Vivía en un ambiente lleno de drogas y alcohol, su madre era una prostituta y su padre un desconocido, era una niña que vivía llena de morados y las lágrimas dejaban un camino en sus mejillas por horas y horas todos los días. A la edad de cinco años vagaba sola por las calles oscuras, donde ni el hombre más valiente se animaría a caminar solo, las luces fallaban y el ambiente era pesado, se escuchaban voces de personas que se ocultaban en medio de la oscuridad esperando el momento perfecto de atacar a algún alma en pena que se encontrara en solitario, la niña caminaba con miedo, sosteniendo sus manos con nerviosismo, buscando a su madre en aquella calle interminable que cuanto más se adentraba más profunda se hacía su oscuridad. —¿qué haces por aquí, niña? —una profunda voz la hizo detener su andar. —Busco a mi mami, tiene el pelo rojo y la piel muy blanca, es alta y muy flaquita.—dijo con voz inocente. El hombre sonrió de lado, extendió su mano grande en dirección a la pequeña, la
—¡Mamá! —gritaron ambos niños al ver a su madre. —¿Estás herida, mami? —preguntó con su voz quebrada la pequeña niña, se aferraba con fuerza a los brazos de su madre. —No la aprietes con fuerza, debe de estar lastimada después de salvarnos. —el niño pequeño habló, su cara oculta en el pecho de su madre, sus ojos apretados aguantando las lágrimas. —Mami está bien, mis pequeños—habló ella, besó y abrazó con fuerza a sus hijos. Layla aspiró con miedo sus cabellos, oliendo el rico olor a shampoo de coco con el que habían sido bañados, sus manos acariciaron cada detalle del rostro de sus mellizos, desde la punta de su respingada nariz hasta su pequeño y regordete mentón, sus ojos se llenaron de lágrimas de solo imaginar volver a pasar por algo así, los abrazó nuevamente con fuerza, con miedo a soltarlos y que fueran parte de su imaginación debido al desespero que había sentido antes. Lorenzo apareció con Jonathan en sus brazos, el pequeño tenía sus ojos rojos y algo hinchados, el niñ
Faltaba tan poco para llegar a la meta, pero se sentía tan lejos. A muy temprana edad fue separada de sus padres, le fueron arrebatadas las dos únicas personas que podrían llegar a amarla sin importar lo que hiciera, dijera e incluso si el mundo se iba a lo más profundo del infierno, Layla estaba segura de que aquellas dos personas que le habían dado la vida, la seguirían viendo con total cariño, amor del más puro y ciego. Sus recuerdos a su lado eran lo más valioso que guardaba en su interior, los recordaba con calidez y un cariño inimaginable, el día que sus padres murieron en ese trágico accidente una parte de ella se fue con ellos, Layla desde ese día no fue la misma niña, ya no sonreía de la misma manera, no sentía esa paz y buena energía, no se sentía en casa. Creció rodeada de esa gente que no la consideraban parte importante de su familia, la veían como chequera y lograron aprovechar lo más que podían de su inocencia y buen corazón. Pero todo eso ya se había terminado, ya n
El clima era frío, te calaba la piel, el viento era helado y el caminar se ponía difícil. A medida que luchaba por subir la calle empinada debido a la fuerza del viento, Layla, sostenía con fuerza entre sus brazos, un sobre, lo protegía como si fuera lo más valioso en esos momentos, incluso si llegaba casi congelada o sin energía debido a la fuerza que debía imponer al caminar, ese sobre debía de llegar a sus manos sin importar nada más. ~Horas antes~—Iré a ducharme y a bajar a los niños. —algo nerviosa se envolvió en la manta del sillón y subió las escaleras dando pequeños tropiezos debido al largo de la cobija. —Que noche ¿no? —habló Lorenzo de forma burlona moviendo las cejas de arriba a abajo. Henry no hizo más que fruncir el ceño sentándose correctamente en el sillón, observó a su amigo por unos cuantos segundos, Lorenzo actuaba más extraño de lo normal, entrecerrando los ojos se acercó al hombre, tratando de descifrar que escondía. Henry miro directo a los ojos nerviosos, de
