Zane
La noche había caído sobre mi territorio como una manta oscura, tranquila, pero siempre con una promesa de peligro acechando en las sombras. Mi guarida, el centro de todo lo que controlaba, permanecía en silencio. Pero yo no podía descansar. No después de todo lo que había sucedido.
Me moví lentamente por los pasillos de la mansión, el eco de mis pasos resonando en las paredes de piedra. Cada habitación, cada rincón, me pertenecía. Todo lo que tocaba, todo lo que gobernaba, estaba bajo mi control. Así había sido siempre, y así sería siempre. No había espacio para la debilidad en mi vida, ni para los sentimientos que me distraían. Lo había aprendido a lo largo de los años, tras una vida marcada por la traición y el dolor. La gente, los seres que me rodeaban, todos eran prescindibles. Todo lo que importaba era el poder, la supervivencia. Y el amor… el amor no era más que una farsa que desbordaba a los débiles.
Me detuve frente a una ventana grande, observando el vasto territorio que se extendía ante mí. La luna llena iluminaba el paisaje, y por un instante, me sentí tan desconectado de todo lo que me rodeaba. Un Alfa, sin emociones, sin ataduras. Lo que tenía era lo que podía conseguir con sangre y esfuerzo. La ley del más fuerte.
Y aún así, había algo en el aire esta noche que no podía ignorar. Algo… diferente. Un aroma. Femenino. Dulce y, sin embargo, fuerte. Estaba acostumbrado a los olores de mi manada, a la presencia familiar de mis súbditos, pero esto… esto era algo nuevo. Algo que penetró mi nariz y se coló directamente en mi mente. Mi cuerpo reaccionó de inmediato, un estremecimiento recorriendo mi columna vertebral.
Fui directo al ventanal y olí el aire de nuevo. No era un olor que conociera. Sin embargo, había algo en ese perfume que me atraía de manera primitiva, algo en su esencia que me llamó como un faro en la oscuridad.
¿Qué diablos es esto?
Sacudí la cabeza, expulsando la sensación. No podía ser. No creía en mates. No creía en la bondad que los débiles veían en el amor. Todo eso era una mentira. Un truco barato que los de mi especie usaban para distraerse de la verdadera naturaleza del mundo. El amor no te hacía más fuerte. El amor solo te hacía vulnerable.
Respiré hondo, pero el aroma persistió, impregnando el aire, envolviéndome como una serpiente, apoderándose de mis pensamientos. Mi instinto animal me decía que debía rastrear esa presencia, que debía encontrarla, pero mi lógica se imponía rápidamente.
No, Zane. No caerás en eso.
Di un paso atrás, dejándome guiar por la razón, por la frialdad que siempre me había caracterizado. Aquel aroma, aunque perturbador, no debía afectarme. No debía permitírselo. La manada era mía, y nadie, absolutamente nadie, podría invadirla sin consecuencias.
Sin embargo, mis pasos me llevaron sin querer hacia la puerta que daba al bosque. Algo en mi interior me impulsaba hacia fuera, una fuerza que no podía deshacerse de inmediato.
"¿Qué rayos está pasando?", murmuré para mí mismo.
Me adentré en el bosque, la oscuridad envolviendo mis sentidos, pero el aroma… el aroma crecía con cada paso. Algo se movía entre los árboles, y mi corazón aceleró un poco más. No podía ignorarlo. No podía apartarlo de mi mente. El olor se hizo más fuerte, más real, hasta que finalmente, lo vi.
Allí, a lo lejos, en el borde de mi territorio, una figura femenina. Su silueta se destacaba contra la luna llena, su cuerpo ligero como una sombra, pero poderosa en su presencia. Mi mandíbula se tensó. Una loba, de otra manada. La infiltrada en mis dominios.
Una oleada de furia me recorrió al instante. ¿Cómo se atrevía a invadir mi territorio sin permiso? ¿Cómo se atrevía a desafiarme de esa manera, cuando todos sabían que no toleraba a los intrusos?
Mi cuerpo se tensó, y mi instinto de Alfa se encendió con fuerza. Tenía que alejarla, mostrarle que este no era un lugar para ella. Nadie entraba en mi reino sin ser invitado. Nadie.
