*Capítulo 5*

Después de que el Jeque se retirara, el Príncipe había hecho llamar a una mujer de nombre Naiara, era joven, hermosa, de ojos y cabello oscuro, con una piel hermosamente bronceada.

-¿Desea prepararse para la cena señorita?- le preguntó y ella asintió.

-Sí. Muchas gracias.

-Sígame, la llevaré a sus aposentos- aquella palabra sonaba tan extraña para Isabella. Hablar de una recámara en plural era bastante extraño. Pero al llegar a la habitación lo comprendió, era realmente enorme, tanto que podían haber sido cuatro habitaciones, o quizás cinco, el hecho de que le dijeran "sus aposentos" era perfecto.

Sobre la inmensa cama encontró su mochila, la que contenía las pequeñas cosas que trasladaba en ese viaje, la mayoría de ellas, barras de cereal integral, cantimploras con agua y un par de latas que contenían granos, pero a decir verdad, no supo si entre las tres o cuatro mudas de ropa que llevaba consigo había algo adecuado para sentarse a la mesa del Jeque.

-Le prepararé su baño- dijo Naiara haciendo una pequeña inclinación y perdiéndose por una amplia puerta, todo era tan extraño y diferente en Norusakistan. Isabella, pensó en que su Soberano era muy caballeroso y responsable al permitirle hospedarse en Palacio.

Sus pensamientos viajaron hacia aquel hombre, el Jeque de Norusakistan; era increíblemente atractivo, quizás demasiado para ser hombre, sus profundos ojos eran una muestra del misterio que encerraba; oscuros, hermosos. Su boca. . . .tenía una boca que sería la perdición de cualquier mujer, una boca que incitaba a ser besada.

¿Qué diablos estás pensando Isabella?- se reprendió mentalmente- ¿te has vuelto loca?

Agitó la cabeza de lado a lado en un intento de ahuyentar sus pensamientos.

-La bañera está lista, señorita Stone- le informó Naiara, volviendo a la habitación.

-Deberías llamarme solo Isabella- le dijo.

-Nada de eso señorita, sería irrespetuoso de mi parte. Es usted la invitada de su Excelencia, jamás podría llamarle por su nombre de pila.

-¿Ni aunque te lo pidiera?- Naiara dejó ver una hermosa y deslumbrante sonrisa, que no hizo más que incrementar su belleza. ¿Eran todas las mujeres del oriente tan bellas?

-Podría llamarle; señorita Isabella.

-Eso es suficiente- sonrió. Esperaba que ella se marchara pero la joven se quedó mirándola- ¿Sucede algo?

-No. Estoy esperando a que me dé indicaciones- ¡Rayos!, esto era realmente extraño- ¿Desea que la bañe o que prepare sus vestidos señorita?

-Puedo bañarme sola, Naiara- le dijo con ojos enormes. Es que no tenía cinco años y no permitiría que alguien más la viera desnuda.

-Sé que es incomodo señorita Isabella- le sonrió- pero es fácil acostumbrarse. Si me permite sugerirle, esta vez báñese usted misma, yo le prepararé sus vestimentas.

-Gracias- le dedicó una sonrisa.

La enorme bañera estaba llena de una deliciosa agua tibia, esencias y sales que olían delicioso, además de pétalos de rosas que flotaban en la superficie.

En Norusakistan, sí que saben consentir la piel.

*****************

El Jeque se encontraba frente al espejo mientras Nazir le ayudaba a colocarse la túnica. Las costumbres le exigían que se vistiese de rojo y dorado al menos dos meses, como muestra del dolor que atravesaba por la muerte de su antecesor, eran colores que le quedaban muy bien, pero que le recordaban lo triste de la situación, encontrarse en el Poder, solo a causa del fallecimiento de su padre, era como si hubiese ganado un premio pisoteando a alguien más, ser el Príncipe heredero resultaba inquietante en aquel preciso momento.

