Cuando desperté me encontraba tirado sobre el fango. Hacía mucho frío y mi piel estaba erizada. Me levanté de entre el fangoso lecho todo sucio y húmedo, rodeado por un páramo helado y lleno de nieve que caía copiosamente desde el cielo. El paisaje a mi alrededor era una campiña montañosa desolada e inescrutable.
Escuché una voz masculina llamándome en una lengua que no entendí. Cuando me giré para ver a la persona palidecí de la impresión; era un sujeto de casi dos metros, barbudo, de piel blanca, vestido con un casco metálico, una cota de malla, pantalones, una capa de piel de lobo y unas gruesas botas. Tenía además un escudo en la mano y una espada enfundada. ¡Era un germano!
El sujeto me interrogaba pero yo no entendía palabra alguna, así que, irritado, me tomó de las solapas y desenfundó su espada. Pensé que me mataría allí mismo pero no lo hizo, simplemente me llevó arrastrando hasta su campamento.
Allí me tiró sobre la nieve lodosa incrementando con ello mi suciedad. El campamento germano estaba conformado mayormente por tiendas en donde vivían familias numerosas. Había muchos niños jugueteando con la nieve, hermosas doncellas adolescentes que al verme se rieron y se escondieron, fornidos hombres y mujeres adultos forjados en la dureza de una vida bárbara que afilaban sus espadas y preparaban sus flechas para cualquier batalla, algunos ancianos y ancianas que parecían intentar pasar sus últimos años apaciblemente, una gran cantidad de caballos, ovejas, cabras y bueyes y, finalmente, enormes perros parecidos a lobos que ladraron y aullaron al verme y que pensé que me devorarían.
Uno de estos, un enorme can de color negro, se aproximó hasta mí, me olfateó y mostró sus colmillos. Sabía que lo peor que podía hacer era mostrar miedo así que, como pude, contuve el torrente de adrenalina que embargaba mi sangre y traté de calmarme. El perro también pareció relajarse y finalmente se me aproximó simpáticamente y permitió que yo, cuidadosamente, le acariciara la cabeza.
La amistad del cánido pareció ser una evidencia de mi buen corazón, al menos a los ojos del germano que me había encontrado, así que el tipo se alejó.
—¡No puedo creerlo! —dije hablando conmigo mismo— ¡Ese hechizo funciona! Pero… ¿Por qué estoy aquí? Yo dije que quería conocer los orígenes de la cultura gótica… —luego recordé que la palabra gótico se refería a los godos, bravos guerreros germánicos que vivían en el centro de Europa. ¡Diana lo había tomado literal! O quizás lo hizo deliberadamente… ¡La maldición de una bruja descorazonada!
Algunos niños me sacaron de mis cavilaciones tirándome bolas de nieve y fingiendo que eran guerreros repeliendo al enemigo. El godo que me había encontrado se me acercó, me dio un empujón y me llevó hasta el área de una fogata donde me dieron de comer un extraño guiso con carne de cerdo salvaje mal cocida pero que probé para no insultar a mi robusto anfitrión.
Una joven se me acercó, con rostro curioso, aunque el mío debe haber reflejado perplejidad al contemplar su indescriptible belleza. Era una muchacha voluptuosa, rubia, de ojos azules, debía tener entre 16 y 18 años, su aspecto bárbaro denotaba una esplendorosa sencillez algo pueril que la hacía muy atractiva. Cuando me vio me mostró su bella sonrisa de dientes blancos y me entregó una extraña bebida alcohólica en un jarro metálico. En cuanto bajó por mi garganta, casi me mata por su acidez cáustica. Era hidromiel. Los godos a mí alrededor se rieron al ver mi reacción.
Entonces estalló el pánico y la confusión. Sorpresivamente algunos niños comenzaron a gritar dando la voz de alerta sobre la inminencia temible de un enemigo letal. Bajando las pedregosas laderas de las montañas cabalgaba una horda innumerable de hombres brutales. Ataviados con cascos forrados con pelambre, vestidos con trajes esteparios propios de los bárbaros orientales, armados con el más mortal y efectivo de los arcos de la antigüedad y con filosas espadas, hombres toscos, sucios, greñudos, con cráneos extrañamente abultados dándoles un aspecto de neandertal y con los inconfundibles ojos achinados y pómulos salientes… ¡Hunos!
