Jackson observaba de lejos a su esposa, la morocha hablaba con alegría a la joven frente a ella, tenía una de sus manos apoyadas sobre su abultado vientre y la otra sostenía su espalda, Jackson sonreía de lado, perdido en la belleza de su esposa, su corazón se llenaba al ver la familia que habían formado, no fue fácil en un inicio pero juntos lograron ser felices. Se acercó a las bellas mujeres que reían hablando de cosas triviales y la niña en sus brazos sonrió a la castaña que la volvió a ver con ojos dulces. Layla recordó a su pequeña niña, no se parecían en nada pero al verla se le vino la imágen de su hija a la cabeza, agachó la mirada pensando en como estarían los pequeños, trataría de salir un rato para llamar a Matías y saber sobre ellos más tarde. —Entonces, ¿cuando regresaste?—pregunta Jackson llamando su atención. —Hace un par de días, todo está bastante... ¿cambiado? —se abrazó a si misma. —¿Hablas de las personas a tu alrededor o de "esa" persona en específico? —Jacks
Abrió la puerta de golpe, se había sacado los tacones y corrido lo más rápido que su cansado cuerpo le permitió, el maldito auto se había quedado parado a mitad de camino, alguien lo había vaciado, no podía esperar a que llegara la ayuda por ellos, Layla corrió más de diez kilómetros hasta llegar a casa de su primo, su maquillaje se encontraba corrido y su ropa sucia, había tropezado y caído al suelo varías veces en su desespero. Henry la seguía de cerca, sin entender nada, sin saber el porqué del llanto y dolor de la joven. —¿Dónde? ¿dónde están? —preguntó caminando hasta el hombre que la esperaba sentado una de las sillas de la mesa del comedor. —Lo siento. —fue lo único que pudo dejar salir, cabizbajo y en las sombras. —¡No necesito tus malditas disculpas! —gritó con frustración. —¡Dime donde están! —Matías se volvió a verla con ojos rojos, Layla lo tomó por la camisa acercando su rostro a centímetros, susurrando. —¿dónde están mis hijos? —la rabia en su voz era palpable, si no
Layla temblaba, Matías le ofreció un vaso con agua, bebió un sorbo tratando de mojar su garganta para que salieran las palabras, Henry había desaparecido de un momento a otro pero estaba bien, podía derrumbarse tranquila y ser vulnerable frente a su primo sin tapujos. La castaña secó sus lágrimas una y otra y otra vez, pensando mil maneras de rescatar a sus pollitos de las manos de esa mala persona que se los había arrebatado. —¿Dónde están? —preguntó acariciando la foto de ella abrazando a ambos niños recién nacidos. —Los encontraremos. —Matías apoyó una de sus manos en el hombro ajeno, tratando de transmitir su apoyo. —Soy la peor madre del mundo. —dijo volviéndolo a ver. —No pienses así, estamos rodeados por los enemigos, nos confiamos y terminó pasando antes de tiempo. —el hombre trató de hacerla sentir mejor pero Layla no dejaba de temblar. —Los quiero de vuelta—susurra—los necesito para vivir, sin ellos no puedo respirar. —se abraza a su primo y se desborda en llanto sobre
Henry no mostraba estar cagado por fuera pero por dentro le temblaba el corazón, su esposa sostenía un arma en su dirección y disparó a un lado deteniendo cualquier paso, tanto de él como de su mejor amigo, el grito asustado de los niños se oyó, se escondieron en un abrazo en el pecho de Lorenzo, el hombre no podía creer que una mujer como ella haya llegado hasta ese punto, secuestrar a dos inocentes niños para lograr algo que sería imposible, hasta este punto Henry le guardaba un inmenso cariño, no podía verla como una verdadera esposa pero cuidaba de ella con amabilidad y respeto, a ella y al niño que había aceptado como suyo, amado de forma inimaginable. —¿Qué mierda estás haciendo? —Henry habla con voz firme, tratando de dar tiempo a que llegue la policía o alguién que los salve del lío en el que solitos estaban metidos. —No estoy haciendo nada malo, simplemente quise invitar a los pequeños Miller a cenar. —sonrió mientras caminaba con lentitud hasta ellos, más de esos gorilas a
