… En Venezuela Patricio, sabe que ha llegado el tiempo de la verdad. Los documentos que tiene en sus manos le aseguran que llegó el momento de tener frente a frente a su benefactora. Muere por verla, no le hará preguntas por qué no le interesan para nada sus respuestas. Ha maquinado en su mente las posibles formas de asesinarla; sin embargo, no entiende por qué también sueña con envolverla entre sus brazos y colmarla de caricias hasta hacerla perder la razón gritando su nombre. Desde el instante en que estuvo con Brenda, ese instinto sexual de un depredador se ha despertado y sus pensamientos son acaparados por esa mujer a la que aborrece. Odia que su voz siempre esté ahí en su memoria, queriendo dominar su cuerpo. «¡Quién diablos se cree ella para venir a alterar su mundo, a cambiar su forma de pensar y de ver las cosas!». La odia como nunca lo ha hecho con ninguna persona. Los hombres del Francés, le han llevado un móvil, documentos de identificación y un arma, junto con ropa.
—¿Quién te dijo que podías besarme sin mi permiso? —Ese golpe solo ha hecho que su sangre hierva más e ignore el dolor… Mientras la presiona más contra su cuerpo y la puerta, inmovilizándola para evitar cualquier posible ataque nuevamente.—La misma persona que te dijo que podías meterte en mi vida y cambiarla—. El tono de voz de Patricio para nada es amigable, el hombre que tiene enfrente es un completo desconocido. Montse no logra ver rastros del poeta y escritor del que se enamoró; sin embargo, esta nueva versión la atrae demasiado.—¿Acaso…? —Monserrat no termina de cuestionar cuando el toque de la puerta la interrumpe. El ESCRITOR le roba nuevamente un beso al que ella corresponde; él sonríe de medio lado y se aleja regresando a sentarse en el sofá. Mientras Montse abre la puerta.Ingresan Peter pan y el Pequeño Juan, quienes disimulan la emoción de ver a su jefa.—¿No sabíamos que estabas aquí?—miente Peter, mirándolo a los ojos, ya que los gritos se escuchaban a través de la pu
—¡Montserrat! —grita Patricio, ya que ella aprovecha el momento en que él gira para devolver la botella al bar y sale sigilosamente de la habitación. —Te espero en el restaurante del hotel —responde Montse, entrando apresuradamente al ascensor para alejarse de ese hombre que la ve como presa y odiaría tener que lastimarlo. «Sí, hablarán, pero en un sitio neutral». Patricio sonríe, ya tendrán tiempo de arreglar cuentas; por el momento la dejará pensar que ganó. Minutos después están en el restaurante del hotel, solo se miran de reojo, el silencio es incómodo, pero ninguno lo quiere romper. Llega el mesero con la comida que anteriormente habían ordenado y comienzan a comer. Un alfiler podría caer y se lograría escuchar su sonido. Mientras están masticando los alimentos, se están analizando, pensando en el siguiente paso a dar. —¿Podemos hacer una tregua mientras visitamos a las escritoras? —pregunta Montse. Patricio levanta una de sus cejas. —No sabía que estábamos en guerr
—Amor, será nuestra primera noche juntos —le susurra Patricio soltando una pequeña carcajada. Mientras Montse rueda los ojos.—Mi vida, ¡mi amorcito precioso! —dice Montserrat de manera melosa, regalándole pequeños besos—. Hace muchos años no veo a Milca, me gustaría poder colocarnos al día… ¡Mi osito de melocotón! ¿Cierto que no te molestará dormir solito? Patricio la observa y piensa que «¡esa mujer empalagosa solo finge! Pero no quedará como un esposo posesivo y ella no siempre tendrá excusas». Sin embargo, él aprovecha su osadía para acercarla más a su cuerpo, besarla apasionadamente y robarle el aliento. Por instinto, sus manos se deslizan hasta la cadera de su socia, apretando con delicadeza su trasero. No contaba con que esa acción despertaría su entrepierna, generándole no solo un problema estético, sino también una necesidad urgente de poseerla.—Conchale chica —la voz de la Venezolana los aparta—. Estás segura de que quieres chismear conmigo… Por lo que acabo de ver, me d
