Al día siguiente.
Ignacio acariciaba el cabello de Laura, quién aún permanecía dormida en la habitación del hospital.
La junta médica le había informado al joven que debían empezar de inmediato con las quimioterapias, en unas semanas más la medula ósea de la jovencita, tenía que quedar al 0%, para poder realizar el trasplante de células madres. Existían riesgos como en todo caso, pero también las esperanzas eran alentadoras, por lo que necesitaban un segundo plan y en eso la intervención de Ariadna era indispensable.
Laura abrió los ojos aún, adormecida, la cabeza le dolía producto del golpe que sufrió:
—¿Cómo están Kate y la bebé?
Fue lo primero que la joven preguntó, recordando el momento en que la rama de aquel árbol, estaba a punto de caer sobre Katherine.
—Tranquila, cariño —susurró Ignacio—. Kate,
¿Por qué motivo iría Ariadna a buscar a Damián? ¿Será que Kate tiene alguna enfermedad grave?
Al interior de la mansión, en el despacho principal, Damián revisaba en su computador, las últimas operaciones de sus inversiones en la bolsa de valores, cuando el agente Smith apareció. —Lamento interrumpir, aquí tengo el informe sobre la señora Rinaldi—. Smith colocó una carpeta sobre el escritorio. —Sabes bien que no leo este tipo de informes —cuestionó, infórmame tú —ordenó Damián. —Ariadna Rinaldi, tiene un expediente limpio —afirmó el agente—, está casada con Nicholas Grimaldi casi como veinte años, tiene tres hijos con él —indicó—. La mujer labora en el Orfanato Nuestra Señora de los Dolores, y en las tardes ayuda en la parroquia San José, es muy amiga del sacerdote de esa iglesia —informó. Damián levantó una de sus cejas y rascó su barbilla. —Así que mi querida Ariadna es una santa. —Sonrió con malicia—. ¿Averiguaste las cosas que le gustan? —indagó.
El agente García volvió a salir de la alcoba, para no molestar en ese instante el timbre de su departamento sonó, al mirar se dio cuenta de que era Ana Cristina quién venía a revisar a Katherine. —Buenas tardes, doctora —saludó Fernando, con una sonrisa—, voy a avisarle a Kate que usted está aquí. El joven se dirigió a la habitación. Katherine ya había despertado por el ruido del timbre. —Kate, la doctora Ana Cristina está aquí viene a examinarte —indicó Fernando. —Hazla pasar —solicitó Kate—. Dejemos que Tefa, siga durmiendo, la doctora es su tía, no va a decir nada. Fernando obedeció, entonces Ana Cristina ingresó con el doppler portátil para examinar a la joven. Eso sorprendió a Katherine, era algo extraño que ella se tomará esas molestias o quizás Fernando, se lo había pedido, sin embargo, la joven tenía un mal presentimiento. —¿Cómo te
Semanas después. Posterior a aquel acercamiento entre Kate y Fernando, ella había aceptado quedarse un tiempo más, sin embargo, todos los días buscaba en el diario un departamento para mudarse. No quería volver a ilusionarse con él ni con ninguna otra persona; sin embargo, aún amaba a Fernando, y más aún cuando la acompañaba todas las semanas a los controles médicos que exigía Ana Cristina, quién siempre les indicaba que la bebé estaba bien, pero ella sentía que le ocultaban algo. Fernando proseguía con su entrenamiento en New York, y Katherine se quedaba la mayor parte del tiempo sola. Él la llamaba siempre, y cuando podía llegaba a almorzar con ella. Katherine se estaba acostumbrando a todo eso, a ser una familia perfecta, sin embargo, sus traumas le decían que eso no existía. Tefa acudía a acompañarla y a seguirle tomando las fot
Ariadna abrió sus ojos de par en par, observó la cara de desconcierto de Fernando. —¿Disculpe cómo llamó a Fernando? —preguntó Ary y caminó hasta quedar frente a ella. —Mi hijo —respondió Eugenia observando con curiosidad a la señora Grimaldi. Ariadna soltó una risa irónica. —¿Su hijo? —cuestionó bufando—. Después que lo abandonó a su suerte, a él, a su padre y a su hermano menor... ¿No le da vergüenza venir a buscarlo? ¿Qué clase de ser humano es? —investigó a manera de reclamo la señora Grimaldi, colocando sus manos a ambos lados de la cintura. —Usted no es nadie para juzgarme —increpó Eugenia con seriedad. —En efecto no tengo derecho a recriminarle, sin embargo, para Fernando, yo soy su madre —declaró Ariadna, llena de orgullo—. Yo lo encontré cuando era niño vendiendo en la calle, exponiéndose a tantos peligros, mientras uste
En la mansión Blake, el señor de la casa sentado en el gran sillón de su escritorio en su despacho, observaba la fotografía de aquella mujer a la que en el pasado había amado, mientras permanecía sumido en los recuerdos de su juventud fue interrumpido por su hombre de confianza, el agente Smith: —Señor ya tengo el informe que me pidió —indicó el agente. Damián lo observó en silencio a espera de respuestas—: La persona a la que usted buscaba está muerta, falleció varios años atrás —pronunció Smith—. De la niña nadie sabe nada, al parecer la madre de la señora cumplió al pie de la letra con las órdenes que le dieron —informó el agente. Damián bebió de golpe un sorbo de whisky que minutos antes se había servido, su azulada mirada se volvió gris, su respiración se acortó. Se llenó de rabia y resentimiento, apretó con fuerza sus puños, ni siquiera podía expresar con exactitud lo que sentía en ese momento, ahora ya no tenía con quién des
Tiempo después. Varias semanas habían pasado desde que aquella mujer escapó del auspicio donde llevaba encerrada casi más de doce años. No recordaba nada, únicamente el rostro de su hija. La pobre mujer deambulaba por las calles, a su memoria no se veía el lugar donde vivía antes. Algunas personas al verla en esas condiciones se compadecían de ella, le regalaban monedas. No tenía un lugar para dormir, se reunía con el resto de indigentes que andaban por las calles, se arropaba con cartones y así pasaba las noches. Caminaba sin rumbo, soportando los terribles rayos del sol que cubrían esa mañana el cielo de la ciudad. Se sentía débil, no había comido bien en días, aunque ya estaba acostumbrada a eso, en el psiquiátrico la dejaban sin alimentarse varias veces. —¡Hey! —exclamó un joven—. Señora no puede estar aquí —gritó—. Estamos trabajando —soltó en tono molesto. —Solo q
Katherine, caminaba a paso lento, su enorme vientre no le permitía tener la agilidad de meses atrás. —¿Podrías apresurarte? —preguntó Fernando, pues iban retrasados a su primera charla, con la psicóloga que atendía en el centro comunitario. La doctora Paola Santillana, era una mujer de casi cincuenta años, de mirada dulce, siempre transmitía paz, calma, desasosiego, todas las tardes dos veces por semana, brindaba charlas. A la que asistían Kate y Fernando, hablaba de: Cómo curar las heridas emocionales de la infancia. —Fernando García, si quieres adelantarte... ¡Hazlo! —gruñó Kate, muy enojada, andaba muy irritable por su embarazo—. Eres un desconsiderado —resopló ella. —¡Dame paciencia, señor con esta mujer por favor! —exclamó él mirando hacia el cielo. Katherine resopló al escucharlo, frunció los labios.
En el departamento de Fernando, Tefa seguía tomando las fotos para el álbum de Ángela.—Una fotografía más y acabamos —afirmó la jovencita.—Ya estoy cansada —reclamó Kate. —¿Qué tantas fotos nos sacas?—Bueno después no se estén quejando de que no tome bien las imágenes— recriminó Tefa—, que te ves muy gorda Kate y bla bla bla —dijo la joven, y luego se dirigió a Fernando. —¿No tienes que irte a trabajar o hacer algo de provecho con tu vida?El agente García dejó sobre el desayunador el vaso con jugo de naranja que estaba bebiendo, entonces su mirada se clavó en la de la jovencita.—Para tu mala suerte Tefa, tengo algunos días libre. —Sonrió Fernando—,