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2. Un suceso inesperado

[Ximena Carbajal]

Dos semanas después…

Un ruido ensordecedor hace que abra los ojos. Volteo a ver mi teléfono es más de mediodía. Alguien toca a mi puerta con tremendos golpes. No se quien sea ni me interesa. Mi cuerpo no quiere levantarse, mi cabeza quiere estallar de la cruda que traigo del día anterior. Decidí venir a la luna de miel, después de que Tadeo me humillo dejándome sola en el altar. Más bien decidí huir de todos por que es humillante para mí el pensar que estuve en primera plana de todos los periódicos y revistas anunciando como el gran empresario Tadeo Peralta me dejó en el altar.

Los golpes en la puerta no cesan.

Como puedo trato de levantarme de la cama, hay botellas de vino alrededor de la cama, todo esta en desorden, ropa en el piso, botellas de agua, empaques de comida, etc. No se en que momento toda mi personalidad se esfumó.

¡Otra vez los golpes en la puerta! se escuchan más desesperados.

—¡Ya vooooy! —grito con enfado.

Abro la puerta y mi hermana Daniela esta frente a mí.

Pongo los ojos en blanco. Me giro rápidamente y regreso a la cama.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto haciendo un puchero.

Veo como ella camina entre las botellas y la ropa que hay en el piso.

—¡Por Dios Ximena! ¿Qué ha pasado aquí? Esta habitación está hecha un asco, hermana esto no puede continuar así, tienes que regresar a casa —dice con voz severa mientras se lleva las manos a la cintura con reclamo. Niego hundiendo mi rostro en la almohada.

—¿Para qué? ¿Para que todos se rían en mi cara por lo que el estúpido de Tadeo me ha hecho?

Daniela se sienta a lado de mi cabeza acariciando mi cabello como si fuera mi madre.

—Ni menciones a ese tipo sin vergüenza, lo que el quería es que tu no asistieras a la misa para que quedarás en mal por arrepentirte, ahora todo mundo habla de los dos, no sólo de ti, Ximena, escúchame —la miro en silencio —tienes que regresar a casa ahora, he venido por ti, te necesitamos, en la oficina todo es caos, yo no puedo con todo, papá no esta tu no estás, yo no puedo… —frunzo el ceño viendo como ella empieza a chillar como si fuera una niña pequeña.

—¿Cómo que papá no esta en la empresa?

Mi hermana niega.

—Ya se ha leído el testamento del tío Eugenio, le dejó toooodo, absolutamente todo a un desconocido, al parecer tenía un hijo oculto, ni papá sabía sobre él.

Me siento de golpe. Mi hermana sonríe. Estoy confundida, Eugenio era el socio de mi padre en la empresa que los dos fundaron, él falleció apenas hace dos meses de un infarto fulminante, fue una sorpresa para todos, siempre vivió solo no tenía familia, por eso es que lo llamábamos tío. Siempre tuve la esperanza de que nos dejaría su fortuna a Daniela y a mí.

Río.

—Entonces el tío Eugenio tenía secretos.

Mi hermana se encoge de hombros.

—No lo sé, lo único que se es que papá me envío hasta aquí por ti para que regreses cuanto antes a la oficina, él fue en busca del supuesto hijo del tío Eugenio lo va a traer para que se haga la voluntad del testamento, ese muchacho será el nuevo socio de la empresa dueño del cincuenta por ciento de las acciones.

Muevo la cabeza con incredulidad.

—No puede ser, papá no puede permitir que venga un extraño que no sabemos quien sea a la empresa a posicionarse como el dueño absoluto como si lo fuera.

—Pues si lo es… —miro con reclamo a mi hermana quien sonríe —¿entonces vas a regresar?

—No podemos dejar a papá sólo en esto, no sabemos quien es el hijo de Eugenio ni con que intenciones venga, claro que voy a regresar.

Mi hermana vitorea poniéndose de pie y saltando emocionada en su lugar.

Mientras me meto a bañar y me cambio lo más rápido que puedo, Daniela me ayuda a meter toda la ropa que traje a la maleta. Después de dos horas abordamos un avión con destino a Monteverde, ciudad industrial, dentro del top de las mejores ciudades para vivir de todo el norte de México. Donde yo vivía.

[León Hernández]

—Entonces, ¿está usted diciéndome que un tal Eugenio Mendoza me ha dejado una herencia? —suelto de manera irónica. El hombre sentado frente a mí, asiente. No me lo creo.

Este señor Joaquín Carbajal ha llegado a mi taller hace poco más de media hora buscándome. Lo he pasado a la mini oficina que hemos adaptado en un rinconcito del taller donde tengo un escritorio una silla para que el cliente se siente y yo me siento del otro lado de la mesa en uno de esos botes de pintura Berel. Es lo que hay, mi morada es humilde.

—No le creo —suelto frotando mi barbilla con los dedos de mi mano —no conozco ni conocí a ningún Eugenio Mendoza, no sé quién es.

—Deberíamos ir a hablar con tu madre, tal vez ella nos pueda dar las respuestas que necesitamos, en el testamento no se especifica si eres su hijo o no, sólo viene tu nombre y dirección, Eugenio sabía quien eres, dices que no tienes padre ¿no es así?

Asiento asimilando lo que me esta diciendo.

Nunca conocí a mi padre, mi madre nos ha dicho que el falleció al poco tiempo que mi hermano Paco naciera. No entiendo nada, mi madre jamás mentiría. Llevo una mano a mi cabello y lo sacudo con fuerza.

