Capítulo 5

Lucía

El hombre pincha el botón del elevador y este se abre, me indica que pase y vuelve a pinchar el botón de lo que parece ser el último piso. Cierro los ojos y puedo oler la costosa loción que usa el hombre calvo. Al abrir los ojos lo miro atento en el móvil, parece una persona normal… una persona normal que se dedica al tráfico de mujeres y que las conduce hasta el lugar donde les indican los compradores. 

Mis plegarias van hacia no sé donde, no sé si quiero morir rápido o bien que alguien no tan mala persona me haya comprado. Pero al instante entiendo lo estupido de mi pensar.  

Como cada día recuerdo a mi mamá, espero que el plan haya funcionado. Espero que mi hermana haya cumplido su palabra. Espero haya podido convencerla de que he desaparecido. Muerdo mis labios, tienes que ser fuerte… pero aún puedo sentir sus brazos abrazándome.  

La puerta del elevador se abre y el calvo indica que camine. Al alzar la mirada me encuentro con un par de camionetas negras polarizadas. Camina hasta la más cercana y abre la puerta. Me adentro de inmediato y luego lo veo caminar hasta el asiento del piloto. 

En segundos el auto está andando. Salimos del oscuro estacionamiento y el hombre conduce de manera rápida, no es quien me ha traído aquí, en realidad él me tranquilizaba, pero supongo que ya no soy su problema. 

En un par de minutos llegamos a lo que parece una pista de aterrizaje, hay un pequeño avión en el centro, me remuevo en el asiento debido al nerviosismo, nunca he viajado en un avión, espero que todo vaya bien. 

El hombre se detiene a un par de metros y baja, luego abre la puerta y me pide que baje y lo siga. 

—¿Listos para despegar? —dice un hombre mayor, yo me aferro a la delgada bata de seda que me cubre. 

—Listos, te dejo aquí a 244, la recibirán allá —el hombre asiente y me indica que suba un par de escaleras hasta adentrarme al avión.

—¿Ha viajado antes señorita? —yo niego mirando los asientos desocupados—. Bueno, todo irá bien, ahora siéntese y coloque su cinturón. 

Hago lo que me dice y lo veo adentrarse a lo que creo yo es la cabina. Estoy sola en la parte trasera, el avión está en muy buenas condiciones, de hecho parece nuevo. Es cuando escucho como es que se enciende y es cuestión de algunos minutos para que anuncie que va a comenzar el despegue. 

Jamás creí que ésta sería mi primera vez en en un avión, jamás pensé que sería después de venderme. 

Tomo una gran bocanada de aire y es cuando siento una extraña presión y el cambio de velocidad del avión, es muy fuerte y veo como en la ventana vamos despegando. Cierro los ojos y me es imposible no romper en llanto. Escucho las indicaciones del piloto muy apenas ya que mis oídos se han taponado. Después de un rato se normalizan y yo solo me pregunto hacia donde es que me dirijo. 

El tiempo pasa, la verdad es que no tengo ni idea de cuanto, solo veo las nubes y he comenzado a amar esta sensación, el volar, mi cuerpo se tranquiliza por primera vez en muchos días, quisiera poder seguir sintiéndome así de segura. 

La relajación fue tal que no sé en que momento me he quedado dormida, pero siento que he descansado como nunca amarrada en este sitio. Me despierta la necesidad de ir al baño así que me apresuro ir hacia el cartel que indica el baño. Es bastante amplio a pesar de estar en un avión, el sonido del motor me aturde pues es muy constante y es cuestión de un par de segundos para terminar de vaciar mi vejiga, cuando escucho como es que el piloto dice algo que no logro entender. Me  apresuro a salir y volver a mi asiento para después colocar el cinturón y es cuando todo comienza a tambalearse. 

Mis ojos se abren como platos, no es que vayamos a caer… espero. Trago saliva y miro por la ventana, apenas me he percatado que ya se ha oscurecido, creo que llevo bastantes horas en el cielo

—Estamos por iniciar descenso —notifica el piloto, y en efecto comienzo a sentir cómo es que el avión baja de manera repentina, mis oídos vuelven a quedar silenciados y no quiero mirar demasiado hacia la ventana o terminaré por marearme. 

