Es temprano cuando suena el teléfono de la habitación. Bueno, no tan temprano, son las ocho, pero el cansancio me mantiene atrapada en la cama. De mala gana, alzo la bocina.—Señorita, buen día. El señor Richard le espera en el restaurante.Parpadeo lentamente, tratando de espantar el sueño, pero parece que no me abandonará hasta que entre en acción una ducha fría. No escuché sonar la alarma de mi celular, así que debo hacer en cinco minutos lo que planeaba hacer en media hora.—Gracias, por favor, dile que no demoro en bajar.Salto de la cama y, sin pensarlo dos veces, me meto en la ducha. Afortunadamente, no tengo que lavarme el cabello, lo que hace todo más rápido. Ni siquiera le doy una oportunidad a esa bañera tentadora. Mi cuerpo aún muestra algunas marcas, a pesar de mis esfuerzos por borrarlas. Por suerte, el clima permite que use ropa que las cubra sin levantar sospechas.La salida con Richard es excelente, una jornada divertida y agotadora. Imagino, debido a la cantidad de d
La habitación se siente inmensa y vacía. El silencio pesa, como si necesitara escuchar su voz para volver a respirar. No sé qué me pasa. Desde ayer, he sido impulsiva, emocional, fuera de control. No puedo evitarlo; mis emociones están desbordadas, y no me reconozco.Casi son las tres de la tarde cuando, finalmente, me animo a llamarlo. Sebastián ya debería haberme contactado para hablar sobre la bebé, así que reúno el valor suficiente para marcar su número.—Hola... ¿Has podido hablar con tu primo? ¿Cómo está con la niña? —es más fácil preguntarle eso que abordar directamente cómo se siente.—¿Cómo que como se porta con la niña? — su tono alarmado me pone en alerta; algo en mi pregunta ha tocado una fibra sensible, definitivamente él detectó algo.Entro a explicarle algunas de las reacciones normales en las familias con enfermos terminales y noto que, sin querer, lo estoy preocupando más. Me cuenta que Noah no ha visto a la bebé desde que ingresaron a Mía al hospital.—¿Has comido? —
Tras colgar la llamada, el peso del día cae sobre mí como una losa. El cansancio físico y mental es abrumador. Noah insiste en que muchas de mis preocupaciones son autoimpuestas, pero por más que lo intento, no puedo desprenderme de ellas. Son parte de mí, tan arraigadas que forman parte de mi ADN.Lo único que quiero es llegar al hotel y, aunque sea por un instante, ver a Sophía. Me inquieta no saber cómo fue su salida con Richard, y necesito quitarme al menos esa preocupación de encima. Además, quiero que me ayude a encontrar la mejor forma de acercar a Noah a la pequeña Elizabeth. Aprovecharé para que comamos juntos; no me gusta que sea tan tarde y que esté sin almorzar. Esa parte de mi plan es razonable, alcanzable. Pero el resto... es un deseo imposible: quiero descansar abrazado a ella, sentir la suavidad y calidez de su piel contra la mía.Al llegar a mi habitación, dejo algunas cosas a un lado y la llamo. El tono suena una y otra vez sin respuesta. Lo intento varias veces, y n
Su rostro palidece de repente, y noto cómo pierde el equilibrio. Si no fuera por mi rápida reacción, seguramente habría caído al suelo.—¿Qué te pasa? —pregunto con urgencia, preocupado por su bienestar—. ¿Estás bien?Su frente descansa contra mi pecho por unos instantes, dejándome ser su apoyo. Siento el subir y bajar de su respiración, acelerada al principio, pero poco a poco se calma. Trata de alejarse, pero no la dejo ir.—Estoy bien, puedes soltarme, Sebastián —responde, mostrándome su rostro, ahora solo un poco menos pálido—. Debe ser por haberme quedado dormida en el agua caliente… y la falta de comida.—No mientas. Richard me dijo que te sentiste mal durante la salida, así que no puede ser solo eso —afirmo mientras sujeto su cintura con más firmeza y la guío suavemente hacia la cama para que se siente.—No exageres. Antes era la falta de sueño y la diferencia horaria, pero ya dormí evidentemente, solo que no en las condiciones en que debía —afirma convencida de su respuesta.—