Me acerqué a ella, cada paso resonando en la quietud del bosque, y a medida que me aproximaba, mi rabia crecía. Ella no se movió, pero la tensión entre nosotros era tan palpable que podía casi tocarla. Su aroma… esa dulzura tan familiar, pero que también me desbordaba, me hacía querer deshacerme de ella y mantenerla cerca al mismo tiempo.
"¿Qué haces aquí?", gruñí, mi voz baja y peligrosa. Mis ojos brillaban con furia, pero también había algo más, algo que no podía entender, algo que amenazaba con romper mi control.
La loba me miró, sus ojos desbordando determinación, pero también miedo. Sabía que estaba en el territorio equivocado. Sin embargo, algo en su postura me decía que no pensaba retroceder fácilmente.
"Estoy buscando un lugar... donde no me juzguen", dijo ella, su voz suave, pero firme. Como si estuviera hablando más para sí misma que para mí.
Mis labios se curvaron en una ligera sonrisa, pero no había humor en ella. No podía comprender qué demonios estaba pasando. El universo parecía burlarse de mí. Ella, una loba de otra manada, en mi territorio, y… algo en sus palabras resonaba dentro de mí. ¿Quién era ella para venir a hablarme de no ser juzgada, cuando era yo el que debía decidir quién estaba dentro y quién fuera de mi territorio?
"¿Un lugar sin juicios?", repetí, mis ojos brillando con desdén. "¿Crees que este es el lugar para ti? ¿Crees que puedes simplemente entrar aquí, sin más, y esperar... qué? ¿Que te abra los brazos y te acepte?"
La loba me observó fijamente, y por un momento, los dos nos quedamos en silencio. La tensión entre nosotros era como una cuerda tirante a punto de romperse, y mi mente comenzaba a girar, confusa. Quería alejarla, mandarla de vuelta a su manada, pero no podía negar lo que sentía. Algo... algo en su presencia me mantenía allí. Algo en mí quería que se quedara, aunque mi lógica me decía que eso solo me haría más débil.
"Vete", dije finalmente, mis palabras duras. Pero mi cuerpo no se movió. No podía. No podía dejarla ir. Y eso, de alguna manera, me aterraba más que cualquier otra cosa.
No podía permitirlo. No iba a caer en esa trampa.
La orden salió de mis labios con la firmeza de un golpe, pero en mi interior sentí algo quebrarse. Una parte de mí, la parte que siempre había sido inquebrantable, comenzó a dudar. Esa duda se coló en mi mente como un veneno, lentamente pero con una fuerza aterradora.
"Vete".
El sonido de esas palabras retumbó en mis oídos. Yo, Zane, el Alfa más temido y respetado en la región, estaba dando una orden. Pero mi mente no podía dejar de pensar en esa loba, en esa mujer que, sin invitación, había cruzado los límites de mi territorio. Y no era solo eso, algo en ella me afectaba. Algo que no podía explicar.
Ella se quedó ahí, quieta, observándome con esos ojos oscuros, profundos. Sabía que no se iría, lo sentía en su postura desafiante, como si estuviera dispuesta a pelear por su lugar en el mundo, a pesar de que la fuerza de mi presencia era tan aplastante. La tensión entre nosotros se mantenía como una cuerda tensada a punto de romperse.
"¿Qué harás, Zane? ¿Me echarás de aquí?" Su voz no tembló, pero tenía una dulzura que solo conseguía aumentar mi confusión. "¿Qué harías si me quedo?"
La pregunta me golpeó, de una manera tan inesperada que por un segundo me quedé sin palabras. ¿Qué haría si se quedaba? Si hubiera sido cualquier otra loba, simplemente la habría expulsado, obligado a regresar a su manada, y ese sería el fin. Pero algo en ella, algo dentro de mí, me decía que no podía hacer eso.
El aire a nuestro alrededor se cargó de electricidad, como si todo el bosque estuviera pendiente de la tensión entre los dos. El viento susurraba entre las hojas, pero el único sonido que podía oír claramente era el de mis pensamientos descontrolados. Mi mente decía que debía liberarme de esa atracción, que debía ser el Alfa que siempre había sido, implacable y sin emociones. Pero mi cuerpo reaccionaba de manera distinta. Mi corazón latía más rápido, y mis sentidos se agudizaban con cada pequeño movimiento suyo.
