LoisEl dolor en mi pecho es insoportable. Cada respiración es una batalla, una pelea constante entre lo que sé que debo hacer y lo que deseo con todo mi ser.No puedo dejar que ellos sientan esto, no puedo permitir que vean la tormenta que se desata en mi mente. No puedo compartir este dolor con Emmanuel y Ezequiel, o Aidan, que no sé qué está pasando con él.Así que cierro la conexión, los bloqueo, escondo mis pensamientos detrás de un muro que construyo apresuradamente.Sé que lo notarán, pero no puedo permitir que sepan lo que realmente estoy pensando.Todo esto es mi culpa. Aidan ha sido secuestrado, la pelea con el Alfa Thorne, y ahora... ahora los gemelos tienen a su propia familia en contra. Todo ha sido por mí. Porque soy débil, porque no soy una pareja digna de un Alfa como Emmanuel. Soy una simple omega, y no puedo cambiar lo que soy. No importa cuánto lo intente, no puedo luchar contra mi naturaleza que me condena a ser siempre... menos.Yo misma condené a Emmanuel a esto,
EnzoLa habitación está en completa oscuridad, el silencio solo es roto por mi respiración controlada. Pero dentro de mí, la frustración burbujea, una ola creciente de preguntas sin respuesta que me mantienen al borde.Pensé que iba a volverme loco cuando lo tomé en mi poder, pensé que iba a matarlo. Luego de la pelea en el bosque, aquello no me hizo ni cosquilla. ¡Y tenía ganas de pelea! ¡Demonios! No puedo calentar mi cuerpo, para luego llegar aquí y sentarme sin más y la idea de pelea, de pelear contra lobos, es tan dulce que aún me emociona.Maldito Thorne, debería de ser más agresivo conmigo, así, al menos, tendría en mis manos alguna excusa absurda para darle una paliza a sus hijos.Ezequiel aún es un niño, tan pequeño, tan indefenso, que no sabe nada.¿Y Emmanuel? Bueno… él sí que ha crecido. Cuando me reuní con Thorne y el resto de los alfas, sentí su poder. Estaba allí. Y era muy poderoso.Volviendo a Aidan, ni siquiera sé qué demonios hacía con Ezequiel o la maldita omega. T
Era una noche oscura en la que la luna apenas iluminaba el sendero. Teresa y Paolo, ambos omegas, caminaban con el peso de sus tareas diarias sobre sus hombros, el último eslabón en la jerarquía de la manada, siempre al servicio de los demás.La vida para ellos no había sido fácil; su existencia estaba marcada por la sumisión y el trabajo duro, un ciclo interminable de servidumbre que nunca parecía cambiar. Pero aquella noche sería diferente, aquella noche todo cambiaría.Teresa estaba exhausta, tanto física como emocionalmente. Un Beta, embriagado por la celebración de la manada, había intentado abusar de ella. Su piel aún ardía con el recuerdo de sus manos toscas, y su mente no podía dejar de revivir el horror de lo sucedido. Con el corazón palpitando de terror y repulsión, decidió huir, sin pensar en las consecuencias.Sabía que escapar de la manada, alejarse del territorio, la convertiría en una desertora, un destino peor que la muerte para cualquier lobo. Pero ya no podía soporta
LoisMis pensamientos estaban hechos un caos. La culpa, el miedo, la desesperación, todo se mezclaba en mi cabeza, volviéndome incapaz de pensar con claridad.Aidan estaba en peligro, lo sabía, lo sentía en cada fibra de mi ser. Había intentado mantener la calma, encontrar una solución, pero la realidad era que no podía. No había forma de ignorar lo que estaba pasando, y cada minuto que pasaba sin hacer nada me llenaba de más angustia.Me puse de pie de golpe, incapaz de soportar la sensación de impotencia un segundo más. Emmanuel y Ezequiel entraron en la habitación al mismo tiempo, como si hubieran sentido mi desesperación a través del vínculo que compartíamos.—No sabemos cómo acabará esto —dije, rompiendo el silencio que había colgado sobre nosotros como una nube oscura. Las palabras me dolían en la garganta, pero necesitaba decirlas.Emmanuel se acercó a mí, y cuando tomó mi mano, el contacto me hizo sentir una chispa de consuelo, aunque breve.—Hay una solución clara para estos
