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EL BÁRBARO MALDITO
EL BÁRBARO MALDITO
Por: Demian Faust
CAPÍTULO I: LA BRUJA DESPECHADA

Que los dioses olviden

lo que he realizado.

A aquellos a quienes amo,

perdonen

lo que he realizado.

Cantar CXX

Ezra Pound.

  1. El hombre que se halla ante umbral ajeno debe ser cauto antes de cruzarlo, mirar atentamente su camino: ¿Quién sabe de antemano qué enemigos pueden estar sentados aguardándole en el salón?
  2. “¡Salud al anfitrión!” Un huésped llega. ¿Dónde se va a sentar? Imprudente es el que ante portales desconocidos confía en su buena suerte.

  1. Necesita fuego quien llega de fuera y frías rodillas trae, comida y ropa necesita aquel que ha recorrido montañas.

  1. Agua necesita quien llega a convite, toalla y buena acogida, un trato amistoso, silencio respetuoso para que él pueda contar sus aventuras

  1. Necesita ingenio quien lejos viaja. ¡Fácil es todo en casa!; En ridículo queda el de poca cabeza, si está con gente sabia.

  1. Que nadie presuma de buen sabedor, más vale andarse con tiento, prudente que calla a su casa regresa, de males el cauto escapa. Nunca se tiene amiga más fiel que la mucha cordura.

Havamal

Vista en retrospectiva, mi vida siempre había sido normal. Claro, en aquel entonces me parecía que distaba mucho de serlo, pero ahora me doy cuenta de lo convencional y aburrida que era realmente. ¡Todo es relativo!

 En aquella época me desempeñaba como vocalista de un grupo de música gótica que tenía éxito mediano. Al menos nos invitaban con cierta frecuencia a algunos conciertos y tocábamos con mucha regularidad en el Bar Redmoon, reconocido epicentro de la cultura gótica así como sede oficial de la gran mayoría de eventos de dicha comunidad en el país. Una vez terminada nuestra presentación, agradecí al público y descendí al lado de mis compañeros de la tarima.

 —¡Excelente! ¡Me encantó tu presentación! —me dijo una voz femenina que se deslizó hasta mi lado en la barra donde disfrutaba de una cerveza helada. La dueña de la voz era una despampanante joven gótica de ojos verdes y cabello castaño lacio, ataviada con un provocativo traje negro de cuero muy tallado y guantes de encaje sobre sus antebrazos.

 —Gracias.

 —¿Cómo te llamas?

 —Me apodan Asmodeo…

 —Mmm… ¿Y quien es Asmodeo?

 —El demonio de la lujuria…

 —Ah… cool… yo me llamo Raquel.

 Yo ya sabía como terminaría aquello. Había sucedido muchas veces. Antes de que la noche terminara y si no había contratiempos, Raquel y yo terminaríamos revolcándonos en un acto sexual simple, carnal, primitivo… quizás lacónico… pero satisfactorio.

 Mis predicciones resultaron ciertas. Disfruté del cuerpo de Raquel toda la noche, hasta el amanecer. Entre coito y coito ella cargaba combustible olfateando cocaína e incluso me ofreció algo. Yo la rechacé, no por pudor (había probado una amplia gama de drogas) sino porque no me apetecía en aquel momento y esa, mis amigos, es la diferencia clave entre el drogadicto y el que se droga recreativamente. En todo caso, la relación sexual con Raquel no fue nada del otro mundo a pesar de las implicaciones que tendría una vez que el asunto reverberara. Gracias a mis disciplinadas idas al gimnasio y a mi “carrera” musical había disfrutado de una variada gama de experiencias sexuales, así que no podía suponer que esta relación particular iba a cambiarme la vida.

 A mi departamento ingresó, sorpresivamente, Diana… mi novia formal.

 Diana… ¿Cómo describirla? Sin duda era una mujer especial, no sólo por su destacable belleza física, sus largos cabellos negros de una laxitud perfecta, sus ojos oscuros y penetrantes, su joven y suntuoso cuerpo vestido con ropa negra, botas de cuero y un medallón plateado con forma de ojo decorando su cello. Una mujer muy guapa y elegante pero, además, era una persona de grandes dotes intelectuales y una agudeza mental envidiable. No obstante, lo que quizás la hacía más especial… es que Diana era bruja.