"No eres bienvenida aquí", gruñí, mi tono mucho más grave de lo que hubiera querido. Pero a medida que mis palabras salían, me di cuenta de que no las creía. No la quería aquí, claro, pero algo en mi interior estaba jugando con fuego. Algo dentro de mí quería conocerla, aunque no debía.
Ella no se movió, y eso fue lo que más me desconcertó. La mayoría de las lobas se habrían intimidado ante mi presencia, habrían mostrado sumisión o, al menos, habrían dudado. Pero no ella. Algo en su mirada, en su postura erguida, me decía que no venía a rendirse. Y eso me sacaba de mis casillas. No podía dejar que una desconocida se quedara aquí, en mi territorio, sin más.
"Escucha", dije, mis palabras impregnadas de una furia contenida. "Este es mi territorio. Aquí, las reglas las pongo yo. Y no voy a tolerar que alguien se cruce en mi camino."
Pero mi mente continuaba haciendo preguntas, y la respuesta que me atormentaba era la misma: ¿Por qué me afectaba tanto? ¿Por qué esta loba, que no conocía, estaba tan arraigada en mi cabeza?
Su rostro se suavizó, y aunque sus ojos seguían desafiantes, pude ver la vulnerabilidad que apenas intentaba ocultar. ¿Cómo una loba tan joven podría parecer tan fuerte y tan frágil al mismo tiempo? Me costaba creer que ella estuviera tan segura de sí misma. ¿Acaso no tenía miedo de lo que podía hacerle?
"Lo sé", respondió finalmente, su voz más suave. "Sé que no me quieres aquí. Sé que eres el Alfa, y tus órdenes deberían ser ley. Pero también sé que no todos los seres se rigen solo por la ley de la fuerza."
Mi cuerpo dio un paso hacia adelante, casi por inercia. Un escalofrío recorrió mi espalda, y mi mirada se oscureció. "¿Qué sabes tú de la ley? ¿De la verdadera ley?" Mis palabras se arrastraron como una amenaza. "Aquí, no importa lo que digas. No hay lugar para los débiles. Y mucho menos para los que intentan desafiarme."
Me acerqué más, tan cerca que pude ver los detalles en su rostro: sus labios, ligeramente entreabiertos por la respiración, su mandíbula tensa, la leve palidez que delataba la lucha interna que también se libraba dentro de ella. Cada fibra de mi ser quería apartarla, pero algo dentro de mí decía que no podía. No podía dejarla ir tan fácilmente.
"Lo entiendo", dijo, casi en un susurro, sus ojos fijos en los míos. "No soy débil. Y no estoy aquí para desafiarte, Zane. Estoy aquí porque no tengo adónde más ir."
Esas palabras me atravesaron como una daga. Algo en su tono, en su sinceridad, hizo que una oleada de calor me invadiera, pero no por la razón que creía. No era deseo, no aún. Era algo mucho más perturbador. Era la sensación de que esta loba, esta mujer, tenía algo que ver conmigo, algo que no podía comprender. Algo que no podía rechazar, aunque lo intentara con todas mis fuerzas.
"Y piensas que yo voy a ser tu refugio, ¿es eso?" La incredulidad en mi voz fue evidente. "Que yo, el Alfa más despiadado de todos, voy a acoger a una loba de otra manada en mi territorio, y darme a ti lo que buscas sin cuestionarlo?"
Ella dio un paso hacia mí, sin apartar la mirada. Un destello de algo en sus ojos me hizo dudar, me hizo reconsiderar. "No te pido que me aceptes, Zane. Solo te pido que no me eches. No quiero más que un lugar donde pueda respirar, donde no me miren como una traidora por no seguir las reglas de la manada que me rechaza."
Esas palabras me golpearon con la fuerza de un tren. Mi manada, mi gente, siempre había sido todo lo que conocía. El orden, la jerarquía, la disciplina… pero ella no pertenecía a eso. Y sin embargo, en algún lugar profundo de mí, sentí un impulso, un deseo irracional de protegerla, de no dejarla ir.
Mi pecho se tensó, y un gruñido bajo salió de mi garganta, pero no era de ira. Era de frustración. De algo mucho más complejo. Quería alejarla, pero algo dentro de mí me decía que no podía. Algo, algún maldito instinto animal, me decía que ella era parte de algo mucho más grande que yo. Algo que no podía comprender.
