Arrepentimiento

La pareja se despertó abrazada después de una noche, deseo y placer.

Armando, al sentir los rayos de luz filtrándose por las rendijas de la ventana, fue el primero en abrir los ojos. Al observar su entorno, una oleada de sorpresa se apoderó de su mente, no podía creer lo que había sucedido. Había tenido sexo con Janet y ahora se encontraba en su habitación abrazándola cómo si la protegiera de algo.

No se arrepentía de sus acciones, pero deseaba fervientemente que ese encuentro hubiera tenido lugar en un entorno más especial y significativo para ambos. Con premura, se vistió rápidamente, temeroso de ser descubierto al abandonar la habitación. Antes de partir, decidió despertar a Janet con un beso en los labios y acariciarla suavemente, tratando de transmitir un sentimiento de afecto y disculpa.

La joven abrió los ojos y lo observó, confundida por la proximidad de su desnudez.

“Joven Armando, ¿qué estás haciendo aquí desnudo?”, preguntó, luchando por comprender la situación.

“Eh… anoche… bueno, nos dimos amor”, respondió él con una sonrisa leve y forzada.

Poco a poco, los recuerdos comenzaron a regresar a la mente de Janet, y su rostro se tiñó de un rubor incómodo.

“¿Nosotros?” Sus palabras se mezclaron con la incredulidad. Se había dejado llevar por el incidente con el hombre que intentó ultrajarla y buscó consuelo en Armando para olvidar ese horrible episodio. Sentía un profundo pesar por arrastrarlo a esta situación incómoda y buscaba desesperadamente disculparse con él.

Sin embargo, justo en ese momento, un toque resonó en la puerta de la habitación, envolviendo a ambos en un escalofriante temor.

Armando, colocándose rápidamente los pantalones, hizo un gesto silencioso con su boca para que Janet se mantuviera en silencio mientras él se ocultaba detrás de la puerta. Pero la joven estaba nerviosa; no deseaba que nadie descubriera lo ocurrido entre ellos en esa habitación. Cubriéndose con las sábanas y vistiendo solo una blusa, Janet se acercó a la puerta y la abrió.

Allí se encontraba María, una de las empleadas de la casa, cuya mirada estaba cargada de ira y frustración.

“Ey, ya van a ser las nueve de la mañana. Tienes que ayudarnos en la cocina. ¡Estúpida! Eres una empleada. ¿Tienes idea del trabajo que tuvimos que hacer ayer por esa m*****a fiesta?”, vociferó María, sin ocultar su enojo.

Janet se sentía cada vez más nerviosa, indecisa sobre cómo responder. Trataba de hablar con claridad y voz firme para evitar despertar.

El corazón de Janet latía desbocado mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas para responder a María, la empleada de la casa. Trataba de mantener la calma y hablar con claridad para evitar cualquier sospecha.

“Ya me estoy cambiando, no te preocupes. Hoy realizaré mis tareas como de costumbre”, respondió Janet con voz temblorosa.

María la observaba con ojos penetrantes, claramente insatisfecha con la explicación. “¿Por qué te marchaste de la fiesta? Necesitábamos más personas para ayudar, pero tú no estabas. Hubo una pelea entre Victor y otras personas”, señaló María acusadoramente.

Janet se mordió el labio inferior, sintiendo cómo la tensión se apoderaba de su cuerpo. “Ah… Ya veo, no te preocupes”, contestó tratando de disimular su ansiedad.

Pero María no estaba dispuesta a dejarlo pasar tan fácilmente. “¿No vas a decir nada más? Parece sorprendente que actúes así, considerando que eres la persona más cercana a él. Se nota que le tienes ganas”, agregó con una mirada burlona.

El comentario hizo que la ira ardiera en el interior de Janet, pero se contuvo para evitar empeorar la situación. Con gesto decidido, cerró la puerta con firmeza para no tener que escuchar más palabras hirientes.

Armando, quien había estado escuchando toda la conversación en silencio, esperó a que María se alejara antes de acercarse a Janet. Sabía que las acusaciones de María habían afectado a ambos, y quería tranquilizarla.

“Mis disculpas por lo que acaba de suceder”, susurró Armando, tomando suavemente las manos de Janet. “No deberías tener que pasar por esto. Sé que lo que ocurrió ayer fue un momento de vulnerabilidad para ti, y solo quiero que sepas que no te forzaré a nada incómodo. Dejemos que las cosas fluyan entre nosotros”.

Janet se sintió aliviada por las palabras reconfortantes de Armando, pero también se vio abrumada por la tormenta de emociones que la embargaba. “Te equivocas, Armando. Yo sí te amo, pero soy solo la empleada de esta casa, y no quiero causar problemas con tu padre”, admitió, con voz temblorosa.

Las palabras de Janet llenaron el corazón de Armando de esperanza y determinación. “No te preocupes, hablaré con mi padre cuando llegue el momento. No iré a la universidad todavía, y si decido ir, iré contigo. Estaré a tu lado y te cuidaré”, prometió, su voz llena de convicción.

“Armando…”, susurró Janet, luchando por contener las lágrimas de emoción.

“No te preocupes, no te dejaré sola. Aún debemos descubrir quién intentó atacarte anoche. Podría ser alguien cercano o incluso alguien de nuestra propia familia”, afirmó Armando, decidido a proteger a Janet y buscar justicia.

[…]

Horas después, la casa volvía a la normalidad mientras todos se esforzaban por limpiar los destrozos de la fiesta. La sala, escenario de la celebración, estaba sumida en el caos. Vasos rotos y sillas desordenadas se amontonaban en cada rincón, testigos mudos de la euforia desenfrenada que había tenido lugar allí.

