Capítulo 4. La visita de Elijah.

Todos se preparan, para la visita de Elijah después de un año de ausencia, Zoé aún no le menciona de su embarazo a Lucas, su madre por su parte, se muerde la lengua para no relevar la verdad. La familia completa, se agrupa en la sala de la mansión a la espera del muchacho.

Mientras tanto en la habitación principal:

—No vas a bajar, amor—menciona Lucas.

—Ya me alisto, cariño.

—Estas pálida, Zoé—se preocupa.

—No te preocupes, estoy en mis días—miente y oculta la verdad.

—Te esperamos en la sala, ya mi hermana llegó—advierte Lucas, con una gran sonrisa y se une nuevamente a su familia.

Al ver que Lucas sale de la recamara, se interna Grace y comenta:

—Lucas no es tonto, se puede dar cuenta de la causa de tu malestar.

—No comiences, mamá. Mejor ayúdame alistarme.

—Tanto alboroto, por el cura.

—Es su hijo, y es muy querido por todos.

—Bueno.

Zoé todavía se siente muy confundida, no se muestra feliz por la llegada de su bebé, de pronto expone:

—Yo no quiero a este bebé, en mis planes no está el ser madre.

—¿Tú sigues con lo mismo? Tienes que sentirte alegre y ese bebé es tu seguro de vida.

Afuera de la habitación, Solange, escuchó la conversación sin querer, la puerta estaba medio abierta, iba a llevarle un té de finas hierbas a Zoé, que Lucas había ordenado. Respira hondo antes de llamar a la puerta:

—Señora Zoé, puedo pasar.

—Pasa, Solange—entra y Grace la mira con recelo. Sirve el té y se retira. Al salir Solange se entristece al escuchar las duras palabras de Zoé, intuye que, en el fondo todos tienen razones de sobra para juzgarla, su comportamiento deja mucho que desear.

En la sala:

—¿A qué hora viene mi hermano? Estoy muy impaciente, papá—asienta Linda mirando su reloj.

—No comas ansias, hija.

—Todos estamos muy emocionados con la llegada de Elijah.

—Lo sé, hermana. Sé cuánto quieres a mis hijos.

—No te imaginas cuanto, Lucas.

Sin más preámbulo tocan a la puerta, sus corazones se aceleran, Elijah hace acto de presencia, lucia muy sencillo, con una camisa y pantalón en color negro, al parecer vino con su uniforme del seminario. A Emma los ojos se le ponen llorosos al ver a su sobrino, a quien adora como a un hijo:

—Elijah, cariño, te extrañé tanto—expone su tía junto con un tierno abrazo.

—Yo también los extrañé a todos, en especial a esta cascarrabias que tengo enfrente—señala Elijah, en tono jocoso y carga a su adorada hermana.

—Traes luz a esta casa, hijo mío—los ojos de Lucas de iluminan velozmente.

—¡Papá! —exclama con emoción y se abrazan.

Prontamente baja Zoé en compañía de su madre, en medio de las escaleras se detiene al ver a Elijah quien alza la mirada y ambos se miran fijamente. Zoé siente en su interior, una extraña sensación al verlo que concibe muy extraña, su madre la mira de reojos y murmura:

—Bajemos que todos nos están mirando.

Bajan rápidamente, antes del último escalón, Zoé se desmaya repentinamente y todos van a socorrerla en especial su hijastro. Linda la mira con rabia y cuchichea:

—Siempre quiere protagonismo en todo—ni siquiera se acerca, solo frunce el ceño fastidiada.

—Zoé, amor—se asusta Lucas.

—Subámosla al cuarto, papá—propone Elijah.

—Déjame llamar a Salvador.

—Yo puedo, papá—la carga, la toma entre sus brazos y la mira con aprehensión, detallando que es una mujer muy joven para su padre, disimula e ingresan para colocar a Zoé en la cama.

—Llamaré, al doctor—dice Emma.

—Rápido, hermana. ¿Qué le habrá pasado a mi esposa?

—Esperamos que responde el doctor.

Elijah la mira sin maldad, ya que no es de los que juzgan un libro por su portada. Sin embargo, le sigue pareciendo muy extraño que una mujer tan joven haya aceptado casarse con un hombre mayor de repente. Cuando se casaron, él estaba en el seminario, aunque Linda le había advertido de la situación. Simplemente pensó que exageraba y que su actitud obedecía a los celos, al sentirse desplazada del cariño de su padre. Sale y se aparta con la llegada del doctor, y le murmura a su tía:

—No imaginé que Zoé, era tan joven, tía. Se ve hasta menor que yo, a pesar de su vestimenta.

—¿Juzgas Elijah? Es muy raro oír este tipo de comentarios en ti—advierte Emma con rareza.

—No me lo tomes a mal, tía, solo no quiero que lastimen a mi padre.

—Querido es la vida de tu padre, quienes somos nosotros para meternos.

—Ahora entiendo el horror de Linda.

—Linda es muy caprichosa a veces, pero no tienes motivos para alarmarte.

—Solo temo, por papá.

—Yo lo he sabido cuidar muy bien, mi amor.

—¿Y esa señora? ¿Por qué nos mira tan raro? —pregunta Elijah al ver a Grace.

—Ya la conocerás es la madre de Zoé, es muy atrevida y de fuerte temperamento.

—¿Donde fue a parar mi padre? —se preocupación entra en aumento.

—Ya no te preocupes por Lucas, él está feliz es lo que cuenta, ¿no?

—No lo sé.

Los trémulos pensamientos de Elijah se apresuran a hacer juicios en su cabeza y cree, temiendo equivocarse, que pueden ser unas cazafortunas. No obstante, como futuro sacerdote, prefiere esperar y darles el beneficio de la duda, tanto a Zoé como a su madre. Espera poder conocerlas más a fondo a través de la convivencia. Mientras tanto dentro de la habitación, el doctor puntualiza:

—Posiblemente está usted embarazada, señora, tiene todos los síntomas—Zoé traga saliva al sentirse amenaza y al descubierto.

—Eso sería maravilloso, Alfred. Aunque, Zoé, me dijo hace rato que está en sus días—se emociona Lucas con la idea de ser padre nuevamente.

—Le tomaré unas muestras de sangre y las llevaré analizar en el laboratorio. Algunas mujeres están embarazadas y mesturan, no todas son iguales—expone el médico.

Zoé rompe a llorar al sentirse acorralada, muestra un rechazo silencioso ante el caos que se le avecina, entra en pánico y el doctor recomienda no angustiarla, por lo que le administra un suave tranquilizante para aplacar sus nervios. Al marcharse el médico, Lucas les da la noticia a todos, entre ellos los sirvientes, que están a la expectativa.

—Puede ser que Zoé, esté embarazada—va directo al grano.

—Felicidades, querido—celebra velozmente Grace y Solange la mira con reconcomio, debido a que había oído del embarazo previamente. Al percatarse de su incomodidad, su padre Salvador le pregunta:

—¿Por qué tienes esa cara, hija?

—Me duele la cabeza, papá.

—Dile a Sarah, que te de una pastilla.

—Enseguida—obedece y se retira.

La mayoría de los presentes muestran una gran sorpresa en sus rostros; la más afectada es Linda, que sale corriendo a encerrarse en su habitación al considerar la noticia como la peor de todas.

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