Henry aún no procesaba las palabras de su amigo, le dolía lo que había escuchado, ¿hasta donde su propia familia era capaz de hundirlo? Tragó antes de que su temblorosa mano buscara su celular en el bolsillo interior de su saco, marcó el número de Layla y avisó que no llegaría a la reunión que tenían programada para esa tarde, necesitaba calmar sus nervios antes de volver al trabajo.
—Maldita sea. —susurra en cuanto su pierna golpea el escritorio, deja ir un suspiro volviendo a sentarse. —¿Que debo hacer ahora?Layla se sostuvo de la mesa, un mareo terrible hizo su mundo dar vueltas, observó a su alrededor, su respiración era agitada, la sentía pesada. Las náuseas volvieron a ella, sus ojos se volvieron vidriosos y casi no podía mantenerse de pie, algo asustada llamó en susurros a su esposo pero este no se encontraba en la sala, recordó que hacía un rato había llamado para avisar que no podría asistir, no resistió más tiempo, se preparó para el golpe contra el su—¿Tienes algo que decir? —preguntó la joven, su esposo la miró con una cara de total confusión. —Sí, —dijo—¿no te dije que hoy no salieras?—la rubia fruncio aún más el ceño. —En verdad eres un idiota. —susurra, rueda los ojos y sigue su camino hasta su oficina, ignorando los llamados del castaño. Henry no entendía lo que estaba pasando, tal vez su esposa estaba en esa etapa de cambios de humor, un chocolate caliente con media lunas creyó que calmaria su mal genio. Layla dejó su bolso de manera brusca sobre el sillón que decoraba una parte de su oficina, era un lugar amplio y bastante acogedor, le gustaba su lugar de trabajo. Se sentó en el mismo sillón, dejando ir un suspiro y cerrando los ojos para tratar de calmar su animo, sus pensamientos volvieron al cambio de habitación, ¿por qué cambiar de un momento a otro? Toc Toc. Oyó la puerta de su oficina ser golpeada con delicadeza, se sentó recta y dió paso a la persona que tocaba
Se alejaron con rapidez en cuanto oyeron la puerta ser abierta, el doctor les sonrió a ambos mientras leía unos papeles, Layla una vez más pidió a su esposo que saliera de la habitación, esta vez Henry aceptó sin chistar, al salir se encontró con su prima, la hermosa joven se veía contenta, le sonrió y se sentó a su lado. —Felicidades.—dijo. —¿Hasta donde? —pregunta ella, su cabeza se apoya en el hombro de su primo. —Debido al miedo del fracaso he traído a esta familia un nuevo miembro, la culpa me carcome por dentro. —La clave es que te centres en ser tu misma con él, lo más importante es que lo ames y respetes como persona, tu hijo te verá como lo más bello de este mundo y tú eres una persona increíble. —la azabache mira a con ojos grandes al hombre, sonríe de forma dulce y vuelve a apoyar su cabeza en su hombro. —Gracias.—susurra y Henry no puede evitar sonreír. Layla observa nerviosa al doctor frente a ella, con algo de ansiedad
Layla miraba a los profundos ojos azules, con tantos sentimientos revueltos en su interior que le era casi imposible respirar, sus manos temblorosas se envolvieron con cuidado alrededor de los brazos desnudos del hombre sobre ella, con su mente en blanco se dejó guiar por la dulce voz que susurraba su nombre muy cerca de su oido, haciendo que olvidara todo lo malo que esa misma persona la había hecho vivir. Las manos grandes de Henry la apretaban con fuerza pero sin llegar a dejar marca alguna, con cuidado sus labios recorrieron su piel, desde su cuello hasta su boca, su humeda lengua se abrió pasó con lentitud buscando la suya, Layla no podía evitar dejar salir gemidos de placer, ésta era su segunda vez que sus almas se unían y Henry conocía a la perfección cada pequeño rincón de su esbelto cuerpo, el punto exacto en el que la joven mujer no podía controlar su voz.—Mirame—pidió el hombre en cuanto la rubia cerró los ojos con fuerza, bastante avergonzada en cuanto sintió l
Henry fue subido al auto de su abuelo, obligado a salir de ese lugar oscuro en el que se había envuelto. Al llegar a casa fue recibido por el ceño fruncido de su progenitora, el día que su madre lo mirara con una sonrisa genuina en el rostro se acercaría el fin del mundo, Henry fue encerrado en su habitación durante tres días y dos noches, sin ningún tipo de tecnología, no encontraba forma de hallar a la mujer que le había robado el corazón. Cuando su familia bajó la guardia y alejó a los monos mutantes de su puerta fue cuando escapó rumbo a casa de su mejor amigo, Lorenzo lo esperaba con información. —Creo que lo mejor sería que descansaras.—propuso el hombre, mirando el estado de insomnio en el que se encontraba su amigo. —Estoy bien, no puedo descansar ahora, Lorenzo, se fue, no pude detenerla, cuando me di cuenta de mis sentimientos ya era demasiado tarde. Lorenzo negó. —Aún tienes tiempo, puedes volver a ella.— su mano se apoyó en el hombro del castaño.—Hazme caso y ve a desc