Entre el bullicio y la algarabía, Armando se acercó sigilosamente a su padre, buscando respuestas. Una mezcla de ansiedad y curiosidad se apoderó de él mientras esperaba la respuesta a su inquietante pregunta.

“¿Qué pasó anoche?”, preguntó con un leve temblor en su voz.

Su padre lo miró con una mezcla de reproche y sorpresa. “¿Dónde estabas tú anoche?”, preguntó con un tono serio.

Armando se vio inmediatamente acorralado, consciente de que su respuesta no sería bien recibida. “Salí a ver a una chica… Llegué hace poco”, respondió tímidamente, tratando de no revelar demasiado.

El rostro de su padre reflejó cierta decepción y frustración. “Una chica… Deberías habérmelo dicho, pero eso ya no importa ahora. Victor se peleó con otro joven por cuestiones triviales. Está en su habitación, pero necesitábamos a Janet para calmarlo. La mandé llamar con esos calmantes especiales que le hago. Tengo planes para ella y tu hermano. Quiero casarlos, necesito a alguien como ella para calmarlo y cuidarlo. Con su edad, ya debería tener una familia y cambiar. Es un alfa demasiado dominante”, reveló su padre con una frialdad desconcertante.

Las palabras cayeron como un balde de agua fría sobre Armando. La idea de casar a Janet con su hermano era insoportable. El amor que sentía por ella se entrelazaba con un sentimiento de protección y una promesa de un futuro juntos. La idea de verla unida a otro lo abrumaba y le robaba la voz. Aunque quería confesar la verdad, sobre la pasión compartida con Janet en esa noche, el miedo y la incertidumbre se apoderaron de él, impidiéndole hablar.

“No me gusta esa idea. Yo planeaba irme a estudiar y quería que ella me acompañara. No quiero estar solo en ese lugar, ya se lo prometí”, dijo Armando, luchando por mantener la compostura y ocultar su desesperación.

Su padre lo miró fijamente, perplejo. “¿Tú qué?”, preguntó con incredulidad. La idea de que su hijo estuviera interesado en Janet le parecía absurda y desafiante.

Armando estaba a punto de responder con todas sus fuerzas, pero antes de que pudiera articular una palabra, Janet apareció en el pasillo, interrumpiendo la tensa conversación.

“¿Señor, en qué puedo ayudarlo?”, preguntó Janet, mostrando su profesionalismo y respeto a pesar del ambiente cargado.

“Acompáñame, hay algo que debo decirte”, ordenó su padre, dirigiéndose hacia una sala adyacente. La mirada de Armando mostraba esa rabia interna que no podía ser controlada. Quería proteger a Janet, quería luchar por su amor y evitar que su padre la obligara a casarse con su hermano.

Janet, notando la tensión en el pasillo y la expresión desafiante en los ojos de Armando, agarró suavemente su mano y le susurró al oído: “Cálmate, estaré bien”. Sus palabras transmitieron una mezcla de confianza y consuelo que ayudó a tranquilizarlo un poco.

Sin embargo, antes de que pudieran seguir conversando, María, una de las empleadas de la casa, pasó por allí y los vio juntos. La mirada de María se llenó de sorpresa y desaprobación al presenciar la cercanía entre Janet y Armando. Los celos y la envidia se apoderaron de ella, y sin pensarlo dos veces, se acercó a ellos, con una expresión de reproche en su rostro.

“¿Qué sucede aquí?”, preguntó María, con tono desafiante y confuso.

Janet y Armando se separaron rápidamente, sorprendidos por la interrupción inesperada. La tensión en el ambiente se hizo aún más tensa.

María, sintiéndose herida y resentida, dejó que su ira hablara por ella. “¿Cómo puedes ser tan descarada? ¿No tienes vergüenza de andar por ahí con el hijo de los dueños? ¡Eres una m*****a perra cazafortunas sin moral!”, acusó María, lanzando sus palabras con veneno y desprecio.

Janet se quedó sin habla, sintiéndose atacada y herida por las acusaciones injustas. La miró a los ojos, tratando de encontrar las palabras adecuadas para defenderse, pero las emociones la embargaron y no pudo articular ninguna respuesta.

Armando, enfurecido al ver a Janet siendo acusada sin motivo, decidió intervenir para protegerla. Habló con determinación en su voz, enfrentando a María directamente. “No es su culpa… Es mía. Por favor, no le digas nada a mis padres. Ellos ya están enojados conmigo, por esto”, confesó Armando, asumiendo la responsabilidad de su amor por Janet.

María se quedó sin palabras, impactada por la revelación de Armando. No esperaba que él tuviera sentimientos por Janet, y su sorpresa fue evidente en su rostro. Se sintió acorralada y desarmada frente a la valentía y sinceridad de Armando. Sin decir una palabra más, María se alejó en silencio, dejando a Janet y Armando solos en medio del pasillo, donde la tensión continuaba creciendo.

Janet se acercó a Armando, tomándole la mano con suavidad. “No te preocupes, estoy bien gracias a ti”, susurró Janet con gratitud en su voz. Sus ojos se encontraron, compartiendo un entendimiento y una complicidad silenciosa.

En ese momento,  María, en su camino para alejarse de ellos, se encontró con el padre de Armando, quien regresaba de la sala y se dirigía al sitio donde se hizo la fiesta porque no vio a Janet seguirlo.

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