Si Zahir fuese responsable y maduro, quizás considerara la posibilidad de abdicar y cederle el trono, pero sabía que en la situación actual, su pequeño hermano no sería un remedio, sino quizás un mal para su adorado país. Habían países hermanos y pequeños emiratos con gobernantes despiadados que estaban a la caza de que algo anduviese mal en otros países para propiciar guerras e invadir tierras ajenas con el único fin de obtener poder, él no estaba dispuesto a permitir que su gente pasara por aquello, esas eran las amenazas externas, que quizás no fuesen tan peligrosas como el gusano que tenía dentro de sus propias tierras.

Esquizbel, su primo era como la peste, además de ser un traidor que había jurado hacerse del trono de Norusakistan, nada más pensar en él, su humor cambiaba. ¡Jamás, Jamás permitiría que Esquizbel se hiciera del poder de su país!, ese que su padre había cuidado y defendido con tanta pasión y vehemencia.

Él, el nuevo Jeque, se encargaría de que las garras de su despiadado primo se mantuviesen lejos del poder. Ese era otro motivo por el cual no podía ceder el trono a Zahir, él era impulsivo, y en ocasiones violento, resultaba ser muy mal político para llevar negociaciones y acuerdos, y de seguro, siendo el Jeque, no perdería oportunidad de exiliar a Esquizbel, sin ninguna razón, lo que podría traer consecuencias, revueltas en la nación.

Suspiró agotado, su gobierno había a penas comenzado y ya estaba pensando en claudicar.

-Parece usted cansado, Majestad- la voz de Nazir estaba cargada de preocupación- quizás desee que le traigan aquí la cena.

-No es necesario, Nazir. Acompañaré a mi hermano y a mi madre, además tenemos una invitada y no pienso desairarle.

-Después de los eventos Excelencia, sería natural que quisiera descansar-argumentó.

-No será necesario- repitió mientras pensaba en su huésped.

Isabella Stone, era una mujer realmente hermosa, su cabello rubio con reflejos dorados y rojizos, llamaba la atención de cualquiera a kilómetros, parecía ser tan sedoso que daban ganas de deslizar los dedos entre sus hebras, sus bellos ojos verdes eran serios pero llenos de brillo y parecían estar a la expectativa, su nariz era perfilada y perfecta, y esa boca. . . esa boca era llena y carnosa, despertaban  deseo de acariciarlos y descubrir su sabor. . . de seguro serían deliciosos.

Despertó de sus pensamientos sobresaltado. ¿Qué le ocurría?

Se tranquilizó diciéndose que era natural que pensara en ella; era extranjera, hermosa, muy diferentes a las mujeres con las que se rodeaba y estaba bajo su mismo techo. No significaba nada especial, solo que le resultaba una novedad. . . solo eso.

*********

Isabella salió del cuarto de baño envuelta en una nube de vapor de olores exquisitos, se encontró a Naiara de pie junto a la cama, y sobre esta última estaba extendido con un hermoso vestido de color verde Jade, que parecía una túnica y de seguro llegaría hasta cubrirle los pies, un gemido escapó de su boca, era realmente hermoso.

-Su Majestad, el Jeque, le envía este presente como bienvenida a Norusakistan, esperando que le guste y pueda usarlo durante la cena.

-Es realmente hermoso, Naiara- dijo acariciando la suave tela- una prenda exquisita.

-Así es señorita Isabella, es una hermosa manera de darle la bienvenida- le sonrió- su Excelencia es generoso.

-Así es- respondió ella con los ojos sobre la prenda. Al volar a Norusakistan, se imaginó durmiendo en su tienda sobre la arena, sin lugar ni momento para tener una ducha decente, comiendo lo poco que llevaba en la mochila, a eso estaba acostumbrada Isabella Stone, con su espíritu aventurero, jamás pensó ser huésped en la casa real, ni tener un baño como el que acababa de tomar, ni cenar en la misma mesa que la familia real, y mucho menos recibir un presente del Soberano de aquel país. Sin duda alguna Norusakistan le tenía deparadas muchas sorpresas.

