Llegamos a Vadío Viejo poco después del mediodía. Aún contamos con la beneficencia del Sol, por lo que decidimos acercarnos primero al lugar donde apareció el cuerpo sin vida de Soledad Quiroga.
Nos toma unas cuantas vueltas de más encontrar el lugar, no es para nada de fácil acceso. La carretera que bordea el río es apenas accesible con un vehículo común, ya que las ruedas fácilmente quedan estancadas en el lodazal que se forma por la humedad, la crecida del río y el camino de tierra.
Pero finalmente conseguimos dejar el automóvil lo más cerca posible, seguimos el resto a pie. Ignacio a la cabeza de nuestra expedición, apartando ramas y arbustos enormes para que yo pueda seguirlo sin problema.
—Una zona bastante inhóspita. —aseveró cuando finalmente podemos divisar la orilla.
—Estaba pensando lo mismo, no es precisament
Decidimos pasar la noche en una pequeña posada en una ciudad aledaña que es mucho más grande y turística. Nos entretenemos toda la noche revisando los documentos que tenemos, en busca de nuevas pruebas o alguna pista que pasamos por alto, pero no logramos nada.El mismo resultado tenemos al intentar encontrar a la familia de la amiga de Soledad, Cintia. Pero su familia ha abandonado Vadío Viejo al par de años de su desaparición. No dejaron rastro de su paradero.Salimos a desayunar a un local recomendado por la recepcionista de la hostería, entre bocado y bocado seguimos debatiendo sobre las diferentes teorías que manejamos.Solo tenemos algunas cosas en claro.Han desaparecido, sistemáticamente durante las últimas dos décadas, al menos veinte mujeres. Tres de ellas, están muertas, sus decesos se han dado en circunstancias, como mínimo, confusas. Estamos lidi
Con el sobre marrón quemándome las manos, me dirijo en busca de mi compañero, quien prefirió ocultar su rostro maltrecho e ir directo a la habitación. Lo alcanzo a medio camino en las escaleras y lo ayudo a terminar el recorrido.Una vez dentro de su habitación, Ignacio se encamina al baño, yo aprovecho para vaciar el contenido del paquete sobre la cama. Una docena de fotografías quedan desperdigadas, también hay notas y un mapa.Mis ojos de inmediato viajan a las imágenes, y no puedo creerlo. No tengo la menor idea de quien pudo tomarlas, o porqué. Pero en ellas se puede ver claramente a Soledad, estas fotografías son muy diferentes, a la única imagen en el reporte policial.Está completamente vestida, la primera diferencia con las otras chicas. Sus manos están amarradas a su espalda por una cuerda gruesa, se encuentra descalza. Pero lo más destacable
Tomamos el vehículo, recogemos algo de comer en el camino y emprendemos el viaje. Nuestro primer destino es Puerto Grande, donde esperamos encontrarnos con el comisario mayor Ponce.—No va a decirnos una mierda Val, ni sé para que perdemos el tiempo. —se queja mi acompañante mientras devora un nuevo chipá[1].—Sé que no le voy a sacar ni mierda, pero quiero ver su reacción cuando se entere que sabemos la verdadera causa de muerte de Soledad. Quiero ponerlo nervioso, la gente nerviosa comete errores.—Bien, te sigo el juego. —acuerda.Media hora después, llegamos a la pequeña ciudad costera. Es casi en su totalidad un lugar de comercio entre Paraguay y Argentina. Pequeñas embarcaciones van y vienen por el río intercambiando productos autóctonos o materia prima.Y por supuesto, donde hay intercambio monetario, debe haber seguridad. Seg&
Recorremos unos 20km desde el paso fronterizo hasta llegar al lugar marcado en el mapa con una estrella. Pero no podemos seguir, la enorme propiedad está cercada por una valla alta decorada con alambre de púas en la parte superior. Rodeamos el lugar, intentando pasar desapercibidos, pero es muy difícil no notar nuestra presencia. No hay nada kilómetros a la redonda.Cuando pasamos por el frente, podemos ver una pequeña garita y al menos, contamos dos hombres con sus respectivos perros custodiando la entrada. Nos siguen con la mirada y hablan entre ellos mientras aceleramos.La finca es enorme, hay un interminable parque rodeando la edificación por todos los costados, al fondo se divisa el río, al cual, claramente tiene acceso directo desde la casa.No llegamos muy lejos cuando notamos unas motos que nos siguen, detrás de ellos un Jeep[1]. Nos hacen luces y tocan bocina invitándonos a estacionar.