Walter observó a su alrededor, eran más de cinco personas, expertas en artes marciales y combate, pero sonrió de lado, a los pocos segundos un fuerte sonido se oyó, la puerta de madera fue derribada como si de una simple galleta al agua se tratara,un hombre grande vestido de negro fue el primero en verse, seguido por varios hombres más que cargados en armas comenzaron a disparar, sin esperar un solo segundo más, sin preguntar ni esperar más órdenes. —Gregory, justo a tiempo. —Walter se paró de donde estaba sentado y abrochando su propio saco se acercó al hombre vestido de negro. —Siempre, señor. —su sonrisa era tan brillante como su ego mismo. —Toma a tres de nuestros hombres y quiero que vigilen la casa del viejo verde, este tipo se dió cuenta de todo, necesito saber cada mínimo movimiento y que es lo que trama. —Gregory no hizo más que asentir con firmeza. Salieron de ahí con prisa, ya en la camioneta el celular de Walter comenzó a sonar. El nombre de Layla apareció en la pantal
El auto frenó de golpe, haciendo que Lorenzo se volviera en dirección a su amigo con el ceño fruncido, se acomodó en el asiento y agradeció traer puesto su cinturón de seguridad. Se bajaron con cautela, con lentitud procedieron a caminar hasta la puerta de los padres de Henry, el hombre abrió con lentitud aquella puerta, Lorenzo ya había comenzado a sudar, sentía que estaba cometiendo el peor de los delitos, se recordó a sí mismo que estaban ahí por una buena causa, debían de demostrar la inocencia de su mejor amigo. —No hay un alma, es bastante extraño en realidad. —Henry conocía a su familia, no se tomarían días de vacaciones sin dejar a alguien a cargo de la mansión Harper. —Buscaré por los alrededores, busca por aquí y en diez minutos nos encontramos para buscar juntos en el piso de arriba. —Dijo Lorenzo antes de salir y dejar a su amigo solo en la oscuridad de la mansión. La luz era tenue, haciendo algo difícil la vista completa de el interior de la casa, Henry dió un vistazo
Layla despertó estirando su cuerpo con gracia y elegancia, abrió sus ojos en grande al ver a tres niños pequeños justo a un lado de la cama, mirándola en silencio, sus cabellos desordenados y sus ojitos hinchados debido a que acababan de despertar, saludó a los niños con una sonrisa, los pequeños se subieron a la cama con algo de dificultad, los mellizos fueron los primeros en hablar. —Señor papá no está—dijo el pequeño. —Creo que no volvió a casa anoche. —siguió su hermana. —¿Anoche? ¿Cuando salió? —preguntó la mujer. —Sí, yo vi a papi salir de noche—Johnny se encontraba en medio de sus dos hermanos, mirando con sus ojitos grandes e inocentes a la madre de estos. —dijo que volvería pronto pero no a regresado. —juntó sus manitos en preocupación. Layla volvió su vista al reloj despertador sobre la mesa a un lado de la cama, eran casi las seis con treinta minutos, un mal presentimiento se instaló en su pecho pero no hizo más que sonreír para no preocupar innecesariamente a los pequ
Tomaron sus manos con fuerza, sus cuerpos cubiertos por sus grandes abrigos, la lluvia se había detenido pero ellos aún cubrían su cabeza y parte de su rostro, aún estaban en la mira, hasta que este asunto no estuviera arreglado al cien por ciento, aún tenían que caminar cuidando sus espaldas. —Tomemos un taxi. —sugirió Henry levantando la mano para dar la señal de que el taxista los recogiera. —Cuando lleguemos a la casa ¿me contaras que sucedió? —preguntó Layla. Henry se volvió a verla por unos segundos, sus ojos negros preocupados en cierta forma lo hicieron algo feliz, su mirada bajo a sus manos aún entrelazadas. Sonrió de manera tierna, la castaña se apoyó en su hombro cerrando los ojos un momento, tenía frío debido a su ropa que aún se encontraba mojada, pero estaba bien, la mano de Henry era cálida en verdad. Un auto negro se estacionó justo frente a ellos, por instinto Henry ocultó a la bonita mujer detrás de él, tomando una posición de alerta total. La ventana de el lado