Nunca me había sentido tan vulnerable ante alguien. La fuerza abrumadora de Sebastián y la imposibilidad de moverme me dejaban completamente a su merced. Y sin embargo, a pesar de mi resistencia, mi cuerpo me traiciona. El placer en sus ojos al verme indefensa es suficiente para encender mi deseo, aunque lo odie. Me mantiene al borde, jugando con lo que mi sexo anhela, torturándome con la deliciosa promesa de más. Se está divitiendo. Pero en algún momento encontraré la manera de desquitarme. De eso, no tengo duda.Jamás pensé que podría disfrutar este papel de debilidad, pero él lo hace sentir tan seguro, tan tentador, que al final me pierdo en su fantasía. Termino pidiéndole más, entregándome de maneras que me asustan. Cuando todo acaba, estamos exhaustos, uno junto al otro, y aunque por primera vez me llama su mujer y deja claro que me quiere a su lado, algo dentro de mí se resiste. No puedo decirle que sí a todo. No quiero.Sebastián es fuerte, acostumbrado a tener el control, a qu
Se devuelve con paso aplomado y una suave sonrisa, pero el brillo asesino de su mirada dice en cuántos problemas estoy. Sé que lo que estoy haciendo se ve mal, pero, en mi defensa, es solo una travesura inocente con un buen fin.La enfermera me mira con reproche, y por un momento me quedo sin saber qué decir. Lo único que tengo claro es que, por primera vez, no me molesta que una mujer me marque territorio. Lo que no esperaba era que Sophía me besara, especialmente con lo enfadada que está.Su sonrisa es demasiado controlada, una señal de que me va a cobrar cada error, y con paciencia. Me aclaro la garganta y le dirijo una sonrisa incómoda a la enfermera, consciente de que ya no cuento con su simpatía como ayer. En ese momento escucho mi nombre a lo lejos.—¿Sebastián? —Noah se acerca con una mirada interrogativa—. ¿Qué haces aquí? Creí que habíamos quedado en vernos en la cafetería de ayer.—Gracias, Meg —digo rápidamente a la enfermera, antes de dirigirme hacia él—. Decidimos recoge
Noah tiene algo distinto, algo que lo separa de Sebastián y Alexander. No sé exactamente qué es, pero no puedo evitar pensar que sus vivencias son más cercanas, más reales. Mientras que Sebastián y Alexander proyectan una imagen intocable, casi demasiado perfecta para este mundo, Noah parece un hombre anclado en la misma realidad que yo. Una realidad donde se trabaja duro para obtener las cosas, y donde salir al parque y sentir la cálida caricia del sol mientras se juega con un perro es una pequeña pero poderosa victoria.Debajo de esas ojeras y su aspecto descuidado, se esconde un hombre atractivo, de facciones amables, con un físico “normal”, que podría haber sido la tentación de muchos si se hubiera preocupado por ejercitarse como lo hacen sus primos. Pero parece que esas cosas no le interesan, y no hay garantía de que algún día lo hagan, igual que no la hay de que vuelva a abrir su corazón. Es un hombre bueno, pero herido, atravesando un duelo anticipado, sin saber cómo enfrentarl
Tiene los cachetes rellenitos y la nariz redondita y chiquita, es una bebé hermosa. Duerme plácidamente entre mis brazos, mientras el silencio funge de copiloto de Sebastián, quien me regala miradas furtivas a través del espejo retrovisor.Lo ignoro por ahora.Unos metros más adelante, veo un centro comercial al costado derecho del camino. Sin dudarlo, decidió suspender temporalmente su castigo:-—Debemos hacer unas compras urgentes para el bebé —digo, señalando el lugar—. No es seguro llevarla en brazos, es mejor que tenga su silla especial en el carro.Sebastián no necesita que lo repita. Cambia de ruta y poco después estamos aparcando en el estacionamiento casi vacío. Se apresura a abrirme la puerta ya ayudarme a bajar con el bebé.—Saca la carriola para que nos podamos mover mejor —le pido, notando que se ha olvidado tanto de la carriola como de la pañalera.Fue entretenido y hasta tierno verlo pelear con la carriola para armarla, pero al final lo logra. Coloco a la bebé dentro, l
—La puerta ya ha sido reparada, señora —anuncia la recepcionista, mirándome con curiosidad desde el mostrador mientras estaciono el coche. Su mirada se detiene un instante en el bebé, como si intentara recordar si estuvo aquí antes—. ¿Quieres que le reasignemos la habitación?—Sí, por favor —respondo antes de que Sebastián llegue con el resto de las cosas y decida contestar por mí.No es que no quiera que esté cerca, pero así es más fácil para mí hacerme la prueba de embarazo con calma mañana por la mañana. Espero a Sebastián en su habitación y dejo a la pequeña sobre la cama, boca abajo, observando su esfuerzo al alzar la cabeza y el pecho apoyándose en sus codos diminutos. No veo razón para llevarla al pediatra de urgencia: se ve bien de tamaño y reflejos para sus casi tres meses, así que concluyo que el problema eran gases mal sacados, lo que le provocaba los cólicos.La acomodo nuevamente y me recuesto a su lado, pensando en la desgracia que sin saberlo, está atravesando la bebé.
