26. ANTE LA MADRE

Lara lo observó con detenimiento. Parecía imposible que un humano pudiera alcanzar el tamaño y corpulencia de aquel hombre. Debía medir cerca de dos metros, y su espalda y su pecho parecían nada menos que un caparazón blindado. Su rostro era severo y adusto, pero en el fondo se le adivinaba la firmeza considerada del líder, que obliga a la fidelidad de sus hombres por respeto. 

Durante un largo momento no lo reconoció, pero la Memoria vino en su ayuda, y Lara se maravilló de lo mucho que medio milenio de constante lucha habían cambiado al muchachito que la Madre recordaba.

_ Una intrusa. _ repitió Brago, situándose a dos pasos de ella y mirándola de arriba a abajo como si se tratara de un indefenso animalito silvestre y no de un atacante, pero algo llamó al punto su atención.

Los ojos del Primer Oficial se concentraron en el cabello de fuego que ca&iacut

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