—Es que no lo entiendo, tiene que haber una equivocación, no creo que sea yo la persona que busca, por favor retírese.

El hombre frente a mí se pone de pie.

—Revisare de nuevo la información, no creo que me equivoque, pero te dejaré por ahora, necesitas asimilar esta noticia que no te ha caído nada bien por lo que veo.

Sonrío con sarcasmo.

—¿Cómo quiere que reaccione si me esta diciendo que hay un hombre que me ha dejado una herencia como si fuera mi padre o algo mío? Yo no sé quién era Eugenio Mendoza.

Despido al hombre hasta la puerta del taller.

—¿Qué pasó mi Lion? ¿Quién era ese señor pipirisnais? —escuchó la voz de mi mejor amigo Samuel que también me ayuda en el taller.

Me encojo de brazos.

—Creo que se equivoco de persona, buscaba alguien con el mismo apellido, regresemos a trabajar que aún tenemos mucha chamba por hacer —le digo, no le contaré a nadie sobre esto hasta que todo se aclare.

Al terminar con el trabajo del día, como todas las tardes camino cuatro cuadras hasta llegar a la vecindad donde vivo. Nuestra casa queda en el segundo piso, subo las escaleras casi corriendo y al abrir la puerta mi espalda se tensa por completo al ver de nuevo a aquel hombre que fue a visitarme al taller.

—¿Usted? —lo miro de arriba abajo.

Mi madre y él se ponen de pie.

—Hijo… —se acerca mamá a darme un beso en la mejilla. Mi madre parece apenada.

—¿Qué pasa aquí? ¿A que ha venido este hombre? —le pregunto a mi madre de manera cortante.

—Ven hijo —ella toma de mi mano, me conduce a sentarme a un lado de ella —es hora de que hablemos.

—¿Lo que me ha dicho este hombre sobre Eugenio Mendoza es verdad?

Clavo mi mirada en sus ojos suplicando una respuesta verdadera. Ella baja la mirada y asiente lentamente, siento como una flecha parte en dos mi corazón.

—León, Eugenio Mendoza es tu padre —confiesa en voz baja, mi pecho se contrae del asombro. No puede ser. ¿Por qué yo no lo sabía? —te contaré toda la verdad solo escucha, cuando era joven trabajé en una casa como empleada doméstica, yo me enamoré perdidamente del hijo de los dueños, pero era un amor imposible, tu eres el fruto de ese amor, él siempre supo sobre ti, siempre estuvo al tanto de lo que nos pasaba sólo que yo le pedí que se alejará de nosotros cuando conocí al papá de paquito, después de eso no lo volví a ver jamás.

—Paquito es mi medio hermano —musito. Mi madre asiente.

Miro a aquel hombre que observa la escena.

—Eugenio fue mi mejor amigo desde la infancia, él nunca se casó, nunca supe que tuviera un hijo, el secreto se lo llevo hasta la tumba, hasta ahora que te ha dejado a ti todo lo que poseía, se que él estará feliz de que recibas tu herencia —trago saliva. Veo al hombre —Eugenio y yo fundamos una fabrica textil de ropa de actualidad, su última voluntad es que tu trabajes y tomes tu lugar como socio y dueño de la mitad de estas acciones.

Frunzo el ceño.

—Pero yo soy un mecánico no se nada de moda y esas cosas.

El señor Joaquín suelta una risa.

—No es necesario que sepas, ven conmigo, conoce la fábrica, encontraremos el potencial para lo que eres bueno, en caso de que no sea lo que tú esperas siempre existe la posibilidad de vender tus acciones, yo podría comprarlas ya que es patrimonio de mi familia también, el dinero te vendría muy bien podrían vivir de ello toda la vida sin necesidad de trabajar, tu mamá ya no trabajaría.

Volteo a ver a mamá, ella trabaja casi todo el día planchando y lavando ropa ajena para darle el estudio que yo no tuve a mi hermanito. También pienso en mi abuela que ya es muy mayor. Mi mayor sueño es poder comprarles una casita donde vivir, sin preocupaciones de dinero. Cierro los ojos. Siempre viví humildemente a falta de un padre que me cuidará, mi hermano podría tener un futuro diferente.

—Esa fábrica que menciona, ¿ésta en San Juan? —le pregunto al recordar que cuando se presento en mi taller dijo que venía de lejos a buscarme.

El señor Joaquín niega.

—Está en Monteverde —abro los ojos, Monteverde es la capital del estado donde vivo y esta a dos horas de distancia en auto desde aquí —por eso es que te pido que vengas conmigo, puedes traer a tu familia también.

Volteo a ver a mamá.

—Ve hijo, nosotros estaremos bien, no te preocupes.

—Pero mamá… yo no me iré sin ustedes, ¿Qué pasará con el taller? ¿con Lucía? Yo tengo mi vida aquí en San Juan, ¿Cómo se mantendrán mientras ustedes?

—Por eso no hay problema —el señor Joaquín saca una chequera, escribe algo y se lo extiende a mi madre —¿cree que esto le alcance durante unos días mientras su hijo se adapta a la ciudad y viene por ustedes?

Veo como los ojos de mi madre se iluminan por completo. Tomo el cheque en mis manos. Treinta mil pesos. Nunca he visto todo ese dinero junto.

Es como si me hubiera sacado la lotería, pensé que esto solo pasaba en las películas, pero ya veo que no, es real. Donde quiera que estés, Eugenio Mendoza gracias por haberme dejado tu herencia.

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