—¡Montse, bella detente! —La cerveza no es jugo y te puede pegar tu prendidita —le advierte la Venezolana. Han pasado una tarde espléndida donde recorrieron el pueblo colonial y probaron la comida típica del lugar.—Milca, pero es que esta bebida está deliciosa, frente a este hermoso atardecer, esta gente tan maravillosa que te hace sentir en casa… ¡De verdad tienes un país muy lindo!—¡Ay! Ven para acá hermosa, te doy un abrazote… Mira a tu esposo, parece un niño pequeño, llevándoles agua a las perezosas y mirando las iguanas —menciona Milcaris, mientras lo miran y sonríen.—Chama, creo que tienes que sacarlo más seguido de casa y, si es porque te lo miran, deja de ser envidiosa que con una miradita no se te va a desgastar —. Manifiesta Mairu —Montse lo observa y se enternece, luego mira su reloj dándose cuenta de que ya se hizo tarde y lo mejor será buscar dónde pasar la noche.—Milca debemos buscar un hotel.—No, señoritas, qué hotel ni más faltaba, ustedes se quedan en mi casa, hu
En Venezuela. Están abordando el avión rumbo a Falcón, las horas de sueño fueron nulas, ya que se la pasaron conversando con Mairu y su familia. Fueron tantas las anécdotas que ella les contó alrededor de cada una de sus novelas que el tiempo se hizo corto y cuando miraron el reloj ya era de mañana y debían emprender el viaje, dándoles tan solo tiempo de asearse y alistarse. Una hora después de despedirse de la escritora, están sobrevolando la majestuosa Península de Paraguaná, el piloto pasa por el desierto del Parque Nacional los Médanos de Coro, brindándoles una vista alucinante. Falcón, el cual posee una vista impresionante que es digna de admirar. Patricio y Montse se mantienen abrazados, se respira amor. Una zona árida tan cerca del mar es única. Al llegar a Falcón, se instalan en el hotel más prestigioso, solicitan dos habitaciones, una para Milcaris y otra para ellos. Montse ingresa a darse una ducha mientras Patricio decide pedir el desayuno en la recámara. Esa mujer l
—Te amo, Montserrat, siempre lo he hecho y lo haré… —¿Qué está diciendo Patricio? ¿O acaso es algo que tanto desea y lo está soñando? Montse se gira para verlo, quiere volver a escucharlo y saber que no es un sueño, pero al girar lo encuentra profundo. Llega el mediodía y salen hacia el restaurante donde quedaron de encontrarse con la escritora Lía Thiago. Ella es una mujer pelinegra, que inspira mucha confianza, aunque solo tiene dos novelas terminadas y una en emisión. Sus textos son limpios y románticos, transmitiendo una inmensa paz y tranquilidad. EL ESCRITOR siente que Lía es una de las autoras que necesita para ir completando su ramillete de mujeres diversas, guerreras y empoderadas a través de «EL MUNDO DE LAS LETRAS». —Lía hermosa, ven, te presento a mi gran amiga Montserrat Walton y su esposo Patricio Reimann —dice Milcaris, mientras le da un abrazo fraternal a la escritora venezolana. —Por supuesto, amiga, yo más que emocionada de conocer a tan bella pareja, ya q
En Alemania Peter y el Pequeño Juan van en búsqueda de Sarah. Ya han comenzado a trabajar sobre la seguridad del evento, han visitado el hotel, el salón donde se llevará a cabo la recepción; sin embargo, el Francés es un hombre muy meticuloso y no desea ninguna sorpresa, por tal razón le pidió a Sarah ayuda con los planos del sitio, ya que este es de Lukas. —Buenas tardes, señorita, la doctora Smith nos está esperando —manifiesta Peter a la secretaria. —Señor Brais, buenas tardes. La jefa está en la biblioteca buscando unos cuentos —responde la asistente. — Gracias —se despiden y van en busca de ella. Al llegar al lugar, la ve trepada en el último escalón de una escalera metálica, con un pie sobre esta y el otro en el estante. —¡Enana, acaso estás demente! —exclama el Uruguayo al verla allí trepada. Su lado sobreprotector se activa y sube rápidamente hasta donde está. Sarah gira al escuchar la voz y trastabilla. Gracias a la agilidad del Pequeño Juan que la tomó en sus bra