Esa oferta fue la que encendió la chispa en la mente de Reutilio. Al darse cuenta de que el negocio de la venta de infantes no sólo era rentable, sino que tenía una demanda creciente, decidió llevarlo más allá de lo que alguna vez imaginó el médico inescrupuloso que buscaba vientres de alquiler. Para Reutilio, pagarle a las mujeres era una pérdida innecesaria de dinero. Por eso optó por lo más cruel. Secuestraba a jóvenes turistas en edad fértil, las mantenía sedadas y las obligaba a embarazarse repetidamente, vendiendo a sus hijos al mejor postor sin remordimiento alguno.
Presente:
—En su caso, los embriones que quedaron fueron comprados por una cifra exorbitante por Miriala Estupiñán, socia cercana de Reutilio —continuó el policía con tono grave—. Ella contribuyó a la formación del negocio bajo una condici
Ariel, con el miedo aún oprimiéndole el pecho, no soltaba a Camelia. Ella, tras el momento de pura adrenalina en el que había reaccionado por instinto, casi se desplomó en el despacho. Ariel, Nadia y Ricardo la rodeaban, alarmados. No comprendían cómo Lucrecia, acompañada por dos hombres más, había logrado burlar la seguridad de la empresa. De pronto, Camelia sintió un fuerte retortijón en el estómago que culminó en un intenso vómito. Sin pensarlo, corrió al baño.—¿Te sientes mejor, Cami? —preguntó Ariel, sosteniendo con delicadeza el cabello de ella—. Creo que debería llevarte a Félix para que te midan la presión.—¡No! No hagas eso. No le digamos a nadie lo que pasó, por favor —dijo Camelia con la voz quebrada mientras se lavaba el rostro con agua fría—. Sufi
El corazón de Ariel perdió un latido. Las palabras de su padre eran siempre precisas, y cuando usaba ese tono, significaba que algo realmente importante —o terrible— estaba sucediendo. Mordió el interior de su mejilla, intentando mantener la calma. Miró de reojo a Camelia, quien parecía terminar de alistarse, ajena a la tensión que se gestaba al otro lado de la línea. Ariel respiró hondo: primero estaba su esposa y el bebé que llevaba dentro.—Papá, Cami sufrió un ataque hoy en la editorial —comenzó a explicar rápidamente, sin entrar en detalles para no preocuparlo de más—. Gracias a Dios, no pasó a mayores, pero… nos llevamos una sorpresa. No se lo digas a nadie todavía, pero está embarazada y tengo que llevarla al ginecólogo ahora mismo. Después de eso, iré para allá —añadi&oa
Después de las intensas emociones vividas por el reencuentro de los hermanos, la doctora Elizabeth y el capitán Miller se quedaron en el hospital. Él cuidaba de su pequeño, mientras ella conversaba con el mayor Alfonso Sarmiento. —¿Por qué no volviste por mí? —preguntó Elizabeth, sentada a su lado. —Tuve un accidente y perdí la memoria, no recuerdo mucho —confesó el mayor Alfonso—. Después, como no aparecía en ningún registro de este país, me enrolé en el ejército y estuve luchando sin volver durante muchos años. ¿Tú recuerdas algo? ¿De quiénes escapamos? —Sí, de eso sí me acuerdo —dijo ella, entendiendo muchas cosas ahora—. No lo tengo muy claro, pero llegamos en un avión, creo que con nuestros padres. De pronto, al subir con mam&aacu
Israel y Ernesto intercambiaron una mirada cargada de tensión. Sin decir una palabra, Israel, quien ocupaba el asiento del copiloto, introdujo la mano en el bolsillo interior de su abrigo y sacó un sobre que extendió hacia Ariel. Ariel lo tomó con rapidez, su rostro crispado mientras rompía el sello. Al sacar el contenido y leer lo que tenía en sus manos, se quedó inmóvil, como si el aire a su alrededor hubiese desaparecido. La sorpresa lo golpeó ante lo que leía; miraba con incredulidad y confusión el papel en su mano.Antes de que pudiera reaccionar, Camelia le arrebató los papeles de las manos y los miró con el ceño fruncido. Allí, entre sus dedos temblorosos, sostenían una prueba de paternidad… pero no de uno, sino de dos niños por nacer.—Ella asegura que uno está dentro de ella y el otro, dentro de su recié
