Tras dos días de recorrido con una parada en medio para intentar dormir algo por la noche, en un espantoso y mugroso motel de la ruta, finalmente llego a mi destino.
Antes de salir de casa, le envié un nuevo mensaje a Elvira, avisándole que partiría ese mismo día. Cuando respondió, quedamos en que nos encontraríamos en Arroyo Frío, el lugar donde encontraron el cadáver de su hija.
Siguiendo las instrucciones de la gallega del GPS [1]de mi Smartphone[2], y tras un breve recorrido bordeando las ciudades linderas del río Paraná, al fin detengo mi auto cuando ella me indica que he llegado a mi destino.
Apago el motor con los nervios traicionándome, entrevistar a la familia de una víctima es de las cosas más duras que me tocan hacer. Me hace sentir culpable, como si estuviera usando su dolor para mi propio beneficio. Aunque admito que en un principio lo
Luego de despedirnos de Eva, Elvira y yo nos encaminamos a la ruta donde tuvimos que dejar los autos, ya que el resto del camino se debe hacer a pie.Un extraño sentimiento me acompaña mientras recorremos en silencio, cada una inmersa en sus propios sentimientos, la distancia. Es que el lugar del árbol de las almas, como decido llamarlo de ahora en adelante, transmite mucha paz. Incluso, a pesar de estar marcado por un terrible crimen.Las ideas comienzan a llegar en olas a mi aturdido cerebro. Los nombres de las otras chicas, algunas desaparecidas, otras encontradas muertas en diferentes momentos y circunstancias, me inquietan.Si se trata de un único asesino, lleva mucho tiempo activo, tiene la inteligencia suficiente como para mantenerse bajo el radar. O quizás conoce demasiado bien el accionar policial y sabe cómo eludirlo.Lo cierto es que, al dejar sus cuerpos en el agua dificulta muchísimo l
La mañana llega rápidamente, Elvira y Susana no me dejaron ir a un hotel la noche anterior. Por el contrario, la dueña de casa insistió en que me aloje con ella, como lo hacía su amiga.Su familia es amorosa, todos me recibieron con amabilidad, su esposo Alberto, Jacinta su madre quien era la antigua dueña del restaurant, incluso sus hijos Fernando y Daniel.Una vez lista y decente, bajo hasta a la cocina donde me espera un banquete delicioso, mate caliente, pan y mermelada casera. Desayunamos todos juntos, luego nos marchamos.Recorremos lentamente el pequeño pueblo de Arroyo Frío, a medida que lo transitamos, Elvira comienza a relatarme diferentes historias. Todas las mujeres que de una forma u otra terminaron en Brazos Vacíos.—Aquí fue la última vez que vieron a Sandra Arias, una jovencita de veinte años, trabajaba allí —dice señaland
Según lo me comenta Ignacio, bueno, más bien la que da explicaciones sobre su persona es Elvira. Él se mantiene hermético, misterioso. Está claro que no confía en mí. Ni yo en él. No del todo. Se retiró de la fuerza, “diferencias de criterio” dice cuándo pregunto la razón de su renuncia. Él viene de un pueblo a unos 120km de Arroyo Frío. Castañares, tiene unos 20.000 habitantes, más del doble que el lugar donde nos encontramos.—¿Aún tienes contactos en la policía? —pregunto con mi mejor cara de póker.—Elvira ya me pidió que te consiga una cita con Peralta. —responde adivinando mis intenciones.—Genial, necesito hablar con él.—No servirá de nada, pero puedes intentarlo.—¿Por qué lo dices? —me inclino sobre la mesa interes
Al día siguiente, Ignacio Falcón y yo nos dirigimos a Vadío Viejo en mi pequeño auto. Tenemos un largo camino por delante en el que quiero aprovechar las horas para saber más de él. Hay algo que no me está diciendo, y necesito saber qué es.Pero no puedo abrumarlo yendo directo al grano, tengo que ir de a poco, con preguntas sencillas, como quienes se conocen en una primera cita. Aunque mi interés hacia su persona es puramente profesional.—Buena elección de música. —afirma cuando una nueva canción de Spinnetta suena en el estéreo, Bajan.—Me encanta el rock nacional, desde pequeña.—Somos dos. Lo que más extrañaba cuando me mude a Castañares, eran los recitales, claro, en esa época era un joven soñador sin mucha responsabilidad. —dice sonriendo.—Creí que e