Es cuestión de minutos para que lleguemos a tierra, evito ponerme de pie hasta que los hombres que piloteaban la nave salen de la cabina. 

—¿Qué tal el viaje, señorita? —preguntan y yo asiento

—Bien —digo en un susurro y uno de ellos indica la salida. Camino por las pequeñas escaleras cuando veo un par de camionetas negras estacionadas frente a mí. Sin perder la oportunidad me giro hacia los amables pilotos y me animo a preguntar. 

—¿En dónde estamos? —él alza la ceja al escucharme. 

—Italia —asiento y trato de parecer tranquila. 

—Pero, ¿en qué parte? —vuelve a mirarme algo extrañado

—Milán —mis ojos se abren como platos y me limito a agradecer y caminar hacia un hombre bastante alto y de cabello rubio.

—Buenas noches —dice con un extraño acento y yo le respondo el saludo—. Acompáñeme por favor.

Y subo al auto para iniciar este nuevo camino. Apenas puedo creer que esté en… Milán, solo lo había visto en revistas y páginas de internet. 

La camioneta sigue caminando y mientras, esta noche me sigue ofreciendo paisajes hermosos de esa bonita ciudad, de su gente, de personas que ni siquiera deben de imaginarse que es lo que sucede en este auto. 

Después de un par de minutos el lugar ha cambiado y ahora parece un sector mucho más lujoso, las luces me dejan ciega. Tengo las manos bien aferradas al asiento y mi corazón saltando como loco. ¿A qué me voy a enfrentar?

Da una vuelta más y se detiene frente a un enorme edificio, alto y lujoso. Hay un hombre con traje en la entrada y se acerca de inmediato al auto donde estoy. El hombre rubio baja y camina hasta él. Los observo detenidamente, hablan tranquilos, como si esto no se tratara de la entrega de una chica. 

El hombre de traje asiente e indica la entrada del auto, presiona su oído con el dedo y habla con un micrófono que lleva incrustado en el lujoso traje. 

El chofer vuelve y pone en marcha la camioneta. Se adentra al amplio estacionamiento y sube, uno, dos, tres, cuatro pisos antes de llegar a un estacionamiento con otro guardia de seguridad que deja pasar el auto sin problemas.  

—Parece que te ira bien —dice entre dientes. Mis ojos se abren como platos y trago saliva, ¿sarcasmo?, por supuesto tonta. Baja del auto y camina hacia la puerta trasera—. Abajo chica. 

Muerdo mi labio y asiento, salto de la camioneta y es cuando noto que mis piernas tiemblan de manera incontrolable, creo que esto ha sido demasiado para mí. Trato de enderezarme y parecer preparada para esto. Fue bajo tu propio riesgo Lucia, vamos. 

Comienzo a caminar junto con el hombre hasta llegar a lo que parece otro elevador, un hombre rubio con nariz aguileña nos saluda, o eso es lo que creo que ha dicho, ya que no entiendo el idioma. 

—Bien, hasta aquí llegué chica, espero te diviertas —dice de forma seria y por un instante quería correr junto a él pero detuve mis piernas en ese mismo instante. 

El hombre de nariz aguileña indica con la mano la entrada y habla pero no entiendo lo que dice así que me limito a asentir y camino por donde me indica. 

Al estar dentro del elevador aferro el batón de seda a mi cuerpo y me repito que estoy preparada para esto. Sabía a lo que venía. Las puertas se abren dejando ver un recibidor bastante bonito y muy elegante, las paredes son de colores tierra y con una decoración sencilla pero lujosa. 

El hombre vuelve a invitarme a pasar ¿es él quien me ha comprado?, no puedo dejar de mirarlo con los ojos bien abiertos hasta que me indica que vuelva a caminar y me quedo estática una vez dentro, ya que la casa es… preciosa y enorme, nunca había visto un sitio así… bueno tal vez en alguna película. El hombre vuelve a decir algo pero yo niego con la cabeza y me encojo avergonzada. 

—Lo siento, no te entiendo —digo y él frunce el ceño. Toca su oreja para hablar por el micrófono mientras yo miro a mi alrededor. Hay una enorme sala con candelabros cayendo del alto techo y elegantes muebles color negro… esto debe ser un… 

—Gracias Antonio —escucho una voz masculina y me giro en el instante—. Bienvenida…

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