"No voy a aceptarte aquí", dije, mi voz un susurro bajo, cargado de furia contenida. "No puedes quedarte. Esta es mi manada, y yo soy el que decide quién entra y quién no."
Ella no retrocedió, no mostró miedo. Su presencia estaba desbordando los límites de mi autocontrol, y eso me aterraba. En algún lugar, en el fondo, sabía que no la iba a dejar ir. Sabía que, por alguna razón, tenía que quedarme cerca de ella, aunque mi mente me dijera que era un error.
"Entonces, ¿qué vas a hacer, Zane?" dijo, su voz suave, casi desafiante. "¿Vas a echarme? O, ¿vas a reconocer lo que de verdad está pasando entre nosotros?"
Esas palabras me paralizaron. Entre nosotros. ¿Qué estaba pasando entre nosotros?
LunaEl aire estaba denso, cargado de una tensión que no podía evitar sentir en cada fibra de mi ser. Aquí, en el territorio de Zane, todo me era extraño, todo me era ajeno. Cada paso que daba, cada respiro que tomaba, sentía la presencia del Alfa a mi alrededor, como si su sombra me persiguiera. Pero no era solo eso. Algo más estaba ocurriendo, algo más profundo y complicado que no podía ignorar, ni quería.El vínculo. Sabía que él lo sentía. No podía estar tan cerca de él y no percatarme de esa fuerza invisible que nos unía. Zane lo negaba, lo rechaza con cada mirada fría, con cada palabra cargada de desprecio. Pero estaba ahí. Yo lo sentía. A pesar de su rechazo, a pesar de su fortaleza, algo en él me llamaba. Y algo en mí respondía a esa llamada, como una loba que sigue a su destino sin importar cuán incierto sea el camino.Hoy, como todos los días desde que llegué, sentía su presencia más cerca que nunca. Podía escucharlo, olerlo, percibirlo en el aire como una tormenta esperand
ZaneLa noche era un velo espeso sobre la manada, envolviendo todo con una quietud engañosa. Afuera, los lobos patrullaban los límites del territorio, manteniéndose alerta ante cualquier posible amenaza. Pero dentro de mí, la verdadera batalla se libraba en silencio.Apoyado contra la pared de mi cabaña, con los brazos cruzados y la mirada fija en el bosque, dejé que los recuerdos se filtraran como un veneno lento. No había manera de escapar de ellos, no cuando la presencia de Luna removía cada herida, cada cicatriz que creí enterrada.El amor era una ilusión. Un juego peligroso que te hacía bajar la guardia hasta que te clavaban el puñal en el corazón. Yo lo había aprendido de la peor manera.Recordé el calor de unas manos que juraron ser leales. Recordé los labios que prometieron amor eterno y que, en cuestión
LunaEl aire en el campamento seguía impregnado del aroma metálico de la sangre y la tensión de la reciente pelea, pero lo que más me perturbaba era el peso de la mirada de Zane.No había dicho nada desde que me ordenó volver a la cabaña. Pero incluso en su silencio, había algo en él que me hacía sentir atrapada.O tal vez… era yo la que no quería alejarme.Sacudí la cabeza, tratando de arrancarme ese pensamiento de la mente. No. No podía estar cediendo a esto.Él era peligroso. Incontrolable.Y, sin embarg
LunaEl viento cortante acariciaba mi rostro mientras corría, mis pies golpeando el suelo con un ritmo frenético. Mi respiración era irregular, mi pecho subía y bajaba con cada inhalación ansiosa. El aire, helado y seco, no lograba calmar el ardor que quemaba en mi pecho, una sensación de vacío que amenazaba con consumirme por completo.Había sido rechazada. Rechazada por mi mate. La promesa de una vida compartida, de un destino sellado con sangre, que se rompió como cristal bajo los ojos de todos. Estaba tan segura de que él era el indicado para mí, que nuestra conexión era inevitable, pero la realidad me golpeó con una brutalidad que no había anticipado. Cuando él, el único ser con el que pensaba que podría construir mi vida, me miró con desdén, diciendo esas palabras que perforaron mi alma, supe que ya no había vuelta atrás."Te he estado buscando, Luna", dijo, sus ojos vacíos de emoción, como si no estuviera mirando a la persona que había compartido su vida desde que éramos cacho