Luego de instalarme en la pequeña habitación de “El Cóndor”, decido salir a ver la escena del crimen. O, mejor dicho, el lugar donde recuperaron el cuerpo, porque ni siquiera han dictaminado la causa de muerte, mucho menos han dicho algo sobre el presunto asesino, si es que lo hubo.
Tomo mi bolso de mano y me dirijo a la salida cuando mi camino es interceptado por un viejo conocido.
—Estaba seguro de que Reyes iba a mandarte a ti a cubrir esto. —dice a modo de saludo.
—Hola para ti también ¿a quién más iba a m****r? Ambos sabemos que soy la persona indicada para el trabajo, Fabián. —respondo condescendiente he intento eludirlo para seguir mi rumbo, pero él se mueve en mi dirección cortándome el paso.
—¿Puedo acompañarte?
—No sabes a dónde voy.
—Da igual, este pueblo fantasma es extremadamente aburrido, prefiero tu compañía.
—El sentimiento no es mutuo. Trabajo mejor sola. Problemas de concentración. —me disculpo y finalmente consigo seguir mi camino.
Me apresuro a subir a mi auto y escapar de su presencia para evitar que me siga, aunque estoy segura de que ya debe haber estado en el lugar donde encontraron a la niña.
Siguiendo las indicaciones de uno de los habitantes del lugar, llego sin mucho inconveniente al descampado, morada final de la niña del río. La multitud curiosa ha descendido desde que ayer vi las noticias, pero aún se encuentran algunos efectivos apostados en la zona y otros reporteros junto a sus cameramans o acompañados de anotadores digitales.
Tomo mi libreta y mi lapicera, me siento más cómoda escribiendo en papel cualquier idea que cruce mi mente, aunque la tecnología nos ha facilitado mucho la vida no se puede confiar del todo en ella. Por otro lado, el papel siempre será un fiel y confiable compañero.
Por suerte, opté por ponerme deportivas o estaría atrapada en el lodazal bajo mis pies. A paso firme, me acerco lo más que puedo a la zona acordonada, y soy testigo en primera mano del trabajo de la policía científica.
Una localidad tan pequeña, no suele tener un departamento de policía con gente especializada, por lo que siempre recurren al de la ciudad más próxima. En este caso, la ciudad de Rosario cedió a su departamento de criminología.
—No olvides tomar una muestra del agua y también de la fauna del río. —advierte un hombre alto, de cabello oscuro igual que su barba, con rostro serio a su compañero, claramente más joven e inexperto.
Es evidente, cuando todo lo que hace pone un empeño superior para no estropear el trabajo. Quiere impresionar a su jefe.
Doy un rápido vistazo alrededor, pero no consigo ver huellas en el terreno. No sería tarea fácil, aunque estuviera justo encima, la densa vegetación y el pantanoso suelo hacen la labor mucho más difícil. Sobre todo, si dejaron el cadáver un día antes de ser encontrado, cuando una abundante y fuerte lluvia hizo crecer el río.
Las inundaciones aledañas podrían haber borrado todo rastro del agresor o el transporte que podría haber usado. A simple vista, no hay nada que llame la atención, restos de maderas, troncos, hojas, y b****a. Nada fuera de lugar.
Poniéndome en puntas de pie alcanzo a divisar uno de los cartelitos numerados que marcan lo que en principio son pistas. Pero solo consigo divisar un papel arrugado.
Cuando uno de los oficiales pasa frente a la línea amarilla, cerca de mí, atraigo su atención.
—Disculpe oficial, ¿se sabe la identidad de la víctima? —pregunto con una descarada sonrisa para ganar su simpatía.
—Lo siento señorita, el comisario Ordoñez es el encargado del caso, él responderá sus preguntas. —se disculpa.
—¿Podemos hablar de un femicidio? —insisto, pero solo recibo una mirada acusadora de su parte.
En un vano intento por conseguir algo más, me alejo del gentío y rodeo el cordón policial hasta llegar al otro extremo. Pero una vez más, no consigo nada.
—No debería estar acá. —me advierte un nuevo oficial.
Su rostro denota cansancio, las violáceas ojeras bajo sus ojos son claro indicio de ello. Se pasa una mano por la frente, en un gesto de agotamiento. Las pequeñas arrugas que bordean sus ojos y frente se acentúan ante el gesto.
—No traspasare la cinta, lo prometo. —asevero— Valeria Muñiz de “El Informante”. —me presento ofreciendo mi mano.
—No puedo decirle nada señorita Muñiz, lo siento. Debe hablar con el comisario Ordoñez.
—No se preocupe. ¿Conocía a la víctima? —pregunto de forma casual, intentando conseguir algo.
