Inicio / Fantasía / EL BÁRBARO MALDITO / LA ESPADA DEL BÁRBARO (3)
LA ESPADA DEL BÁRBARO (3)

El asedio de Roma había iniciado poco después de la muerte de Estilicón, en el 408 y se había extendido por dos años. ¡Dos largos y tediosos años! Nuestra única labor consistía en repeler el envío de refuerzos militares romano, escaso como era en aquellas épocas en que se había sumido en un atolladero político miserable, y en mantener las vías de nuestro abastecimiento libres. Fuera de esas esporádicas acciones militares nos consumía la aburrición y el tedio más absolutos que ni las prostitutas, ni los festines, ni el hidromiel que nos proporcionaba Alarico lograba hacer menguar.

 Las murallas y los enormes portones de la ciudad eran inexpugnables así que finalmente Alarico pactó con el emperador Honorio que desde hacía dos años residía en Rávena.

 —Como gesto de buena voluntad —nos explicaba tras haber convocado a la asamblea de consejeros— he enviado 300 esclavos godos como regalo a Roma. Honorio ha aceptado pagarnos un tributo que prácticamente vaciará las arcas romanas.

 —¡No puedes ser tan incauto, Atarico! —reclamó Ataúlf— ¡Honorio jamás cumplirá su palabra y no te dará una sola moneda!

 —Lo sé.

 —¿Pero entonces… por qué?

 —Querido Ataúlf, ¿no has aprendido en este largo sitio que Roma sólo puede caer desde adentro?

 En efecto Honorio incumplió su promesa, como Atarico esperaba. Los esclavos godos se rebelaron dentro de los muros de la ciudad, mataron a sus capataces y se alzaron en armas abriendo la majestuosa Porta Salaria y permitiéndonos así el ingreso a la ciudad el 24 de agosto del 410…

 ¿Cómo puedo describir el saqueo de Roma?

 Me resulta bastante difícil. Debería empezar por explicar la gloriosa magnitud de la ciudad de Roma. Aunque su imperio agonizaba la ciudad seguía siendo el pináculo de la magnificencia y la civilización humana. Su belleza era inconmensurable con sus finos acabados, sus bellezas arquitectónicas, sus calles pavimentadas y sus palaciegos edificios.

 Los bárbaros nos distribuimos a lo largo de toda la ciudad, arrebatando todo lo que fuera de valor, adueñándonos de los tesoros en los edificios públicos, en los templos y en las casas de los acaudalados patricios, destruyendo estatuas, jarrones, macetas y prácticamente todo aquello que pudiera hacerse trizas terminó siéndolo. Muchos habitantes de la ciudad perecieron pero la verdad fuimos generosos y no hubo masacres ni violaciones masivas, sencillamente nos ocupamos de robar todo lo valioso y en la noche hicimos un ruidoso y lúdico festín celebrando nuestra victoria. ¡Éramos los primeros extranjeros en tomar la ciudad en siete siglos! ¡Nosotros habíamos hecho caer a Roma! ¡El Imperio más grande de la historia estaba a nuestros pies!

 ¡Ah que días tan gloriosos eran aquellos! Estábamos embriagados de dicha y euforia por nuestro triunfo. Seríamos recordados eternamente en la historia como los destructores de la Roma imperial.

 En el palacio del emperador fue donde Alarico hizo su propio banquete repleto de todo tipo de manjares extraídos de las alacenas imperiales, brindamos con vino y nos regocijamos con algunas prostitutas. Incluso nos decoramos con los medallones, anillos y alhajas que pertenecían al Emperador y su corte, el propio Alarico se colocó una corona imperial enchapada en diamantes que pertenecía a Honorio y que se torcía hacia un lado de su cabeza.

 Ante su presencia fue traída Gala Paladia, la bella hermana del Emperador, arrastrada a empujones por el tosco Sigérico.

 —Aquí tenemos un botín más preciado que todo el tesoro imperial —dijo sardónico Sigérico mientras le aferraba el mentón para mostrarla como una presa ante Atarico. —la hermana misma del Emperador. ¡Quítate la ropa! ¡Haznos un baile desnuda! —le ordenó empujándola hacia la mesa del banquete y provocando que la infortunada Gala cayera al suelo.

 —¡Basta! —vociferó Ataúlf enfurecido y se levantó de su asiento para arrodillarse ante ella y ayudarle a levantarse— ¡No somos animales! ¡Demostremos a los romanos que no somos cobardes como ellos que se meten con mujeres indefensas!

 Todos los comensales coincidimos y apoyamos las palabras de Ataúlf con expresiones de asentimiento.

 —No se preocupe, señorita, no le sucederá nada —dijo Ataúlf asistiéndola para que se pusiera de pie y Gala le dispensó una sonrisa nerviosa pero agradecida.