AIDANMis muñecas duelen por las ataduras que me retienen en este rincón oscuro de la fortaleza. La piedra fría bajo mis pies descalzos succiona el calor de mi cuerpo, como si intentara robar lo poco que me queda de energía. El aire apesta a sangre y muerte, quizás también a mi propia desesperación, esa que no quiero dejar ver, pero que… conforme pasaron las horas solo fueron en aumento.Las puertas rechinan. No necesito levantar la vista para saber quién es. Enzo. Camina con la arrogancia de alguien que cree haber ganado antes de empezar a jugar. Y lo ha hecho. Al menos por ahora. Tiene toda la ventaja y está muy enojado, pese a sus intentos desmesurados por no verter su rabia en mí.Lo veo acercarse con aquel maldito collar colgando de su cuello. La joya oscura absorbe la luz como un agujero sin fondo, el símbolo de su dominio. Con eso, él puede caminar bajo el sol sin arder, mientras que yo soy una anomalía. —Vamos… verás el amanecer —dice Enzo con una sonrisa lenta, cruel. Me
AidanEl viento golpea mi rostro mientras corro sin detenerme. El bosque arde a mi alrededor, el fuego crepitando con fuerza descontrolada. No sé cuánto tiempo llevo corriendo, pero cada paso deja una estela de destrucción tras de mí. Si quería pasar desapercibido, he empezado mal.Las llamas devoran la maleza seca, las hojas crujen en un estallido de cenizas, el aire se vuelve sofocante con el humo denso que asciende en espirales oscuras hacia el cielo. Estoy incendiando todo a mi paso. Las sombras de los árboles proyectan figuras deformes bajo el resplandor anaranjado del fuego. Escucho el batir frenético de alas, el crujido de ramas quebrándose, el golpeteo de pezuñas contra el suelo. Los animales huyen despavoridos, el instinto de supervivencia guiándolos lejos de la amenaza en la que me he convertido y el fuego que llevo conmigo. Siento el pulso desbocado en mis sienes. Mi respiración es errática. Tengo que detenerme. Las llamas que envuelven mi cuerpo chisporrotean, deslizá
ENZOEl lugar está cargado de murmullos, voces inquietantes que se deslizan entre los pasillos sombríos de la fortaleza. Las paredes de piedra parecen susurrar entre ellas, repitiendo la misma revelación con un tono espectral, como si fueran testigos de algo que nunca debió suceder. Otro vampiro camina bajo el sol. Las palabras recorren la fortaleza como una infección, propagándose en cada sombra, alimentando la incredulidad y el miedo. No es un rumor. No es una exageración. Es real. Mi mandíbula se tensa. Mis colmillos presionan contra mi propia carne. Mis manos se cierran en puños con tanta fuerza que mis uñas amenazan con perforar la piel. Irritación. Furia. Incredulidad. Ninguna de esas emociones, por abrasadoras que sean, se compara con la rabia incandescente que me consume cuando pienso en él. Aidan. Se ha escapado. Pero no de cualquier forma. Ardiendo. Como una estrella fugaz que desafía su propio destino. El fuego no lo destruyó. Lo abrazó. Se convirtió en él. C
THORNEEl aire estaba lleno de desconfianza, espeso como una tormenta a punto de estallar. Enzo me miraba con esa expresión de calculada indiferencia que no engañaba a nadie. Sus ojos lo traicionaban, una grieta en su máscara habitual de superioridad. No me fiaba de él. Nunca lo había hecho del todo, pero ahora tenía más razones que nunca para no hacerlo. Un vampiro en llamas había cruzado hacia territorio de los humanos, al menos esa era la versión que Enzo me daba y la cual me costaba creer. ¿Un vampiro en llamas? Sonaba a los típicos cuentos de terror que se les contaba a los niños… todo ficción. No podía haber un vampiro en llamas, la frase en sí misma se contradecía, a menos que fuese un vampiro en llamas… muriendo, no escapando.Y ese problema, uno que aún no terminaba de entender, era ahora también mío. —Llévame a la frontera —ordené con voz firme, sin dejar espacio a discusión. Estaba cansado de perder tiempo con esto.Enzo alzó una ceja, su sonrisa ladina apenas disimu