La noche es terrible, luego de que me separan de Ignacio, quien recibió unos cuantos golpes tras intentar resistirse, me dejan en una apestosa habitación. Intento recrear el camino hasta aquí en mi cabeza, pero solo puedo rememorar salir de la casa, ingresar a una especie de establo, bajar unas escaleras y luego zigzaguear hasta este lugar.El maldito lugar es enorme, no hay forma de escapar sin ser vistos y capturados. Cámaras por todos lados, cada pocos metros, un guardia armado apostado frente a alguna puerta de acero. Justo como la que me guarda aquí.Trato de acomodarme mejor en la silla de metal en la que me ataron cada una de mis muñecas a los posabrazos. Me duele el trasero y tengo las extremidades entumecidas por la quietud.El estómago me ruge, la garganta me arde por la sed. Tenía la estúpida y romántica idea, de que, si alguna vez tenía que estar en esta situación, lo
Siento que llevo una eternidad metida en esta celda de mierda. Ahora me encuentro en una habitación similar, con la excepción del mobiliario. Hay un colchón, una mesa con dos sillas en metal y una cubeta. Nada más.En estas cuatro paredes, las cosas empeoran rápidamente. Una mala situación, escala a una terrible situación en dos segundos. Basta una mala contestación, que el guardia tenga un mal día o simplemente este aburrido.Mis captores rotan, no siempre están los mismo trayendo la comida, algunos, son más civilizados que otros. El que nunca cambia, es cobra. Él me visita a diario, justo como prometió. Cumpliendo con su palabra, primero me golpea, a veces en las costillas, a veces en el abdomen. Si su día es muy malo, entonces, es en la cara. Por lo general usa sus puños, rara vez sus piernas.Luego, me somete. Toma lo que queda de mí, pero no ruego
—No me extrañes mucho —se despide Cobra cuando el bote llega al otro lado del río.—¿Te acuerdas lo que te prometí? —pregunto entre dientes.Sonríe y me tira un beso mientras el motor lo aleja de mí. Me quedo mirando fijo la embarcación alejándose de la orilla, hasta que se pierde en el horizonte. Y solo entonces me dejo caer de rodillas sobre la húmeda hierba.—Tenemos que irnos de aquí Val. —me pide Ignacio ayudándome a ponerme de pie.Cargo con su peso sobre mi hombro. Apenas lleguemos al pueblo lo voy a llevar al hospital, aunque sea a la fuerza. Tengo miedo de que la herida de bala en su rodilla derecha se infecte. Al igual que la lesión de la mano izquierda, de donde le cortaron tres de sus dedos.Lentamente nos abrimos camino a través de la frondosa vegetación, hasta que por fin puedo ver la carretera
Pasamos unos días en el hospital de Vadío Viejo, donde tuvieron que intervenir a Falcón para tratar de arreglar el desastre que hicieron esos malditos con él. Por supuesto, me quedé a su lado. Ninguno de los dos confiábamos en nadie más que nosotros mismos.El primer día, López vino a vernos y trajo consigo nuestras pertenencias que pudo recuperar de la hostería. Dos días después, regreso con mi auto y bolso. La versión oficial, habíamos sido asaltados en la frontera.Una vez que le dieron el alta a Ignacio, nos subimos al vehículo y abandonamos Vadío Viejo sin mirar atrás. Con la horrible sensación de estar siendo observados en todo momento, encima la frustración de tener que volver con las manos vacías y la cola entre las piernas.Huyendo, como dos míseros cobardes. Espantados por los recuerdos de nuestro cautiverio