Llegamos a Vadío Viejo poco después del mediodía. Aún contamos con la beneficencia del Sol, por lo que decidimos acercarnos primero al lugar donde apareció el cuerpo sin vida de Soledad Quiroga.Nos toma unas cuantas vueltas de más encontrar el lugar, no es para nada de fácil acceso. La carretera que bordea el río es apenas accesible con un vehículo común, ya que las ruedas fácilmente quedan estancadas en el lodazal que se forma por la humedad, la crecida del río y el camino de tierra.Pero finalmente conseguimos dejar el automóvil lo más cerca posible, seguimos el resto a pie. Ignacio a la cabeza de nuestra expedición, apartando ramas y arbustos enormes para que yo pueda seguirlo sin problema.—Una zona bastante inhóspita. —aseveró cuando finalmente podemos divisar la orilla.—Estaba pensando lo mismo, no es precisament
Decidimos pasar la noche en una pequeña posada en una ciudad aledaña que es mucho más grande y turística. Nos entretenemos toda la noche revisando los documentos que tenemos, en busca de nuevas pruebas o alguna pista que pasamos por alto, pero no logramos nada.El mismo resultado tenemos al intentar encontrar a la familia de la amiga de Soledad, Cintia. Pero su familia ha abandonado Vadío Viejo al par de años de su desaparición. No dejaron rastro de su paradero.Salimos a desayunar a un local recomendado por la recepcionista de la hostería, entre bocado y bocado seguimos debatiendo sobre las diferentes teorías que manejamos.Solo tenemos algunas cosas en claro.Han desaparecido, sistemáticamente durante las últimas dos décadas, al menos veinte mujeres. Tres de ellas, están muertas, sus decesos se han dado en circunstancias, como mínimo, confusas. Estamos lidi
Con el sobre marrón quemándome las manos, me dirijo en busca de mi compañero, quien prefirió ocultar su rostro maltrecho e ir directo a la habitación. Lo alcanzo a medio camino en las escaleras y lo ayudo a terminar el recorrido.Una vez dentro de su habitación, Ignacio se encamina al baño, yo aprovecho para vaciar el contenido del paquete sobre la cama. Una docena de fotografías quedan desperdigadas, también hay notas y un mapa.Mis ojos de inmediato viajan a las imágenes, y no puedo creerlo. No tengo la menor idea de quien pudo tomarlas, o porqué. Pero en ellas se puede ver claramente a Soledad, estas fotografías son muy diferentes, a la única imagen en el reporte policial.Está completamente vestida, la primera diferencia con las otras chicas. Sus manos están amarradas a su espalda por una cuerda gruesa, se encuentra descalza. Pero lo más destacable
Tomamos el vehículo, recogemos algo de comer en el camino y emprendemos el viaje. Nuestro primer destino es Puerto Grande, donde esperamos encontrarnos con el comisario mayor Ponce.—No va a decirnos una mierda Val, ni sé para que perdemos el tiempo. —se queja mi acompañante mientras devora un nuevo chipá[1].—Sé que no le voy a sacar ni mierda, pero quiero ver su reacción cuando se entere que sabemos la verdadera causa de muerte de Soledad. Quiero ponerlo nervioso, la gente nerviosa comete errores.—Bien, te sigo el juego. —acuerda.Media hora después, llegamos a la pequeña ciudad costera. Es casi en su totalidad un lugar de comercio entre Paraguay y Argentina. Pequeñas embarcaciones van y vienen por el río intercambiando productos autóctonos o materia prima.Y por supuesto, donde hay intercambio monetario, debe haber seguridad. Seg&