—Siéntate y escucha atentamente la nueva información que tengo.—Lorenzo hablaba con voz serena, su amigo lo miraba con ojos atentos y bastante nervioso. —¿Por qué tanto suspenso?—Henry deja ir un suspiro, se encontraba bastante cansado y su amigo no ayudaba mucho. —Se trata de algo muy importante. —Henry rueda los ojos. —Si es otra de tus boludeces mejor ya no digas nada, el mes pasado me tuviste detrás de tí dos semanas para que al final me dijeras que tenías una horrible diarrea.—el castaño dejó de prestarle atención al chico que rascaba su cabeza mientras dejaba salir una pequeña risa. —Es que fue muy chistoso verte desesperado corriendo detrás de mí esos días. —No empieces y ya habla. —Lorenzo observó a su amigo antes de hablar. —Tu esposa—se cortó y carraspeo—tu ex esposa, perdón, está llegando a esta ciudad para la grandiosa fiesta que ofrece la compañia por sus cinco años. —Henry se paró en su lugar, con ojos brillantes sonrió de oreja a oreja. —¿De dónde sacaste esa inf
Los ojos de la mujer eran fuego, mirando de arriba a abajo a la castaña que tenía enfrente, le resultaba bastante familiar, juraba haber visto esa mirada fuerte alguna vez. Lucille mostró una perfecta y aperlada hilera de dientes, Layla escondió a su pequeño hijo detrás de ella, cual Leona defendiendo a su cria, su sangre la sentía hervir, jamás había levantado siquiera la voz a sus hijos y venía ella a empujarlo como si fuera un muñeco, Lucille dirigió su mirada hacia abajo, sus grandes ojos se encantaron con los de una pequeña niña que la miraba de forma seria, era pequeña pero su mirada lo transmitía todo. —¿Son tuyos? —preguntó con un tono de voz bastante descortés. —Son hijos de un amigo, los traje a dar un paseo. —habló Matías, Lucille no creyó del todo sus palabras, la pequeña niña a su lado se parecía bastante a alguien. -Oh, no deberias de andar con niños por aquí, es una compañia sería no un parque de juegos. —Lucille sonrió a duras penas, de una forma que hizo que Layla
—Volvamos a casa, los niños deben de estar cansados. —ambos adultos se pararon de su sitio, llamando a los niños que entre risas tomaron la mano de su madre. Gean y Giana volvieron su vista al mismo tiempo en dirección a un auto negro, estacionado no muy lejos de ellos, los vidrios negros no permitían ver a la o las personas dentro de dicho vehículo, pero los más pequeños no presentían nada bueno. Tomaron con más fuerza la mano suave de su madre, que los volteó a ver en cuanto sintió la presión de las manitos de sus hijos en sus manos. Henry caminaba de un lado a otro, nervioso miraba el reloj en su muñeca cada minuto, sintiendo su corazón latir con fuerza en su interior, el sonido rebotaba en sus oídos sin permitirle oír sus pensamientos. Lorenzo volvió a su amigo a tierra sosteniendo sus hombros, mirando a los ojos azules que parecían no encontrar un punto fijo que mirar. —Necesitas sentarte un momento, ya estás comenzando a sudar. —¿Entiendes que la veré otra vez? ¿Qué se supon
—Layla...—susurra Henry. —Bienvenida.—oyó la voz firme de su padre, el hombre se acercó a la mujer con total confianza. —Tanto tiempo sin verlo, señor Harper. —Henry sintió un escalofrío al oír su voz, era como la recordaba pero algo diferente a su vez. Henry no pudo evitar quedarse parado en su sitio, anonadado y perdido, con la mirada recorrió cada centímetro de aquella figura, su pecho se sintió extrañamente cálido al recordar el pasado junto a ella, los buenos momentos que no llegamos a contar, las veces que tomó su mano para caminar con confianza bajo los árboles de Cerezo que con sus hojas caídas adornaban las calles, las veces que tuvo que peinar y secar el cabello rubio por las noches luego de jugar con harina como niños pequeños, recordó como Layla se acurrucaba en sus brazos las noches de tormenta y como con suaves caricias en su espalda lograba calmar su miedo, le sorprendía de sobremanera la confianza que se había generado entre ellos con el pasar del tiempo, pero nada