—¿Como llegaste hasta aquí? —fue lo primero que preguntó Henry al verla. —Puse un rastreador en tu bolsillo, sabía que si encontraban información no me dirían nada. —la castaña desataba con desespero a sus hijos. Varios hombres la seguían, luchaban y disparaban a diestra y siniestra, Lorenzo ocultó a los pequeños a sus espaldas, Layla le agradeció con la cabeza guiando con cuidado al hombre junto a los niños a la salida más cercana. Verificó que subieran a la camioneta negra y volvió a adentrarse a ese edificio viejo en medio de la nada, su ex esposo se encontraba sujeto del cuello por un hombre enorme, Layla se detuvo unos segundos, tratando de pensar en una forma rápida de poder sacarlos a ellos dos de aquella situación en la que habían quedado, con los niños a salvo solo sus vidas estaban en sus manos. —Llegaste antes de lo planeado. —la voz de Lucille se oyó, con la respiración agitada la castaña se enderezó con la frente en alto. —Dije que no te metieras conmigo, te voy a hun
Vivía en un ambiente lleno de drogas y alcohol, su madre era una prostituta y su padre un desconocido, era una niña que vivía llena de morados y las lágrimas dejaban un camino en sus mejillas por horas y horas todos los días. A la edad de cinco años vagaba sola por las calles oscuras, donde ni el hombre más valiente se animaría a caminar solo, las luces fallaban y el ambiente era pesado, se escuchaban voces de personas que se ocultaban en medio de la oscuridad esperando el momento perfecto de atacar a algún alma en pena que se encontrara en solitario, la niña caminaba con miedo, sosteniendo sus manos con nerviosismo, buscando a su madre en aquella calle interminable que cuanto más se adentraba más profunda se hacía su oscuridad. —¿qué haces por aquí, niña? —una profunda voz la hizo detener su andar. —Busco a mi mami, tiene el pelo rojo y la piel muy blanca, es alta y muy flaquita.—dijo con voz inocente. El hombre sonrió de lado, extendió su mano grande en dirección a la pequeña, la
—¡Mamá! —gritaron ambos niños al ver a su madre. —¿Estás herida, mami? —preguntó con su voz quebrada la pequeña niña, se aferraba con fuerza a los brazos de su madre. —No la aprietes con fuerza, debe de estar lastimada después de salvarnos. —el niño pequeño habló, su cara oculta en el pecho de su madre, sus ojos apretados aguantando las lágrimas. —Mami está bien, mis pequeños—habló ella, besó y abrazó con fuerza a sus hijos. Layla aspiró con miedo sus cabellos, oliendo el rico olor a shampoo de coco con el que habían sido bañados, sus manos acariciaron cada detalle del rostro de sus mellizos, desde la punta de su respingada nariz hasta su pequeño y regordete mentón, sus ojos se llenaron de lágrimas de solo imaginar volver a pasar por algo así, los abrazó nuevamente con fuerza, con miedo a soltarlos y que fueran parte de su imaginación debido al desespero que había sentido antes. Lorenzo apareció con Jonathan en sus brazos, el pequeño tenía sus ojos rojos y algo hinchados, el niñ
Faltaba tan poco para llegar a la meta, pero se sentía tan lejos. A muy temprana edad fue separada de sus padres, le fueron arrebatadas las dos únicas personas que podrían llegar a amarla sin importar lo que hiciera, dijera e incluso si el mundo se iba a lo más profundo del infierno, Layla estaba segura de que aquellas dos personas que le habían dado la vida, la seguirían viendo con total cariño, amor del más puro y ciego. Sus recuerdos a su lado eran lo más valioso que guardaba en su interior, los recordaba con calidez y un cariño inimaginable, el día que sus padres murieron en ese trágico accidente una parte de ella se fue con ellos, Layla desde ese día no fue la misma niña, ya no sonreía de la misma manera, no sentía esa paz y buena energía, no se sentía en casa. Creció rodeada de esa gente que no la consideraban parte importante de su familia, la veían como chequera y lograron aprovechar lo más que podían de su inocencia y buen corazón. Pero todo eso ya se había terminado, ya n