—No era del pueblo, si eso quiere saber. —confiesa, hay tristeza en su voz.
—No, le preguntaba porque se ve bastante afectado… creí que, quizás la conocía.
—La muerte de una niña en un pueblo como este, afecta a todo el mundo que tenga sangre en las venas.
—Por supuesto, tiene razón.
—Aquí no acostumbramos a sacar niñas del río. —remata y se aleja sin decir más.
La culpa me carcome, debo trabajar en mi tacto, por supuesto que, a cualquier persona decente lo alteraría encontrar el cuerpo sin vida de cualquier ser humano. Pero cuando se trata de una jovencita, la impresión es incluso peor. Estar rodeada de sociópatas, me ha vuelto más fría de lo que creía. Una de las peores partes de mi trabajo.
Cuando niña, siempre fui muy curiosa, necesitaba encontrar respuestas para todo. Mi padre, a modo de broma me llamaba “Harry”, por una antigua novela donde una niña, que soñaba ser periodista, se metía en tremendos problemas.
Con el tiempo, comprendí que esa curiosidad que quemaba mis venas y me generaba mariposas en el estómago, era ni más ni menos, que mi vocación llamándome a gritos.
Había nacido periodista, y cuando abandoné mi pueblo natal, General Tala, en la provincia de Buenos Aires para dirigirme a la ciudad a estudiar periodismo, tuve muy en claro que me dedicaría a los policiales. Pues unía mis dos pasiones.
De joven me pasaba horas recostada en la fresca hierba del patio de mi casa, perdida en los libros de misterio y policiales. Nada adecuados para una niña, pero desde entonces, he sido precoz en todo.
Si bien amo lo que hago, a veces es muy duro ver la cruda realidad de un mundo perverso y cruel, que asesina niñas abandonadas a orillas del río.
De vuelta a la realidad, me decido por ir en busca del bendito comisario Ordoñez. Necesito algunas respuestas, que aparentemente, solo él puede darme.
Me subo al auto manejando lento por los caminos de tierra, el sol comienza a esconderse en el horizonte y el frío desciende unos grados a pesar de estar entrando en la primavera.
Unos minutos después me encuentro frente al precario departamento de policía de Rincón Alto. No hay más que una patrulla que lleva más tiempo en funcionamiento del que debería y algunas personas aposentadas en la vereda.
Me abro paso entre ellas e ingreso en el lugar. Solo hay una banca larga y derruida sobre una de las paredes laterales, en medio del espacio un mostrador de madera pesado que guarda un joven oficial recién salido de la academia.
—Buenos noches, ¿se encuentra el comisario Ordoñez? — pregunto sonriente.
El joven me mira con algo de sorpresa y se sonroja de inmediato, lo que me arranca una risa cómplice. Carraspea, para aclarar su voz antes de contestar sin mirarme a los ojos, con su vista perdida en algún lugar detrás suyo.
—Enseguida lo llamo, ¿señorita?
—Muñiz. Gracias.
Al poco tiempo vuelve avisándome que enseguida seré atendida, a lo que respondo con agradecimiento. Me alejo unos pasos, apoyo mi espalda sobre la pared vacía a mi izquierda cruzando mis pies a la altura de los tobillos. Estoy cansada, hambrienta y molesta.
—¿Señorita Muñiz? —pregunta una voz ronca y grave, sobresaltándome.
—Valeria —corrijo tendiéndole la mano.
Él la toma con seguridad haciendo un gesto para que lo siga a su oficina. Al entrar, el olor a cigarrillo me abofetea fuertemente haciendo que mi cuerpo se detenga sin previo aviso, con lo que choco mi espalda contra la dura panza del comisario. Me disculpo y me adentro.
La pequeña habitación solo cuenta con mobiliario esencial, un escritorio con su silla y dos haciendo juego en la dirección opuesta. Nada más. Todo en un triste de espantoso color marrón. Monocromático de piso a techo.
—¿En qué puedo ayudarla señorita Muñiz? —pregunta el hombre calvo y panzón de un metro ochenta tomando asiento en su lugar frente al escritorio.
—Soy periodista en “El Informante”, mi editor me envió a cubrir el caso de la niña aparecida en la vera del río. ¿Ha podido identificarla? —pregunto sin hacer una pausa mientras tomo mi anotador y lapicera.
—Sus huellas no se encuentran en ninguna base de datos. Enviamos la descripción física a distintos departamentos esperando que haya alguna denuncia de desaparición que encaje con la descripción.
—Entonces, ¿nadie reclamó su cuerpo aun?
—No, no hemos recibido ninguna llamada.
—¿Podemos hablar de femicidio? —continúo. El hombre parece devastado.
—Esperamos los resultados de la autopsia, su cuerpo fue trasladado a la morgue de Rosario.
—Y ¿su instinto qué le dice comisario?
—¿Extraoficialmente? —pregunta y yo asiento—. Algún desalmado mató a esa niña. Su cuerpo… —hace una larga pausa tragando saliva con dificultad—muestra claros indicios de haber sido abusado.
—¿Física o sexualmente? —indago.
—Ambos. Pero intuyo que la causa de muerte fue por estrangulación con alguna especie de cuerda. Es todo lo que puedo decirle, pero no está confirmado. —respira tan profundo que veo como sus hombros suben y bajan.
—¿Cree que el lugar donde se encontró el cuerpo es el sitio del crimen?
—El cuerpo de la niña llevaba un buen tiempo en el agua, diría que la corriente lo arrastró hasta la orilla cuando el río creció tras la intensa lluvia de hace unos días.
—¿Algo más que pueda decirme comisario?
—No tenemos nada más. No por el momento.
—Le agradezco su colaboración, le dejo mi tarjeta, si consigue alguna respuesta le agradecería que me lo informara.
—Se entregará un comunicado oficial a la prensa.
—Gracias comisario.
Con más preguntas que respuestas, me encamino de regreso a la habitación alquilada de la vieja casona. Tras una larga ducha, bajo por algo de comer al comedor formal que ofrece una comida casera gracias a la señora Dora. Y luego de devorar un sustancioso plato de guiso de lentejas[1] me acuesto.
Las imágenes en mi cabeza no me dejan conciliar el sueño. Representando la viva imagen de ese pequeño cuerpo arrastrado por la corriente.
Cuando la alarma de mi teléfono me despierta me veo cegada por la luz que entra por la ventana. Olvidé cerrar las cortinas anoche.
Me toma un momento ordenar mis pensamientos y es cuando las teorías se amontonan en mi cabeza. La idea de que ambos crímenes, tanto el de Evangelina Durán como el de la niña del río, fueron cometidos por el mismo agresor toma fuerza.
Debo encontrar las conexiones.
Debo poder ser capaz de ver los patrones.
¿Hay un patrón?
¿Estoy detrás de un asesino en serie?
O… solo es mera casualidad.
[1] Plato típico del norte de la Argentina.
Estuve solo un día más en Rincón Alto antes de volver a la ciudad con las manos vacías. Pues hasta el momento, no hay ninguna noticia sobre el caso. El comisario, como advirtió en nuestra reunión, envió un comunicado oficial a la prensa dando los escasos datos que tenía, que no eran más de lo que me había dicho.Aún no están los resultados definitivos de la autopsia de la NN [1]. Pero luego de comunicarme vía email con la oficina forense de Rosario, donde tengo un viejo conocido, recibo un informe preliminar.Los conocimientos e instintos del viejo comisario Ordoñez, no fallaron. La fecha de la muerte data de hace dos semanas. Al estar el cuerpo sumergido tanto tiempo ha dificultado la autopsia y no han podido rescatar material genético de él. Pero no se encontró agua en sus pulmones, la causa de muerte es asfixia por compresión mec&aac
Lourdes se sobresalta cuando abre la puerta y me encuentra sentada en la mesa comedor con mi ordenador en frente. Se toma el pecho artísticamente mientras escapa un grito de sus labios.—Mierda… ¿qué haces aquí? —pregunta tratando de recobrar la compostura.—Vine antes del trabajo. ¿recuerdas la niña del río?—Aún sigues con eso…—Sí, creo que van tres. Tres chicas diferentes, tres cadáveres, tres crímenes.—¿Estás segura de que es el mismo asesino? —cuestiona con la cara más pálida que de costumbre.Lou deja sus pertenencias al costado de la puerta, se quita las deportivas y se acomoda en la silla frente a mí. He logrado su atención, aunque el miedo se le refleja en la cara.—No estoy segura de nada. Es solo que… no creo en las casualidades
A medida que pasan los días todo parece ir de mal en peor, no tengo noticias de Lucas, tampoco ninguna respuesta de Elvira y para colmo, Lourdes sigue molesta conmigo. Apenas me dirige la palabra cuando nos vemos, ahora lo hacemos seguido ya que paso mucho tiempo en casa.Cansada de esperar sin nada que ocupe mi mente, decido que es momento de ir a visitar a mis padres. La última llamada con mamá me dejó intranquila. La salud de mi padre se deteriora rápidamente. Sus palabras aún me atormentan.<<Debes venir cuanto antes Vale, no sé cuánto tiempo más va a aguantar tu padre. Necesitas despedirte>>Visitar mi antiguo pueblo me llena de ansiedad, pero no puedo arriesgarme a no volver a ver a mi papá. Con la excusa de mi cumpleaños a la vuelta de la esquina, es buen momento para hacerlo y pasar un tiempo con ellos.—Voy a viajar a General Tala a visitar a m
