Capitulo XXX

El hombre del ascensor nos invita a acompañarlo, insiste en que vayamos por un café. Algo en la forma en que lo pide despierta mi curiosidad y tras intercambiar una breve mirada con mi compañero, accedemos.

No dice mucho mientras salimos del edificio, solo nos susurra por un poco de paciencia, que pronto se aclarará todo. Decido seguir su consejo y me muerdo la lengua.

Nos alejamos unas tres cuadras de la municipalidad, hasta que llegamos a un pequeño café medio oculto entre grandes edificios. Un lugar que no dice nada, el sitio perfecto para tener una conversación que nadie debería oír.

De inmediato tomamos la mesa más alejada del resto, y terminamos en la más cercana a una enorme ventana que da a la acera.

—Siento tener que ser tan críptico, pero necesitaba alejarnos de allí.

—No se preocupe, señor… —dejo la pregunta al aire.

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