Los hunos tomaron por sorpresa a los godos. Sus guerreros se defendieron tomando las armas pero la rapacidad huna era demasiado terrible. Sus arcos dispararon una lluvia de pesadas y afiladas flechas que ensartaron a muchos hombres y una vez que sus caballos estuvieron lo suficientemente cerca cortaron cabezas, rebanaron torsos, cercenaron extremidades, degollaron gargantas, extirparon ojos y atravesaron corazones sin ningún miramiento. El hedor a la sangre se extendió por doquier. Por todo lado corrían mujeres, niños y animales aterrados presas del caótico marasmo, intentando ponerse a salvo, sin mucho éxito. Incluso pude escuchar el llanto desgarrador de un bebé lactante que estaba al lado de su madre asesinada.
A las flechas que se clavaban en la carne humana siguieron unas encendidas que incendiaron algunas tiendas para provocar más horror.
El gigantesco nórdico que me había encontrado se enfrentaba a uno de estos hunos en un duelo mortal. El huno lo atacaba desde su caballo lo cual era duro para el godo que pronto reculó y colapsó sobre el suelo. El huno se preparó para darle muerte…
Recordé la comida y bebida que él me dio… nunca en mi vida había matado a nadie y mi única experiencia con la violencia habían sido algunos encontronazos a golpes a las afueras de los bares pero, embargado de la adrenalina y el instinto, tomé una espada que yacía a mis pies y me aproximé hasta el lugar donde acontecía todo, con flechas zumbando cuando pasaban a centímetros de mi cabeza, rodeado del sonido ensordecedor de agónico alaridos, relinchos de caballos y entrechocar de espadas, y una vez cerca del huno le enterré la espada en la espalda.
El mongol se estremeció epilépticamente y se desplomó sobre el suelo ensangrentado. El godo al que acababa de salvar la vida se levantó con rostro agradecido y me puso su manopla en el hombro. Una ráfaga de flechas fue lanzada contra nosotros y él usó su escudo para cubrirnos a ambos. Escondiéndonos tras el escudo terminamos parapetados detrás de unos arbustos. El arquero que intentaba matarnos con sus proyectiles fue asesinado a su vez por un godo, que no duró mucho y pronto fue ultimado por la espada compartiendo el destino de casi toda su tribu…
—Ataúlf —dijo el godo señalándose a si mismo dándome a entender su nombre. Repetí el gesto… Ataúlf y yo estábamos parapetados tras unos arbustos desde donde los hunos no podían divisarnos. Entre los ramajes pudimos observar un espectáculo morboso y repulsivo que aún hoy me atormenta por las noches… Los hunos mataron a todos los hombres, ancianos, niños, perros e incluso a los bebés lactantes, apilándolos como colinas grotescas y pestilentes. Las aterrorizadas mujeres que sollozaban por ver a sus hijos, esposos, hermanos y padres asesinados, fueron brutalmente violadas por las turbas imparables de hunos que no respetaron ni a las ancianas ni a las niñas. Una de estas infortunadas muchachas fue la que me sonrió cuando me llevó el hidromiel. Ya la habían violado como demostraba su ropa rasgada y su rostro repleto de hematomas y lágrimas, aún así dos hunos, por algún motivo, se la llevaron lejos del resto y la lanzaron sobre
Alerta esté quien vaya a convite, afine el oído y calle, con la oreja escuche, con el ojo observe; ¡En guardia el sabio se protege! Dichoso el hombre que sabe ganarse el elogio y la estima de todos; mal consejo a menudo es dado, por aquellos de perverso corazón. Dichoso el hombre que en tanto vive de estima y cordura goza; perverso consejo se obtiene a menudo por aquellos de perverso corazón.HavamalTanto Ataúlf como Brilde estaban muy agradecidos conmigo por salvarles la vida así que me adoptaron como uno más de los suyos. Atravesamos la montaña y llegamos a un asentamiento gótico en Moesia donde este pueblo vivía como una nación federada del Imperio Romano. Una vez allí los tres nos alimentamos, aseamos y cambiamos de ropa. A m
A veces los hombres obtienen la gloria gracias a sus decisiones y a veces la condena, como fue mi caso. Contaba el año 408 y llevaba 13 años de vivir en esta cruel y salvaje época. Me adapté a la vida de un bárbaro, perdiéndome en las contiendas brutales, derramando la sangre de mis enemigos, pillando y saqueando, me unía un profundo lazo más fuerte que la sangre con mis camaradas como Ataúlf, Sigérico y Atarico quienes confiaban sus vidas en mi espada y yo la mía en las de ellos, regresaba a mi hogar a disfrutar de mi esposa y a saludar a los cuatro hijos que ya tenía con ella. El mayor, de trece años, era mi hijo adoptivo como sus rasgos hunos delataban, pero los otros tres eran idénticos a mí y consistían en un niño de once años, una niña de diez y un pequeño de cinco. El inesperado camino que tomó mi vida no resultó ser una con