Luego de la invitación de Elvira Durán a visitarla en Charjál, comienzo a preparar las cosas para emprender la travesía. Pero justo antes de irme, Lucas hace su gran aparición.—Había perdido la fe —confieso cuando abro la puerta.Por suerte, Lourdes se encuentra en el trabajo con lo que no tiene que estar aquí para verlo, no soportaría volver a ponerla en la situación incómoda y dolorosa de lidiar con él.—No fue nada fácil. No me dijiste que todas las víctimas eran de ciudades diferentes. ¿Tienes idea de lo mucho que me costó? —anuncia ingresando a la casa.Me hago a un lado para dejarlo entrar, con la mano lo invito a tomar asiento. Se acomoda en la silla y pone sobre la mesa tres carpetas en color madera. Resopla cansado.—Sabía que podrías hacerlo. Te lo agradezco. —respondo, mi mano queda e
Tras dos días de recorrido con una parada en medio para intentar dormir algo por la noche, en un espantoso y mugroso motel de la ruta, finalmente llego a mi destino.Antes de salir de casa, le envié un nuevo mensaje a Elvira, avisándole que partiría ese mismo día. Cuando respondió, quedamos en que nos encontraríamos en Arroyo Frío, el lugar donde encontraron el cadáver de su hija.Siguiendo las instrucciones de la gallega del GPS [1]de mi Smartphone[2], y tras un breve recorrido bordeando las ciudades linderas del río Paraná, al fin detengo mi auto cuando ella me indica que he llegado a mi destino.Apago el motor con los nervios traicionándome, entrevistar a la familia de una víctima es de las cosas más duras que me tocan hacer. Me hace sentir culpable, como si estuviera usando su dolor para mi propio beneficio. Aunque admito que en un principio lo
Luego de despedirnos de Eva, Elvira y yo nos encaminamos a la ruta donde tuvimos que dejar los autos, ya que el resto del camino se debe hacer a pie.Un extraño sentimiento me acompaña mientras recorremos en silencio, cada una inmersa en sus propios sentimientos, la distancia. Es que el lugar del árbol de las almas, como decido llamarlo de ahora en adelante, transmite mucha paz. Incluso, a pesar de estar marcado por un terrible crimen.Las ideas comienzan a llegar en olas a mi aturdido cerebro. Los nombres de las otras chicas, algunas desaparecidas, otras encontradas muertas en diferentes momentos y circunstancias, me inquietan.Si se trata de un único asesino, lleva mucho tiempo activo, tiene la inteligencia suficiente como para mantenerse bajo el radar. O quizás conoce demasiado bien el accionar policial y sabe cómo eludirlo.Lo cierto es que, al dejar sus cuerpos en el agua dificulta muchísimo l
La mañana llega rápidamente, Elvira y Susana no me dejaron ir a un hotel la noche anterior. Por el contrario, la dueña de casa insistió en que me aloje con ella, como lo hacía su amiga.Su familia es amorosa, todos me recibieron con amabilidad, su esposo Alberto, Jacinta su madre quien era la antigua dueña del restaurant, incluso sus hijos Fernando y Daniel.Una vez lista y decente, bajo hasta a la cocina donde me espera un banquete delicioso, mate caliente, pan y mermelada casera. Desayunamos todos juntos, luego nos marchamos.Recorremos lentamente el pequeño pueblo de Arroyo Frío, a medida que lo transitamos, Elvira comienza a relatarme diferentes historias. Todas las mujeres que de una forma u otra terminaron en Brazos Vacíos.—Aquí fue la última vez que vieron a Sandra Arias, una jovencita de veinte años, trabajaba allí —dice señaland
Según lo me comenta Ignacio, bueno, más bien la que da explicaciones sobre su persona es Elvira. Él se mantiene hermético, misterioso. Está claro que no confía en mí. Ni yo en él. No del todo. Se retiró de la fuerza, “diferencias de criterio” dice cuándo pregunto la razón de su renuncia. Él viene de un pueblo a unos 120km de Arroyo Frío. Castañares, tiene unos 20.000 habitantes, más del doble que el lugar donde nos encontramos.—¿Aún tienes contactos en la policía? —pregunto con mi mejor cara de póker.—Elvira ya me pidió que te consiga una cita con Peralta. —responde adivinando mis intenciones.—Genial, necesito hablar con él.—No servirá de nada, pero puedes intentarlo.—¿Por qué lo dices? —me inclino sobre la mesa interes