 No parecía molesta por haberme descubierto in fraganti siéndole infiel. Naturalmente, tampoco estaba complacida. Simplemente se cruzó de brazos con mirada condenatoria y guardó un tenebroso silencio.

 —Creo que mejor me voy —declaró Raquel, lo que sonaba como una excelente idea. La muchacha se vistió rápidamente y se largó sin dejar rastro alguno, salvo mi destendida cama y mi cuerpo desnudo sobre el colchón.

 —Tranquilo, Asmodeo —me dijo pasmosa— que no estoy enojada.

 ¡Eso sí era una sorpresa!

 —Yo… bueno… no sé que decir…

 —No digas nada. No me interesa de todas maneras.

 Diana y yo habíamos sido novios por tres eróticos y conflictivos años. Aunque la vida sexual entre ambos era genial, mis frecuentes aventuras la habían curtido provocándole una reacción anestésica ante mi infidelidad… ó al menos eso creí.

 Me bañé, me vestí (con un jeans y una camiseta negra con mangas largas y un diseño de The Cure) y pasado un tiempo del mal rato, Diana pareció relajarse. Dijo que me perdonaba por esta vez y que pensaba desentenderse del asunto.

 —De todas maneras tengo algo más interesante en mente, mira —adujo extrayendo de su bolso un misterioso grimorio. Se trataba de un libro de magia de pasta dura y páginas apergaminadas.

 —¿Qué es?

 —Un libro de hechizos. ¿Quieres probar uno?

 Asentí. Como parte de la misma conducta rebelde que me había llevado a vestirme con largas gabardinas negras y botas con muchas hebillas, a usar piercings y tatuajes y a dejarme el cabello largo, también incluyó la renegación absoluta del catolicismo en que fue criado para participar de diferentes rituales sacrílegos. Amaba la iconografía satánica y las prácticas heréticas así que me pareció bien la idea de Diana.

 —Hay un hechizo para viajar en el tiempo, ¿te gustaría probarlo?

 —Claro —dije incrédulo— siempre he querido ver dinosaurios.

 —¡No seas tonto! Hablando en serio, ¿Qué te gustaría ver en el pasado?

 —Pues… supongo que me gustaría ver los orígenes de la cultura gótica —aduje pensando en el famoso bar británico The Bat Cave donde se originó el movimiento gótico moderno en 1980.

 —Bien, pues prepárate entonces…

 —OK —dije con el más absoluto escepticismo.

 Diana dibujó un círculo en el suelo de mi apartamento y dentro de él un sello esotérico de intrincado diseño. Encendimos algunas velas negras y nos sentamos en el medio. Diana extrajo de su cuello el medallón con forma de ojo al que denominaba “el Ojo de las Nornas” colocándolo en el centro del círculo ya que, según dijo, la reliquia era fundamental para este hechizo. Luego comenzó con las invocaciones, encantaciones y salmodias mágicas que, usualmente, no producían nada inusitado… excepto esta vez.

 Súbitamente un vendaval misterioso comenzó a recorrer arremolinadamente la estancia levantando las cortinas y las cobijas de la cama. Las candelas chisporrotearon pero no se apagaron, las bombillas eléctricas de toda la casa explotaron, una anómala neblina gris empezó a inundar el ambiente y el Ojo de las Nornas brilló refulgentemente.

 Diana se levantó y se salió del círculo, levantó los brazos y realizó una invocación en una lengua gutural e ininteligible:

Þaðan koma meyjar margs vitandi

þrjár ór þeim sæ, er und þolli stendr;

Urð hétu eina, aðra Verðandi, - skáru á skíði, -

Skuld ina þriðju;

þær lög lögðu, þær líf kuru

alda börnum, örlög seggja

 Y tras decir esto un torbellino de tinieblas y relámpagos verdes comenzó a girar en torno a mí…

 —¿Qué está pasando, Diana? —pregunté aterrado y ella se carcajeó.

 —¡Que esto te enseñe a no ser un maldito infiel! Piensa en mí cuando llegues al otro lado… ¡Adiós, maldito perro!

 Súbitamente todo se oscureció. Me sentí como impelido por una fuerza macabra. Los relámpagos parecieron aprisionar mi cuerpo y desgarrarlo en mil pedazos estirándolo como si fuera elástico, exclamé varios alaridos cacofónicos que competían con la risa histérica de Diana y, repentinamente, todo desapareció...

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