No pudo resistirse ante la insistencia de su doncella, quién terminó por vestirla como si fuese una chiquilla, cosa que era bastante incómodo para Isabella, luego de eso la dirigió en silencio a un gran salón decorado de forma exquisita, el dorado y el verde se hacían presente, así como el azul rey que estaba en muchos lugares. Después de ingresar a aquel amplio salón Naiara, se retiró en silencio.

-Buenas noches- dijo y los dos hombres presentes se giraron hacia ella. El Jeque y El Príncipe eran tan semejantes como el día y la noche, aunque si en algo coincidían era en esa belleza masculina y poderosa que aparentaba ser solo suyas.

-Buenas noches, señorita Stone- le respondió el Jeque.

-Oh Señorita Isabella, que bien se ve usted- le halagó El Príncipe, sonrió agradecida pero algo decepcionada de no recibir aquellos halagos de parte del Jeque- Esa túnica es perfecta para usted, hace resaltar sus ojos.

-Gracias, Alteza- respondió caminando hasta ellos- y gracias a usted su Majestad, ha sido un hermoso detalle.

El Jeque la miró directamente a los ojos y luego la recorrió con la mirada.

-Ha sido un placer, Señorita Stone- le dedicó una inclinación del rostro.

Aquella mujer se veía endiabladamente bien. Qué Alá, le perdonara por ese pensamiento pero no podía expresarlo de otra manera. Sus delicadas curvas se insinuaban con sutileza bajo la tela, sus ojos parecían más verdes e intensos, y ese perfecto cabello caía en cascada sobre sus hombros. Estaba perfecta, hubiese querido ser el primero en alabar su belleza, en ese momento apretó los dientes con fuerza.

¿Por qué tenía Zahir que adelantarse siempre?

-Sin duda alguna, Su Majestad no se ha equivocado- la voz de su hermano menor le impidió seguir cavilando sobre la situación. Contuvo unas palabras cuando ella le sonrió sincera y abiertamente a Zahir- Jamil, señorita Isabella.

Ella frunció el ceño al no comprender lo que él quería decirle. El Jeque quiso maldecir al escuchar que su hermano le llamaba; hermosa. ¿Qué derecho tenía?, sin duda alguna el mismo derecho que tenía él de enfadarse; ninguno.

La vió abrir la boca para responder cuando su madre entró en la habitación, enfundada en una hermosa túnica dorada con bordes rojos.

-Buenas noches- los tres se giraron hacia ella- oh- exclamó la mujer- tú debes ser, Isabella Stone- le sonrió- no podía aguantar un minuto más para conocerle- Isabella sonrió nerviosa sin saber qué decir o cómo llamarle, sabía que aquella mujer era la madre del Jeque y El Príncipe, solo que pensó que aunque en fotos era realmente hermosa, le hacían poca justicia. A su avanzada edad, resultaba ser una mujer increíblemente bella, sin duda alguna eso le había transmitido a sus hijo- Puedes llamarme Hayffa.

-Es un placer- Isabella le dedicó una tímida sonrisa.

-El placer es mío querida, eres realmente hermosa, que cabello tan peculiar.

-Muchas gracias- Isabella se acarició el cabello nerviosa, al parecer era tal y como había dicho el Jeque; era un cabello sumamente llamativo.

--¿Puedo llamarte Isabella?- preguntó.

-Por supuesto.

-Qué ojos tan hermosos Isabella, son como piedras de Jade, son como dos profundos pozos de Jade- Ella se ruborizó ante el cumplido, sintió que todo su cuerpo se ruborizaba de ser posible, la personalidad de la esposa del antiguo Jeque, era bastante alegre, y aunque en sus ojos se notaba la tristeza, era evidente que tenía mucha chispa y eso le evitaba entregarse al dolor- Oh qué dulce Isabella, te has ruborizado- le tocó una mejilla con ternura.

-Madre- la voz del Jeque era firme y serena- estás avergonzando a nuestra invitada.

-No lo creo, su Excelencia- odiaba que hasta su madre le llamase así.

-Me temo que su Majestad tiene razón madre- la voz del Príncipe era risueña- no hagas que se arrepienta por haber aceptado nuestro ofrecimientos.

-Para nada, hijos míos- les sonrió- presiento que Isabella y yo seremos grandes amigas- respondió guiñándoles un ojo a lo que Isabella volvió a ruborizarse.

La cena fue animada, ya que Hayffa se encargaba de llenar el espacio con buena conversación, además de contar muchas anécdotas de Norusakistan. Los ojos de Isabella, se desviaban inconscientemente hacia El Jeque, quien comía en silencio y solo asentía o sonreía de vez en cuando.

-¿Eres fotógrafa no, Isabella?

-Si- respondió ella sonriendo a la madre del Jeque- trabajo en la fotografía desde hace muchos años- explicó y se sintió algo incomoda al tener tres pares de ojos sobre ella.

-Eso quiere decir que a usted viajado mucho- esta vez era la voz de Zahir.

-Así es su Alteza. He fotografiado lugares sorprendente y animales salvajes, animales en peligro de extinción, he fotografiado el mar y las diversas especies marinas, el desierto, el bosque, las llanuras.

-Tiene mucha experiencia- la voz del Jeque la hiso estremecer.

-Así es, su Majestad.

-Un trabajo bastante arriesgado, Isabella- le dijo Hayffa.

-Si, pero muy gratificante, he visto lugares hermosos, puedo parecer vulnerable pero, soy más fuerte de lo que muchos creen- sonrió.

-Sin duda alguna, querida. ¿Y estás casada?, ¿tienes hijos?

-No y no- sonrió- me he dedicado a mi trabajo, es lo que me apasiona y. . . no he tenido tiempo de pensar en esposo e hijos- La penetrante mirada del Jeque se posó en ella, la observaba fijamente y en silencio.

-Es una pena. Eres hermosa, deberías tener un buen marido, y descendencia que asegure tu linaje- Ella se ruborizó un poco.

-Debería- fue lo único que dijo, para después masticar un bocado de comida- miró al Jeque antes de decir.- Su Majestad- él la miró de nuevo, con esos hermosos ojos fijos en ella- en un principio mi idea era fotografiar el desierto, algunos animales que allí habitan y con algo de suerte la fachada del Palacio- él asintió en silencio- en vista de los giros que ha dado mi viaje, me gustaría contar con su consentimiento para fotografiar el interior del Palacio y quizás. . . a la familia real.

El Jeque permaneció en silencio, observándola con el ceño fruncido por lo que pareció una eternidad. Isabella pensó que él se negaría ante la posibilidad, a fin de cuentas nadie había fotografiado el interior del Palacio anteriormente, sólo algunos salones que fueron dispuestos para eso.

-¿Es usted consiente de lo que me pide, Señorita Stone?

-Lo soy, Excelencia- lo miró sin desviar la mirada.

-El Palacio no ha sido fotografiado antes- parecía sereno.

-Lo sé Majestad, sería lo mejor, ser la primera en hacerlo. Sería todo un privilegio.

El Jeque guardó silencio nuevamente, parecía considerar los pro y los contras de la situación. Isabella, imitó su gesto cuando él frunció el ceño, luego lo vio relajarse.

-De acuerdo, señorita Stone. Puede fotografiar la casa real.-concedió.

-Gracias, Excelencia- le dedicó una tímida sonrisa.

-Sólo le pediré un favor.

-Usted dirá- le miró a la expectativa.

-Si desea fotografiar el desierto o los al rededores de Palacio, que le acompañen, no sería prudente que lo haga sola.

Fue el turno de Isabella de fruncir el ceño, para relajarse a los minutos.

-De acuerdo, su Majestad.

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