4

Zane

La noche era un velo espeso sobre la manada, envolviendo todo con una quietud engañosa. Afuera, los lobos patrullaban los límites del territorio, manteniéndose alerta ante cualquier posible amenaza. Pero dentro de mí, la verdadera batalla se libraba en silencio.

Apoyado contra la pared de mi cabaña, con los brazos cruzados y la mirada fija en el bosque, dejé que los recuerdos se filtraran como un veneno lento. No había manera de escapar de ellos, no cuando la presencia de Luna removía cada herida, cada cicatriz que creí enterrada.

El amor era una ilusión. Un juego peligroso que te hacía bajar la guardia hasta que te clavaban el puñal en el corazón. Yo lo había aprendido de la peor manera.

Recordé el calor de unas manos que juraron ser leales. Recordé los labios que prometieron amor eterno y que, en cuestión de un instante, pronunciaron palabras de traición. Una vez, cometí el error de confiar, de permitir que alguien entrara en mi mundo. Y ella me destruyó.

Desde entonces, había cerrado mi corazón con una fortaleza imposible de derribar. Me convertí en el Alfa que todos temían, en el líder que no permitía debilidades. Porque las debilidades se pagaban con sangre.

Y entonces apareció Luna.

No la había pedido. No la había buscado. Pero ahí estaba, desafiándome con sus ojos cargados de fuego, con su testarudez irritante y con esa maldita forma de hacerme sentir... algo.

No podía permitirlo.

Exhalé lentamente y aparté la vista del bosque. Necesitaba despejar mi mente, alejarme de ese maldito torbellino de pensamientos que amenazaban con quebrar mi control. Caminé hasta el centro del campamento, donde algunos miembros de la manada estaban reunidos alrededor de una fogata. La luz danzaba sobre sus rostros, pero incluso en la tranquilidad de la noche, podía sentir la tensión en el aire.

Un movimiento sutil a mi izquierda llamó mi atención. Luna.

Estaba de pie junto a la cabaña principal, observando la escena con cautela, pero sin miedo. Parecía una sombra atrapada entre dos mundos, demasiado fuerte para someterse, demasiado sola para pertenecer.

Y esa imagen me perturbó más de lo que quería admitir.

Me acerqué a ella con pasos silenciosos. Cuando notó mi presencia, se giró despacio, sus ojos encontrando los míos sin titubeo.

—¿Te divierte espiarme? —pregunté en voz baja, con un deje de sarcasmo.

Luna arqueó una ceja.

—No te estaba espiando —respondió con tranquilidad—. Solo intento entender cómo funciona tu manada.

Su sinceridad me tomó por sorpresa. La mayoría de los lobos que llegaban a mi territorio temblaban ante mi presencia. Pero ella... ella me sostenía la mirada como si no le importara el peligro que representaba.

—No necesitas entender nada —dije, dando un paso más cerca—. Solo saber que aquí no hay lugar para juegos.

Luna inclinó la cabeza levemente, como si estuviera evaluando mis palabras.

—No estoy jugando, Zane.

Algo en su tono me hizo apretar la mandíbula. Había convicción en su voz, una fuerza que no esperaba. Y eso solo complicaba las cosas.

Antes de que pudiera responder, un grito rompió la tranquilidad de la noche.

Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera procesarlo. Giré sobre mis talones, mis sentidos agudizándose al instante. A lo lejos, en la zona de patrulla, las sombras se movían con rapidez.

—¡Intrusos! —rugió uno de mis hombres.

No lo pensé dos veces.

Me transformé en un segundo, sintiendo el poder recorrerme al adoptar mi forma de lobo. El aire se llenó con el olor de la amenaza, un hedor que no pertenecía a mi manada. Desconocidos. Lobos ajenos a nuestro territorio.

Corrí hacia la batalla, sintiendo a mi manada moverse conmigo. Pero entonces, en medio del caos, un detalle me hizo detenerme en seco.

Luna no estaba detrás de mí.

Un rugido feroz salió de mi garganta.

Mis ojos la buscaron entre las sombras, pero lo que vi hizo que la ira me recorriera como un veneno. Uno de los intrusos tenía a Luna atrapada entre sus garras, sujeta por el cuello con una fuerza que podría partirla en dos.

Mi visión se tiñó de rojo.

Salté sobre él sin pensarlo, sintiendo el crujido de huesos cuando mi peso lo impactó de lleno. El intruso gruñó, pero no tuvo oportunidad de reaccionar. Lo derribé con brutalidad, mis colmillos hundiéndose en su carne hasta que el grito quedó ahogado en su garganta.

Cuando finalmente lo solté, su cuerpo yacía inerte en el suelo.

Me giré hacia Luna, aún en mi forma de lobo. Ella respiraba agitadamente, sus ojos clavados en mí con algo que no pude descifrar.

Temor.

Pero también algo más. Algo que no quería ver.

Volví a mi forma humana en un instante, mis manos aún cubiertas de sangre.

—¿Estás bien? —pregunté con voz tensa.

Luna asintió lentamente, pero su mirada no se apartó de la mía.

—Zane... —susurró.

Su voz me atravesó más de lo que debía.

Porque en ese momento, entendí algo que no quería aceptar.

Luna no era solo una loba en mi territorio.

Era la primera persona en años que hacía que mi mundo se tambaleara.

Y eso me aterraba más que cualquier enemigo.

Me aseguré de que Luna estuviera a salvo antes de apartar la vista de ella. Mi respiración aún era pesada, la adrenalina palpitando en mis venas como un eco de la furia que había sentido.  

A mi alrededor, el sonido de la batalla comenzaba a disiparse. Mis hombres habían tomado el control de la situación, y los intrusos restantes estaban muertos o sometidos. Pero el hecho de que hubieran logrado llegar tan lejos dentro de nuestro territorio me inquietaba.  

No era una simple incursión. Alguien los había enviado con un propósito.  

—Llévense a los prisioneros y averigüen quién los envió —ordené, con la voz aún cargada de autoridad.  

Mis hombres asintieron de inmediato, arrastrando a los sobrevivientes hacia el centro del campamento.  

Me volví hacia Luna. Seguía de pie, con el cabello revuelto y la respiración entrecortada. Había sangre en su cuello, apenas un rasguño, pero me enfureció igual.  

—Vuelve a la cabaña —dije con voz firme.  

Esperaba que obedeciera, pero, por supuesto, Luna no era de las que se dejaban mandar.  

—No estoy herida. No necesito que me encierres.  

La forma en que me desafió me hizo apretar los dientes.  

—No te estoy pidiendo permiso —gruñí—. Te estoy diciendo que vuelvas a la cabaña.  

Su mandíbula se tensó, pero antes de que pudiera responder, di un paso más cerca.  

—Si te hubieran matado, Luna…  

No terminé la frase. No podía.  

Porque la verdad era que la idea de perderla me había hecho reaccionar de una manera que no esperaba.  

Ella me miró fijamente, buscando algo en mi rostro. Tal vez una grieta en mi muro. Tal vez una señal de que me importaba más de lo que debía.  

No podía permitírselo.  

—No volveré a ser tu prisionera, Zane.  

Su voz era baja, pero firme.  

Y por primera vez, me di cuenta de que, aunque ella estuviera aquí, atrapada en mi territorio… Yo era el que estaba comenzando a enredarse en su presencia.  

La odiaba por eso.  

Pero, al mismo tiempo, no podía ignorar lo que estaba creciendo entre nosotros.  

Algo inevitable. Algo peligroso.  

Algo que no podría controlar por mucho más tiempo.  

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