Entro en la habitación de Sebastián, buscando aprovechar este breve momento de calma. Sé que es temporal, pero lo necesito. Lo necesitamos. La genuina preocupación que vi en su rostro es suficiente para mí por ahora.Mientras él coloca mis maletas en el armario, me ocupo de dejar algunas cosas básicas en el baño. Al mirarme en el espejo, mi atención se detiene en los moretones de mis hombros. No son tan evidentes, así que me sorprende que Sebastián los haya notado con tanta facilidad. Tomo un poco de crema y empiezo a masajear suavemente, intentando difuminar las marcas y acelerar su desaparición.Tengo que encontrar la forma de calmarlo. No he perdonado a Dylan, pero tampoco quiero que Sebastián se meta en problemas por mi causa. Debe haber una mejor manera de manejar esto. Además, necesito mi trabajo.—¿Haces lo mismo con mis marcas? —su voz me toma por sorpresa. Está recostado contra el marco de la puerta, observándome con una intensidad que me deja sin palabras por un momento.Su
—Prometo ser tan suave como pueda —murmuro, deslizando mi mano bajo su camisa y sintiendo cómo su piel se estremece bajo mi toque.—No soy de cristal, ¿recuerdas? —réplica con una sonrisa traviesa, y el significado de sus palabras no me pasa desapercibido. Aun así, no me arriesgaré a empeorar su malestar.Ella levanta los brazos, permitiéndome retirar su camisa con facilidad. Su busto, apenas contenido en esa lencería blanca, me hipnotiza. Hay tantas cosas que quiero hacerle, pero no antes de disfrutar el conjunto completo. Invierto nuestras posiciones y desabrocho su pantalón con lentitud, dejándola expuesta en toda su gloria.Es absolutamente hermosa. Sexy. Mis marcas en su piel, aunque se ven más tenues de lo que deberían, aun así me llenan de una satisfacción primitiva. Esta noche será diferente. ¿Cómo demonios logró meterse tan profundo bajo mi piel? No lo sé, pero por más que intenté apartarla de mi mente, ella ganó la batalla en un tiempo récord. De nada sirvió la lógica cuando
No tengo idea de qué hora es, pero sé que hemos dormido mucho. Mi cuerpo se siente lleno de energía, cortesía de la calidad del descanso. Abro los ojos, y lo primero que veo es su espalda desnuda, cuyo final se oculta bajo la sábana blanca. Mi conciencia está tranquila, traté por todos los medios de advertirle, salvarla del peligro que represento, pero ya estándo en este punto no hay forma en que la deje ir.Aquí es donde debe estar, mi cama es donde debe amanecer. Solo ese pensamiento es suficiente para que la energía acumulada en mi cuerpo forme una erección, una tan firme que me sorprende para la hora que es. Pero ya libre de culpa, lanzo la sábana a un lado, dejando expuesto el objeto de mi deseo, vulnerable ante mí. Bueno, "vulnerable" es solo un decir, porque estoy seguro de la batalla que me dará la mujer que mi corazón eligió. Lástima que la guerra no sea solo en la cama.Sonrío con malicia al imaginar sus reacciones, y la necesidad en mi cuerpo se vuelve casi dolorosa. Aparto
Nunca me había sentido tan vulnerable ante alguien. La fuerza abrumadora de Sebastián y la imposibilidad de moverme me dejaban completamente a su merced. Y sin embargo, a pesar de mi resistencia, mi cuerpo me traiciona. El placer en sus ojos al verme indefensa es suficiente para encender mi deseo, aunque lo odie. Me mantiene al borde, jugando con lo que mi sexo anhela, torturándome con la deliciosa promesa de más. Se está divitiendo. Pero en algún momento encontraré la manera de desquitarme. De eso, no tengo duda.Jamás pensé que podría disfrutar este papel de debilidad, pero él lo hace sentir tan seguro, tan tentador, que al final me pierdo en su fantasía. Termino pidiéndole más, entregándome de maneras que me asustan. Cuando todo acaba, estamos exhaustos, uno junto al otro, y aunque por primera vez me llama su mujer y deja claro que me quiere a su lado, algo dentro de mí se resiste. No puedo decirle que sí a todo. No quiero.Sebastián es fuerte, acostumbrado a tener el control, a qu