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LA BRUJA DESPECHADA (3)

 —Ataúlf —dijo el godo señalándose a si mismo dándome a entender su nombre. Repetí el gesto…

 Ataúlf y yo estábamos parapetados tras unos arbustos desde donde los hunos no podían divisarnos. Entre los ramajes pudimos observar un espectáculo morboso y repulsivo que aún hoy me atormenta por las noches…

 Los hunos mataron a todos los hombres, ancianos, niños, perros e incluso a los bebés lactantes, apilándolos como colinas grotescas y pestilentes. Las aterrorizadas mujeres que sollozaban por ver a sus hijos, esposos, hermanos y padres asesinados, fueron brutalmente violadas por las turbas imparables de hunos que no respetaron ni a las ancianas ni a las niñas.

 Una de estas infortunadas muchachas fue la que me sonrió cuando me llevó el hidromiel. Ya la habían violado como demostraba su ropa rasgada y su rostro repleto de hematomas y lágrimas, aún así dos hunos, por algún motivo, se la llevaron lejos del resto y la lanzaron sobre el suelo cerca de donde estábamos ocultos, donde comenzaron a abusar de ella. Incapaz de mantenerme inmóvil al observar tal indignidad tomé la espada que aún estaba empañada con sangre huna y maté al tipo que estaba encima de ella. El otro reaccionó de inmediato pero no pudo hacer nada pues Ataúlf emergió de entre el ramaje y lo mató también. Por suerte para nosotros el resto estaba tan ocupado violando, repartiéndose el botín y hartándose de los alimentos que robaron, que no se percataron de lo sucedido.

 Por lo que vimos los hunos habían comenzado a matar a las mujeres una vez que se habían cansado de violarlas, quizás mantendrían a las más jóvenes vivas (lo cual era peor aún que la muerte) pero ya no podíamos hacer más así que los tres escapamos a la montaña.

 Durante días permanecimos acampando en lo profundo de las nevadas montañas. Ataúlf y Brilde —como se llamaba la joven que rescatamos— notaron que yo parecía estar mucho menos acostumbrado a las largas caminatas montañosas y a soportar el helado clima, así que trataban de asistirme lo mejor posible. Ataúlf, por ejemplo, me cedió su capa como abrigo.

 Durante mi larga travesía de muchos días me dediqué a aprender los rudimentos de su lengua para poder comunicarme esencialmente.

 —Los hunos han estado atacando pueblos fronterizos desde hace mucho tiempo —me explicó Ataúlf en la noche, al lado de una fogata. —Tanto así que comunidades enteras han preferido dejar abandonadas sus tierras cuando se enteraron que los hunos se aproximaban antes que perecer ante ellos.

 —Suena increíble siendo ustedes los godos valientes guerreros…

 —¡Por supuesto! Pero los hunos no son humanos, son demonios.

 —Pues después de lo que vi, lo creo…

 —¿Qué significa ese estandarte que tienes dibujado en tus prendas? —preguntó Brilde señalando hacia mi camiseta de The Cure en donde era aún apreciable el rostro maquillado de Robert Smith en medio de las manchas de lodo y sangre.

 —Ah… es… es la representación de… unas personas que tuvieron una cierta influencia en la… tribu… a la que pertenezco.

 —Entiendo —dijo ella. Me extrañó que, a pesar del trauma sufrido, Brilde aparentaba estar actuando con relativa normalidad y me pregunté si era porque reprimía el trauma, porque en ese momento estaba poseída por el espíritu de supervivencia ó porque quizás la sociedad en que vivía era tan cruda y brutal que tenía que habituarse a ese tipo de cosas…

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