El asedio de Roma había iniciado poco después de la muerte de Estilicón, en el 408 y se había extendido por dos años. ¡Dos largos y tediosos años! Nuestra única labor consistía en repeler el envío de refuerzos militares romano, escaso como era en aquellas épocas en que se había sumido en un atolladero político miserable, y en mantener las vías de nuestro abastecimiento libres. Fuera de esas esporádicas acciones militares nos consumía la aburrición y el tedio más absolutos que ni las prostitutas, ni los festines, ni el hidromiel que nos proporcionaba Alarico lograba hacer menguar.Las murallas y los enormes portones de la ciudad eran inexpugnables así que finalmente Alarico pactó con el emperador Honorio que desde hacía dos años residía en Rávena.—Como gesto de buena voluntad —nos
No hay carga mejor para hacer el camino que la mucha cordura; es la mejor riqueza, parece, en tierra extraña, de la miseria protege.No hay carga mejor para hacer el camino que la mucha cordura; no hay lastre peor para andar por el llano que el mucho beber cerveza.La tan buena cerveza no es para nadie lo buena que dicen que es, pues más y más a medida que bebe el hombre el juicio pierde.HavamalRegresé a mi casa enclavada en los montes moesios al lado de mi esclava y amante Sibina. Mi hijo mayor (el huno) era un adolescente de 16 años que había iniciado ya su entrenamiento y estaba deseoso de combatir en batalla. Para escándalo de mi esposa mi segundo hijo que contaba 14 años no gustaba de la vida guerrera y quería ser un bardo que pudiera cantar y tocar instrumentos musicales todo el d&
Los proyectos de Walia eran demasiado osados y muchos de ellos fracasaron. Lealmente intenté aconsejarle y, cuando no me hacía caso, igual daba lo mejor de mí para que estos triunfaran. Le advertí que su idea de organizar expediciones de conquista hacia el norte de África fallaría porque los godos éramos feroces guerreros pero pésimos marineros, pero no me hizo caso. Tras varías pifias en altamar regresamos derrotados y decidí retirarme del servicio militar en el 415, a la edad de 40. Aspiraba en pasar mis últimos años en paz con mi familia.Regresé entonces a mi hogar en Moesia, ansioso de volver a ver a la bella Sibina y a mi hijo que debía tener ya siete años. Desde afuera escuché una serie de orgásmicos gemidos y, temiendo lo peor, decidí entrar furtivamente sin ser escuchado para tomar por sorpresa a quienes estuvieran aprovechando la soleda
La garza la llaman, ella en la fiesta el juicio a los hombres roba; en la casa de Gunnlöd preso quedé en las plumas de aquel pajarraco.14. Ebrio quedé y borracho mucho allá donde Fjalar el sabio; bien se bebió si después de la fiesta el juicio a los hombres torna.15. Callado y sensato el hijo de rey y bravo en la guerra sea; contento y gozoso esté todo hombre hasta el día en que muera.HavamalWalia, el rey de los visigodos y gobernante de su extenso reino, falleció en el año 418 y fue sucedido por el hijo ilegítimo de Alarico, Teodorico, quien de inmediato inició las hostilidades con Roma. Para el año 423 moría el cobarde Honorio, emperador romano, y su hermana podía volver del exilio a Roma con intenciones de nombrar a su hijo, Valentiniano, sobrino de Honorio e hijo del esposo (ya fallecido) que nunca am
Hay tremendos giros irónicos en la historia del mundo que no dejan de sorprenderme. Después de la Batalla de Corinto en el año 146 antes de Cristo los romanos derrotaron a los griegos, destruyeron Corinto, conquistaron Grecia y saquearon sus bellas ciudades siendo prácticamente el inicio del Imperio Romano. Algo similar sucedió con Jerusalén en los años 66 y 135 después de Cristo, que incluyó el despedazar el Templo de Jerusalén, el lugar más sagrado para los judíos. Los romanos conquistaron Egipto aproximadamente en el año 30 incendiando la preciosa Biblioteca de Alejandría. Doblegaron a los celtas desde Bretaña al norte hasta Hispania al sur, provocaron la muerte por suicidio de la reina Cleopatra en Egipto y de la reina Boudica en Bretaña quienes únicamente intentaron liberar a sus pueblos del yugo romano, aprisionaron y ejecutaron al caudillo galo Vercingé