El capitán Miller salió del hospital como un volcán en erupción, incapaz de contener la indignación que lo consumía por dentro al descubrir lo que su padre había permitido. Ordenó a Ismael que lo llevara en un helicóptero, pues la furia que sentía no admitía retrasos ni evasivas. Apenas descendió, su paso firme y decidido daba señales de que nada lo iba a frenar. Al entrar, enfrentó a su padre con una rabia desbordada, ignorando las miradas de su madre y su hermano, quienes intentaban descifrar lo que estaba ocurriendo.—¡¿Cómo pudiste ser tan cruel con mi pobre hijo?! —vociferó Miller, incapaz de contenerse.El general Miller lo miró fijamente, sin comprender qué era lo que le estaba reclamando su hijo, y preguntó con frialdad: —¿Hijo? ¿De qué hablas, Lorenzo? &mdash
Ariel y Camelia se sentían abrumados con todo lo que estaba sucediendo. Después de la consulta con el ginecólogo, regresaron exhaustos a casa, buscando un respiro o al menos un momento de tranquilidad. Sin embargo, al entrar, se encontraron con una noticia inesperada.—Todos los niños rescatados son míos —anunció Marlon con una sonrisa de complacencia. Sus ojos brillaban con orgullo y alegría—. Los gemelos de ocho años también. No son tuyos, Ari.Por un instante, Ariel quedó perplejo, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Luego se acercó a Marlon y lo abrazó con fuerza, intentando contagiarse un poco de aquella alegría que rompía el peso acumulado de los últimos días. —Felicidades, mi hermano —dijo Ariel con una leve sonrisa, mientras le daba unas palmadas en la espalda—. Al parecer, el deseo de mam&
Las personas seguían llegando a la asociación de la familia Rhys, que ahora estaba llena de aquellos que habían sido rescatados en la clínica de maternidad asistida. El ir y venir de matrimonios que fueron atendidos durante años en la clínica, no solo del país, sino de muchos lugares en el mundo, era impresionante.—Ari, no sé si puedo con todo esto —dice Camelia, mirando la enorme cantidad de niños de los cuales no tienen ni idea de quiénes pueden ser sus padres—. Es tan horrible que ni en mis peores pesadillas imaginé que pudiera suceder algo así.—Yo tampoco, Cami. Cada vez que traen los resultados de paternidad, mi corazón tiembla pensando en que van a aparecer hijos míos o de Marlon —dice Ariel, algo aliviado porque de los niños de la casa, ninguno era suyo—. Y nosotros que creímos que nuestro problema era el peor de todos
Las palabras de su padre, que no dejaba de abrazarlo, le proporcionaban un atisbo de luz en medio de la oscuridad a Marlon, despertando en él la necesidad de proteger a sus hijos y de brindarles todo el amor y cuidado que les había sido arrebatado por culpa de otros. Fue lo que lo hizo reaccionar.—¿Qué va a ser de ellos si te meten en la cárcel, eh? ¿Y Marcia? —siguió hablando el señor Rhys—. Tienes que ser fuerte, hijo, y no dejar que Reutilio te destruya; vamos, reacciona.Marlon sabía que su padre tenía razón y que el camino hacia la sanación sería largo y tortuoso. A pesar de las emociones oscuras que lo acechaban, también había una chispa de determinación para reconstruir su vida y encontrar un nuevo propósito. No podía permitir que el odio y la venganza lo consumieran por completo, pues eso solo lo arrastraría m