En la casa de los Rhys, lograron quitarle la bomba que tenía atada al cuerpo el joven. El exsenador Camilo Hidalgo, junto a sus hijos Camelia, Clavel, Gerardo y otra hermosa joven que estaba muy emocionada, rodeaban al joven acostado en el suelo y esperaban ansiosos a que despertara. Finalmente, lo ven levantarse de un golpe y abrazarse a la joven que había venido con Camilo.
—¿Cómo escapaste? —preguntó emocionado.—Perdóname, mi hermano, por no haberte dejado ir antes a hablar con nuestro padre. ¡Tenías razón! La madre de Gerardo nos mintió —dice la chica de inmediato.—¿Qué quieres decir? —pregunta intrigado, incorporándose con la ayuda de ella.—Fue ella quien nos dio en adopción, no nuestros padres, ¡fue ella! —afirma mientras se abraza al joven y luego añade, mirándolo a los ojos—. &iEl doctor Félix ha logrado estabilizar al joven Reutilio, que finalmente despierta y se alegra de verse en los brazos de su padre. Marlon, al sentirlo, abre los ojos de inmediato.—¿Cómo te sientes, hijo? —pregunta tocando la frente del pequeño.—¿Los salvaste, papá? ¿Los salvaste? —pregunta con urgencia.—Sí, sí, míralos en sus camas —le señala Marlon. Después de sacarlo de la cámara de oxígeno, lo subieron a la habitación donde estaban los demás—. Y te tengo una sorpresa.—¿Una sorpresa? Le tengo miedo a las sorpresas, papá —dice apretando la mano de Malo.—Esta te va a gustar —Marlon le sonríe y señala hacia un lugar—. ¿Ves a aquella hermosa mujer que está dormida en ese sillón junto a tus hermanitos?—S&iacut
Al Mayor no le pasó desapercibido que el capitán tenía algo más entre manos. Algo en su postura denotaba que la conversación estaba lejos de haber terminado. —¿Qué averiguó sobre la doctora Elizabeth? —preguntó con tono inquisitivo, enfocando su mirada en el hombre que tenía enfrente. Había solicitado que la investigaran, guiado por una sospecha que aún no podía explicar del todo. El capitán Antonio vaciló por un momento antes de hablar, soltando un breve suspiro, como si lo que iba a decir fuera tan grande como preocupante. —Creo que sus sospechas son acertadas, Mayor —dijo finalmente, bajando un poco la voz. Su tono ahora parecía cargar un peso mayor—. Y tengo pruebas que podrían cambiar el rumbo de su investigación. La expresión del Mayor se endureció aún m&a
Los jóvenes extendieron sus brazos decididos, mientras observaban cómo entraba Ariel Rhys, asombrado ante la noticia, corriendo a colocarse al lado de su esposa. Cada nueva información era una gran sorpresa para todos. Gerardo se adelantó, ansioso por saber qué pretendía hacer Juan con la bomba de la revelación. —Me habían asegurado que me devolverían a mi hermana si la dejaba en esta casa, pero al ver a los niños no tuve el valor —confiesa, apretándose el brazo. —¡Me alegra tanto que Clavel me reconociera! —¡Es que eres igualito a Gerardo! Y tú, María, te pareces a papá, ¿verdad, Camelia? —pregunta emocionada. —Sí, así es. Este es Ariel Rhys, mi esposo —lo presenta Camelia, mirando a su posible hermana con preocupación—. ¿Qué tienes, María? &i
El capitán Miller miraba a la doctora Elizabeth con incredulidad. Malena siempre se había portado bien con él. Tenía un prestigio ganado en el ejército que chocaba con todo lo que le estaba diciendo ahora. Era evidente que tenía una obsesión por casarse con él, pero de ahí a hacerle eso había un gran trecho. —Elizabeth, no puedo creer lo que me dices de ella. Malena sería incapaz de hacer esa traición —respondió, dudando ante la mirada de ella. —¡Lo hizo, Miller! Hasta que notificaron a tu papá, y te encontró tirado en un hospital de veteranos en Irak —contaba Elizabeth con lágrimas en los ojos—. Tu herida se había infestado. No me dejaron acercarme, porque no era nada tuyo. Malena me acusó de mala práctica médica porque, cuando al fin encontré dónde te tenían, entr
Ariel se dirigió al interior de la casa acompañado de sus dos hijos, dejando a los Hidalgo lidiar con la situación familiar que los había llevado hasta allí. La similitud física entre los recién llegados y el resto de la familia era tan impactante que nadie dudaba ya de la verdad, más allá de lo que los resultados de cualquier prueba de paternidad pudieran confirmar. El aire se sentía denso, cargado de emociones difíciles de descifrar, mientras el eco de las palabras recién pronunciadas seguía flotando en el ambiente.Ya dentro de la casa, los niños, emocionados por tener a su padre con ellos nuevamente, lo inundaron con preguntas. Sus voces llenaron el salón como un torrente incesante. Ariel decidió que lo mejor era sentarse con ellos, dejando por un momento las preocupaciones que gravitaban en su mente. —Papá, ¿por qué te fuist
Ariel y Camelia giraron al escuchar el leve crujir del suelo bajo los pasos pausados de la abuela, quien entró al baño con la solemnidad que solo el tiempo puede otorgar. Dentro, los gemelos seguían jugando en la bañera, ajenos a la conversación que estaba a punto de desatarse. La abuela, más delgada pero firme como siempre, los observó con esa mezcla de ternura y autoridad tan propia de ella. Al oírla preguntar por los niños rescatados y referirse a ellos como si fueran suyos, Ariel sintió un vuelco de emoción. Se levantó rápidamente y la abrazó.—No sabemos todavía, abuela —dijo con una calidez que intentaba disimular su ansiedad, aunque no lo logró del todo—. En total hemos encontrado ocho. Seis están muy mal, desnutridos y con problemas respiratorios debido a la exposición a sustancias químicas. Pero ya los están cuida
El capitán y Elizabeth conducen a toda velocidad de regreso al hospital. Al llegar, la doctora corre, seguida por él, hasta la habitación donde tiene a su hijo. Al no verlo, sale en busca de la enfermera que la llamó de urgencia.—¿Qué sucede con mi hijo? —pregunta de inmediato.Está desesperada al no encontrarlo en su cama, mientras que el capitán Miller se une a ella, decidido a donar su médula.—Tiene que hablar con su doctor —le dice la enfermera—. A su niño lo están operando.—¿Qué? ¿Operando? —preguntó sin entender.Miller y Elizabeth se miran entre sí y corren al salón de operaciones. Los pasos apresurados resuenan por los pasillos del hospital mientras sus corazones laten con ansiedad y esperanza. La angustia y la tristeza se entrelazaban en sus rostros mientras avanzaban hacia el lugar donde
La policía había logrado rescatar a las mujeres y a muchos bebés. También arrestaron a la mayoría de los implicados en el asunto, excepto a Reutilio Miravalles, quien se había escondido muy bien. El capitán Antonio de la policía llega a casa de los Rhys para hablar con la familia.—Buenas tardes —saluda cuando le abren la puerta.—Buenas, capitán Antonio. ¿Qué lo trae por aquí? Mi hijo duerme, no creo que despierte —responde Marlon.—No vine a verlo a él —se apresura a aclarar el capitán—. Solo a comunicarles que averiguamos que, por suerte, sus hijos no fueron vendidos a nadie fuera del país. Sus embriones estaban solamente destinados a Miriala Estupiñán.—¡Gracias al cielo! —exclama Aurora mientras llama a Marlon, quien baja al momento y escucha lo que repite el capitán Antonio.