Un mes después.
Las cosas para Laura no habían sido nada fáciles, empezaron los efectos secundarios del tratamiento: fiebre, náuseas, sarpullido, le dolían las extremidades, se le hincharon las manos y piernas, el estómago le ardía.
Había días en los que las fuerzas la abandonaban. Deseaba que toda esa pesadilla terminara, lloraba sin descanso, sin embargo, a pesar de todo tenía el apoyo de su esposo, quien no dejaba de ir a visitarla, de darle ánimo, al igual que lo hacía su mamá Constanza. Cuando sentía que todo estaba perdido y las ganas de dejarse morir la abordaban, el amor de su esposo la reanimaba, es así que sacaba fuerzas de donde no las tenía y luchaba por su vida.
Permaneció internada en aquella habitación aislada del mundo, la convirtieron en una guerrera, en una luchadora, en al
Manta- Ecuador.El grupo de oficiales en adiestramiento del FBI entrenaba todas las mañanas.Trotaban varios kilómetros a través de la base naval. El agente García, con una barra de chocolate en la boca, trataba de seguir el ritmo de sus compañeros, pero de un tiempo acá se sentía cansado. Se realizaba exámenes médicos y no le encontraban ninguna enfermedad, lo que sí tenía hambre a cada instante y el chocolate que antes no le gustaba se había convertido en su debilidad.—Agente García —mencionó de manera enérgica el teniente Álvarez, que ese día estaba a cargo del grupo.Fernando se cuadró frente a su superior, retirándose el chocolate de la boca.—Sí mi teniente —respondió.—Ag
Rodrigo lo miró con seriedad, y no respondió al ataque de su primo porque la chica apareció en ese momento, por suerte no tenía ningún daño cerebral. Roberto pagó la consulta y los analgésicos que le enviaron a Patricia, y el agente García se ofreció en llevarla hasta el hotel. Rodrigo frunció los labios, sin embargo, él apenas conocía a esa chica, sabía que fue compañera de su primo en el colegio, pero nunca entablaron amistad, entonces se despidió de ella, y se marchó del hospital. Patricia subió con recelo al auto del oficial, ella hubiera preferido ir en un taxi, pero el agente insistió: —Perdón la mala educación Fernando García, a sus órdenes —se presentó él. —Patricia Córdoba —contestó la muchacha. En el camino el agente García, trataba de hacer conversación; sin embargo, ella le respondía con un sí o un no, era una mujer bastante res
Manta- Ecuador. Los fines de semana los agentes tenían libre para descansar. Fernando salió del baño con los ojos llorosos después de haber vomitado como todos los días, luego de eso el hambre lo apremiaba. —Yo pienso que tienes mal de ojo o mal aire —dijo uno de sus compañeros. —¿Qué es eso? —preguntó Fernando. —Supercherías en las que cree el oficial Castro —respondió el agente Méndez—. Por cierto, hablando de otra cosa... ¡Qué hermosa la muchacha de ayer de la playa! —exclamó recordando a la joven. —Belleza es poco —respondió el coronel Aristizábal—. Esos ojos, el cabello, los labios... —¡Ya basta! —bramó el agente García—. Dejen de ser morbosos —recriminó Fernando. —¿Celos? —preguntó Méndez, riendo. —Nada de eso, es prácticamente una niña, debe tener unos dieciocho años —cuestionó Fernando.