 —Coincido con Ataúlf, por supuesto —declaró Atarico levantándose— pero aún así la hermana de un Emperador es un rehén importante. Le doy mi palabra, Gala Paladia, que nadie la lastimará, pero vamos a tener que retenerla un tiempo.

 —Entiendo —dijo ella con tono resignado.

 —Prepárenle sus habitaciones y asegúrense de que esté cómoda —ordenó Atarico a sus sirvientes quienes se dirigieron a cumplir lo asignado y todos los demás continuamos con la juerga… excepto Sigérico que estaba ensimismado y pensativo.

Fue por esta época que conocí a Sibina, una esclava romana que servía en el Palacio Imperial y que era cercana colaboradora de Gala. Era una mujer de una belleza fogosa, con cabello castaño lacio y piel acanelada como buena latina. Tenía unas piernas muy bien torneadas y un aspecto juvenil muy atractivo. No debía ser mayor de 20 años. La reclamé para mí a pesar de  que Walia, hermano menor de Ataúlf y muy joven e impetuoso, pero ya aguerrido y voraz, la quería también, así que tuve que comprarla invirtiendo una buena porción de oro. Quizás fue ella la que me sedujo con sus miradas ardientes y sus sonrisas displicentes. En todo caso se entregó a mí brindándome candentes noches de pasión impúdica y efervescente.

 Para esa época yo tenía ya 35 años pero estaba curtido en batalla por lo que probablemente me veía algo mayor. Después de tantos años de matrimonio y de extensas temporadas sin verla, mi amor por Brilde fue esfumándose gradualmente y se disipó casi tan fácilmente como se acortaban las fronteras romanas. ¡Sibina me había embrujado! Sus encantos amorosos me conquistaron como yo había alguna vez conquistado Roma…

 Sin embargo, así como yo sostenía un tórrido romance con Sibina, el amor nacía entre Ataúlf y Gala. El feroz guerrero teutón gustaba de ir a conversar con Sibina para hacer más tolerable su cautiverio, y a su vez fue encantando por la gracia e inteligencia de la hermosa mujer. Tuve oportunidades ocasionales de acompañar a Ataúlf en sus visitas a Gala y pude comprobar que era una mujer de una gran elocuencia e intelecto, quien se sorprendía mucho por el trato que le daban a las mujeres los pueblos germanos, vanagloriándose de las valientes guerreras, reinas y heroínas de su historia, lo que contrastaba con la posición de la mujer en la sociedad romana que era apenas mejor que la de un objeto.

 —Debo decir que me encuentro maravillada —decía ella— por las muchas posiciones de poder que tuvieron las mujeres entre germanos.

 —Me temo que eso se perdió ya —aseguró Ataúlf— desde que nos convertimos al cristianismo el rol de la mujer ha convergido en la estructura de sumisión que predica la Biblia. Pero durante muchas generaciones las mujeres tuvieron roles muy influyentes en la sociedad germana, e incluso dominaban el sacerdocio y la medicina.

 —Es curioso como la historia se repite. ¿Sabías que los griegos consideraban a los romanos como bárbaros e incultos? Y sin embargo los romanos conquistaron a los griegos en el Siglo I antes de Cristo. Pero no fue una conquista normal, porque los romanos terminamos siendo influenciados por la cultura griega. La aristocracia romana aprendía a hablar griego como lengua académica, practicábamos la religión pagana griega y aprendíamos la filosofía griega. El invasor bárbaro fue transformado culturalmente por el invadido civilizado. Y ahora está sucediendo lo mismo; gradualmente el Imperio Romano colapsa y es invadido por los bárbaros germanos, pero nuevamente, los invasores se ven influenciados por los invadidos y los germanos están adoptando la religión cristiana romana, aprenden a hablar latín como lengua culta y adoptan las costumbres romanas.

 Naturalmente las conversaciones entre ambos terminaron evolucionando en un intenso romance. Mientras Ataúlf y Gala se sumergían en llamas de pasión yo paseaba con Sibina por las calles de la Roma tomada ó ayudaba a Walia a cuidar a sus seis sobrinos (los hijos de Ataúlf) que eran bastante inquietos y pendencieros.

 Atarico falleció en el año 410, unos meses después de haber pasado a la historia como el hombre que tomó Roma. Le proporcionamos un buen funeral y lo recordamos con brindis de ardiente hidromiel. La Asamblea Gótica escogió a Ataúlf como nuestro nuevo Rey. Mi amigo era una persona humilde sin demasiadas aspiraciones y deseoso de una vida sencilla, así que hubo que convencerlo, sin embargo accedió en parte porque sabía que siendo rey era la única forma en que podía casarse con Gala. En el año 411 Ataúlf fue coronado soberano sobre la tumba de su predecesor y luego se casó con Gala en una ceremonia germana.

 Pero yo estaba cansado de tantas campañas. Poco después de la muerte de Atarico regresé a mi hogar con mi familia.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo