Los ojos de la mujer eran fuego, mirando de arriba a abajo a la castaña que tenía enfrente, le resultaba bastante familiar, juraba haber visto esa mirada fuerte alguna vez. Lucille mostró una perfecta y aperlada hilera de dientes, Layla escondió a su pequeño hijo detrás de ella, cual Leona defendiendo a su cria, su sangre la sentía hervir, jamás había levantado siquiera la voz a sus hijos y venía ella a empujarlo como si fuera un muñeco, Lucille dirigió su mirada hacia abajo, sus grandes ojos se encantaron con los de una pequeña niña que la miraba de forma seria, era pequeña pero su mirada lo transmitía todo. —¿Son tuyos? —preguntó con un tono de voz bastante descortés. —Son hijos de un amigo, los traje a dar un paseo. —habló Matías, Lucille no creyó del todo sus palabras, la pequeña niña a su lado se parecía bastante a alguien. -Oh, no deberias de andar con niños por aquí, es una compañia sería no un parque de juegos. —Lucille sonrió a duras penas, de una forma que hizo que Layla
—Volvamos a casa, los niños deben de estar cansados. —ambos adultos se pararon de su sitio, llamando a los niños que entre risas tomaron la mano de su madre. Gean y Giana volvieron su vista al mismo tiempo en dirección a un auto negro, estacionado no muy lejos de ellos, los vidrios negros no permitían ver a la o las personas dentro de dicho vehículo, pero los más pequeños no presentían nada bueno. Tomaron con más fuerza la mano suave de su madre, que los volteó a ver en cuanto sintió la presión de las manitos de sus hijos en sus manos. Henry caminaba de un lado a otro, nervioso miraba el reloj en su muñeca cada minuto, sintiendo su corazón latir con fuerza en su interior, el sonido rebotaba en sus oídos sin permitirle oír sus pensamientos. Lorenzo volvió a su amigo a tierra sosteniendo sus hombros, mirando a los ojos azules que parecían no encontrar un punto fijo que mirar. —Necesitas sentarte un momento, ya estás comenzando a sudar. —¿Entiendes que la veré otra vez? ¿Qué se supon
—Layla...—susurra Henry. —Bienvenida.—oyó la voz firme de su padre, el hombre se acercó a la mujer con total confianza. —Tanto tiempo sin verlo, señor Harper. —Henry sintió un escalofrío al oír su voz, era como la recordaba pero algo diferente a su vez. Henry no pudo evitar quedarse parado en su sitio, anonadado y perdido, con la mirada recorrió cada centímetro de aquella figura, su pecho se sintió extrañamente cálido al recordar el pasado junto a ella, los buenos momentos que no llegamos a contar, las veces que tomó su mano para caminar con confianza bajo los árboles de Cerezo que con sus hojas caídas adornaban las calles, las veces que tuvo que peinar y secar el cabello rubio por las noches luego de jugar con harina como niños pequeños, recordó como Layla se acurrucaba en sus brazos las noches de tormenta y como con suaves caricias en su espalda lograba calmar su miedo, le sorprendía de sobremanera la confianza que se había generado entre ellos con el pasar del tiempo, pero nada
Jackson observaba de lejos a su esposa, la morocha hablaba con alegría a la joven frente a ella, tenía una de sus manos apoyadas sobre su abultado vientre y la otra sostenía su espalda, Jackson sonreía de lado, perdido en la belleza de su esposa, su corazón se llenaba al ver la familia que habían formado, no fue fácil en un inicio pero juntos lograron ser felices. Se acercó a las bellas mujeres que reían hablando de cosas triviales y la niña en sus brazos sonrió a la castaña que la volvió a ver con ojos dulces. Layla recordó a su pequeña niña, no se parecían en nada pero al verla se le vino la imágen de su hija a la cabeza, agachó la mirada pensando en como estarían los pequeños, trataría de salir un rato para llamar a Matías y saber sobre ellos más tarde. —Entonces, ¿cuando regresaste?—pregunta Jackson llamando su atención. —Hace un par de días, todo está bastante... ¿cambiado? —se abrazó a si misma. —¿Hablas de las personas a tu alrededor o de "esa" persona en específico? —Jacks
Abrió la puerta de golpe, se había sacado los tacones y corrido lo más rápido que su cansado cuerpo le permitió, el maldito auto se había quedado parado a mitad de camino, alguien lo había vaciado, no podía esperar a que llegara la ayuda por ellos, Layla corrió más de diez kilómetros hasta llegar a casa de su primo, su maquillaje se encontraba corrido y su ropa sucia, había tropezado y caído al suelo varías veces en su desespero. Henry la seguía de cerca, sin entender nada, sin saber el porqué del llanto y dolor de la joven. —¿Dónde? ¿dónde están? —preguntó caminando hasta el hombre que la esperaba sentado una de las sillas de la mesa del comedor. —Lo siento. —fue lo único que pudo dejar salir, cabizbajo y en las sombras. —¡No necesito tus malditas disculpas! —gritó con frustración. —¡Dime donde están! —Matías se volvió a verla con ojos rojos, Layla lo tomó por la camisa acercando su rostro a centímetros, susurrando. —¿dónde están mis hijos? —la rabia en su voz era palpable, si no
Layla temblaba, Matías le ofreció un vaso con agua, bebió un sorbo tratando de mojar su garganta para que salieran las palabras, Henry había desaparecido de un momento a otro pero estaba bien, podía derrumbarse tranquila y ser vulnerable frente a su primo sin tapujos. La castaña secó sus lágrimas una y otra y otra vez, pensando mil maneras de rescatar a sus pollitos de las manos de esa mala persona que se los había arrebatado. —¿Dónde están? —preguntó acariciando la foto de ella abrazando a ambos niños recién nacidos. —Los encontraremos. —Matías apoyó una de sus manos en el hombro ajeno, tratando de transmitir su apoyo. —Soy la peor madre del mundo. —dijo volviéndolo a ver. —No pienses así, estamos rodeados por los enemigos, nos confiamos y terminó pasando antes de tiempo. —el hombre trató de hacerla sentir mejor pero Layla no dejaba de temblar. —Los quiero de vuelta—susurra—los necesito para vivir, sin ellos no puedo respirar. —se abraza a su primo y se desborda en llanto sobre
Henry no mostraba estar cagado por fuera pero por dentro le temblaba el corazón, su esposa sostenía un arma en su dirección y disparó a un lado deteniendo cualquier paso, tanto de él como de su mejor amigo, el grito asustado de los niños se oyó, se escondieron en un abrazo en el pecho de Lorenzo, el hombre no podía creer que una mujer como ella haya llegado hasta ese punto, secuestrar a dos inocentes niños para lograr algo que sería imposible, hasta este punto Henry le guardaba un inmenso cariño, no podía verla como una verdadera esposa pero cuidaba de ella con amabilidad y respeto, a ella y al niño que había aceptado como suyo, amado de forma inimaginable. —¿Qué mierda estás haciendo? —Henry habla con voz firme, tratando de dar tiempo a que llegue la policía o alguién que los salve del lío en el que solitos estaban metidos. —No estoy haciendo nada malo, simplemente quise invitar a los pequeños Miller a cenar. —sonrió mientras caminaba con lentitud hasta ellos, más de esos gorilas a
—¿Como llegaste hasta aquí? —fue lo primero que preguntó Henry al verla. —Puse un rastreador en tu bolsillo, sabía que si encontraban información no me dirían nada. —la castaña desataba con desespero a sus hijos. Varios hombres la seguían, luchaban y disparaban a diestra y siniestra, Lorenzo ocultó a los pequeños a sus espaldas, Layla le agradeció con la cabeza guiando con cuidado al hombre junto a los niños a la salida más cercana. Verificó que subieran a la camioneta negra y volvió a adentrarse a ese edificio viejo en medio de la nada, su ex esposo se encontraba sujeto del cuello por un hombre enorme, Layla se detuvo unos segundos, tratando de pensar en una forma rápida de poder sacarlos a ellos dos de aquella situación en la que habían quedado, con los niños a salvo solo sus vidas estaban en sus manos. —Llegaste antes de lo planeado. —la voz de Lucille se oyó, con la respiración agitada la castaña se enderezó con la frente en alto. —Dije que no te metieras conmigo, te voy a hun