Después de aquella noche, al día siguiente, volvieron a salir a juntos, así él terminó contándole a una desconocida su mal de amores y para sorpresa de él, aquella jovencita le hizo poner los pies sobre la tierra, le dijo las cosas claras y precisas, lo regañó por no haber escuchado a Kate, lo recriminó por ser un impulsivo, y le explicó que eso no conducía a nada bueno en la vida, que siempre había que pensar antes que actuar. Los días posteriores que Patricia, aún permanecía de vacaciones en Manta, se encontraban las tardes cuando el sol se ocultaba en el horizonte. El agente García confundido con respecto de sus sentimientos, creyó encontrar en Patricia la cura a su mal de amores. Mientras observaban los bancos perderse en el horizonte, y sabiendo que era el último día de la joven en aquel lugar, Fernando sin previo aviso besó a la muchacha, quién se sorprendió porque no se esperaba algo así, sin embargo, ella no dejaba de pensar en e
Fernando no asimilaba aún lo del embarazo de Katherine. Su corazón bombeaba con fuerza, estaba tan asustado de verla pálida, inconsciente en los brazos de Estefanía, que sin dudar un segundo la cargó en sus brazos y la llevó hasta el dispensario para que Ana Cristina la revisara, entonces ingresó al consultorio como un loco, la doctora se asustó: —¿Qué sucede? ¿Qué ocurrió con Kate? —cuestionó al instante que Fernando la colocó con delicadeza en la camilla—. Ella salió en perfectas condiciones de aquí. —Observó con seriedad al agente. —¡Todo fue culpa de Fernando! —exclamó Tefa sollozando. Ana Cristina los sacó a ambos del consultorio, para revisar a Kate. — ¡Eres un idiota Fernando! — gritaba Tefa mientras lloraba y le daba golpes en el pecho. Él se sentía tan culpable en ese momento, que los alaridos y agresiones de la adolescente no eran nada, comparado al dolor que percibía al
Días después Ignacio y Laura, se dirigieron al consultorio de Ana Cristina, querían retomar su vida normal, eso significaba tener relaciones sexuales con la debida protección. Los últimos exámenes médicos realizados a la joven indicaban mejoría. Llegaron tomados de la mano irradiando la alegría contagiante de la juventud, esperaron que Ana terminara de atender a unos pacientes e ingresaron a la consulta. —Buenos días —saludaron a dúo, la doctora se puso de pie, y respondió con un efusivo abrazo al par de jovencitos. —Muchachos que alegría tenerlos por aquí —expresó contenta la doctora—. ¡Laurita se te ve mucho mejor! — exclamó Ana Cristina. —Si tía estamos felices, el último hemograma que se efectuó Laura dio buenos resultados, los glóbulos y plaquetas no han disminuido se mantienen estables y para su enfermedad eso es favorecedor —coment
Katherine después de terminar sus labores en el centro comunitario, se sentó a descansar en una de las bancas del patio posterior, observaba a los infantes jugar, deseaba estar ocupada todo el día y no pensar en las ofensas de Fernando. «¿Por qué tenía que volver?» se preguntó en su mente. Luego de aquel incidente con él, Katherine estaba reflexionando en la posibilidad de marcharse del centro comunitario; sin embargo, era muy feliz ahí, además también existía el inconveniente de que nadie le iba a dar trabajo estando embarazada y que cuando naciera su niña, no tendría con quién dejarla. «¡Malditos hombres, todos absolutamente todos son iguales!» expresó en su memoria presionando sus puños. Justo en ese momento Laura la miró, había llegado buscando al padre Fausto para pedirle un consejo, pero no lo encontró por lo que se acercó a su amiga, y cada que se aproximaba más, observaba con nostalgia el
—Kate, por favor necesito hablar contigo —suplicó Fernando de una manera muy distinta a la última vez que discutieron. Se veía triste, pálido como si estuviera enfermo, hasta más delgado. —Yo no tengo nada que hablar contigo Fernando —declaró Kate, con firmeza—. Las cosas entre nosotros están muy claras, te pido que no vengas a molestarme —concluyó sin observarlo. Él permanecía con la cabeza agachada, no tenía valor de mirarla a los ojos, su rostro reflejaba mucha melancolía. —Los dejo solos —indicó Laurita—. Vengan niños acompáñenme a buscar al Padre Fausto. Kate quiso evitar que su amiga la dejara a solas con Fernando, pero le fue imposible. —¿Me vas a escuchar? —volvió a suplicar él. — ¿Acaso tengo otra alternativa? —respondió ella. —Kate, serías tan amable de mirarme por favor —imploró—. No me gusta hablar co