abuela, más delgada pero firme como siempre, los observó con esa mezcla de ternura y autoridad tan propia de ella. Al oírla preguntar por los niños rescatados y referirse a ellos como si fueran suyos, Ariel sintió un vuelco de emoción. Se levantó rápidamente y la abrazó.—No sabemos todavía, abuela —dijo con una calidez que intentaba disimular su ansiedad, aunque no lo logró del todo—. En total hemos encontrado ocho. Seis están muy mal, desnutridos y con problemas respiratorios debido a la exposición a sustancias químicas. Pero ya los están cuida
El capitán y Elizabeth conducen a toda velocidad de regreso al hospital. Al llegar, la doctora corre, seguida por él, hasta la habitación donde tiene a su hijo. Al no verlo, sale en busca de la enfermera que la llamó de urgencia.—¿Qué sucede con mi hijo? —pregunta de inmediato.Está desesperada al no encontrarlo en su cama, mientras que el capitán Miller se une a ella, decidido a donar su médula.—Tiene que hablar con su doctor —le dice la enfermera—. A su niño lo están operando.—¿Qué? ¿Operando? —preguntó sin entender.Miller y Elizabeth se miran entre sí y corren al salón de operaciones. Los pasos apresurados resuenan por los pasillos del hospital mientras sus corazones laten con ansiedad y esperanza. La angustia y la tristeza se entrelazaban en sus rostros mientras avanzaban hacia el lugar donde
La policía había logrado rescatar a las mujeres y a muchos bebés. También arrestaron a la mayoría de los implicados en el asunto, excepto a Reutilio Miravalles, quien se había escondido muy bien. El capitán Antonio de la policía llega a casa de los Rhys para hablar con la familia.—Buenas tardes —saluda cuando le abren la puerta.—Buenas, capitán Antonio. ¿Qué lo trae por aquí? Mi hijo duerme, no creo que despierte —responde Marlon.—No vine a verlo a él —se apresura a aclarar el capitán—. Solo a comunicarles que averiguamos que, por suerte, sus hijos no fueron vendidos a nadie fuera del país. Sus embriones estaban solamente destinados a Miriala Estupiñán.—¡Gracias al cielo! —exclama Aurora mientras llama a Marlon, quien baja al momento y escucha lo que repite el capitán Antonio.
Esa oferta fue la que encendió la chispa en la mente de Reutilio. Al darse cuenta de que el negocio de la venta de infantes no sólo era rentable, sino que tenía una demanda creciente, decidió llevarlo más allá de lo que alguna vez imaginó el médico inescrupuloso que buscaba vientres de alquiler. Para Reutilio, pagarle a las mujeres era una pérdida innecesaria de dinero. Por eso optó por lo más cruel. Secuestraba a jóvenes turistas en edad fértil, las mantenía sedadas y las obligaba a embarazarse repetidamente, vendiendo a sus hijos al mejor postor sin remordimiento alguno.Presente:—En su caso, los embriones que quedaron fueron comprados por una cifra exorbitante por Miriala Estupiñán, socia cercana de Reutilio —continuó el policía con tono grave—. Ella contribuyó a la formación del negocio bajo una condici
Ariel, con el miedo aún oprimiéndole el pecho, no soltaba a Camelia. Ella, tras el momento de pura adrenalina en el que había reaccionado por instinto, casi se desplomó en el despacho. Ariel, Nadia y Ricardo la rodeaban, alarmados. No comprendían cómo Lucrecia, acompañada por dos hombres más, había logrado burlar la seguridad de la empresa. De pronto, Camelia sintió un fuerte retortijón en el estómago que culminó en un intenso vómito. Sin pensarlo, corrió al baño.—¿Te sientes mejor, Cami? —preguntó Ariel, sosteniendo con delicadeza el cabello de ella—. Creo que debería llevarte a Félix para que te midan la presión.—¡No! No hagas eso. No le digamos a nadie lo que pasó, por favor —dijo Camelia con la voz quebrada mientras se lavaba el rostro con agua fría—. Sufi
El corazón de Ariel perdió un latido. Las palabras de su padre eran siempre precisas, y cuando usaba ese tono, significaba que algo realmente importante —o terrible— estaba sucediendo. Mordió el interior de su mejilla, intentando mantener la calma. Miró de reojo a Camelia, quien parecía terminar de alistarse, ajena a la tensión que se gestaba al otro lado de la línea. Ariel respiró hondo: primero estaba su esposa y el bebé que llevaba dentro.—Papá, Cami sufrió un ataque hoy en la editorial —comenzó a explicar rápidamente, sin entrar en detalles para no preocuparlo de más—. Gracias a Dios, no pasó a mayores, pero… nos llevamos una sorpresa. No se lo digas a nadie todavía, pero está embarazada y tengo que llevarla al ginecólogo ahora mismo. Después de eso, iré para allá —añadi&oa
Después de las intensas emociones vividas por el reencuentro de los hermanos, la doctora Elizabeth y el capitán Miller se quedaron en el hospital. Él cuidaba de su pequeño, mientras ella conversaba con el mayor Alfonso Sarmiento. —¿Por qué no volviste por mí? —preguntó Elizabeth, sentada a su lado. —Tuve un accidente y perdí la memoria, no recuerdo mucho —confesó el mayor Alfonso—. Después, como no aparecía en ningún registro de este país, me enrolé en el ejército y estuve luchando sin volver durante muchos años. ¿Tú recuerdas algo? ¿De quiénes escapamos? —Sí, de eso sí me acuerdo —dijo ella, entendiendo muchas cosas ahora—. No lo tengo muy claro, pero llegamos en un avión, creo que con nuestros padres. De pronto, al subir con mam&aacu
Israel y Ernesto intercambiaron una mirada cargada de tensión. Sin decir una palabra, Israel, quien ocupaba el asiento del copiloto, introdujo la mano en el bolsillo interior de su abrigo y sacó un sobre que extendió hacia Ariel. Ariel lo tomó con rapidez, su rostro crispado mientras rompía el sello. Al sacar el contenido y leer lo que tenía en sus manos, se quedó inmóvil, como si el aire a su alrededor hubiese desaparecido. La sorpresa lo golpeó ante lo que leía; miraba con incredulidad y confusión el papel en su mano.Antes de que pudiera reaccionar, Camelia le arrebató los papeles de las manos y los miró con el ceño fruncido. Allí, entre sus dedos temblorosos, sostenían una prueba de paternidad… pero no de uno, sino de dos niños por nacer.—Ella asegura que uno está dentro de ella y el otro, dentro de su recié