El resultado es irrefutable. Hice la prueba dos veces, leí las instrucciones hasta el cansancio: positivo. Estoy embarazada.Mi mano tiembla mientras sostengo la segunda prueba, con las dos líneas rojas que confirman mi estado. No sé si reír o llorar; lo que sé es que necesito contarle a alguien, alguien que sea mi Pepe Grillo y me ayude a descargar un poco el peso psicológico de esto. Evidentemente, no estoy manejando las cosas bien.Casi puedo imaginar su reacción. Primero se sorprenderá, luego me regañará, pero al final, como siempre, me va a apoyar. No hay otra persona más apta para eso que Tommy, mi mellizo. Tomo una foto de la prueba y se la envío por WhatsApp. Amo a Isabella, pero la dinámica de nuestra relación es diferente a la que tengo con mi hermano, pues Tommy es casi una extensión de mí, mientras que Isabella es mi hermana menor, la niña a quien cuidar.La sutileza entre mi hermano y yo no existe; siempre hemos sido directos e incluso bruscos en nuestro trato desde peque
Nunca había deseado una relación seria. Siempre había tenido mujeres en mi cama, mujeres que se entregaban a mis fantasías sin reparos, pero ninguna había despertado en mí más que simple deseo. Hasta hace poco, mi vida estaba perfectamente ordenada. Las reglas que me había impuesto eran claras… hasta que apareció Sophía. Desde entonces, las certezas se desmoronaron una a una. Quizás sea la insistencia del abuelo, que me anima a formar una familia; Tal vez la felicidad radiante de Alexander con Isabella, tan intensa que casi empalaga. No lo sé. Lo único que tengo claro es que quiero a Sophia a mi lado.Quiero despertar a su lado, tener esas conversaciones triviales en las cuales nos contemos como nos fue en el día y ahora cortesía de la pequeña Elizabeth en sus brazos, también la imagino con un hijo mío. La idea es a la vez hilarante y aterradora, pero imposible de ignorar. Perdí al intentar alejarla; la sola idea de verla en otros brazos fue más de lo que pude soportar. No me queda más
—Esa conversación tendrá que esperar un poco. Yo aún tengo cosas que pensar y tú tienes una cita con Noah; ya te he retrasado demasiado.Sonríe antes de salir de mi habitación, y yo me quedo como una tonta, mirando hacia la puerta por donde acaba de irse y tocando mi vientre hasta que los ruiditos de Elizabeth me sacan de mi ensoñación.—Tú ya desayunaste, ahora me acompañas —le digo a la pequeña antes de ponerla en su carriola y dirigirnos al restaurante del hotel.Camino junto a la mesa de desayuno bufet y me alejo casi corriendo de algunos olores. Agradezco que Sebastián no esté aquí, ya que no tendría otra excusa creíble para justificar mi malestar.—Solo un poco de fruta, un par de panqueques con miel y queso, y avena para beber, por favor —le pido al encargado del bufet.—A mí, por favor, huevos con tocino, pan y café con leche —me sorprende la voz de Richard a mi lado—. Es lo menos oloroso que puedo comer —agrega con una sonrisa, dejándome claro que sabe que algo me pasa—. Ve a