Doctor Cretino
Doctor Cretino
Por: Cassandra Hart
Prefacio

Abi, tenía cinco años cuando comprendió el verdadero significado de la palabra soledad. Su abuela una mujer de unos sesenta años era estricta y su madre apenas pasando los 30 era ya más adulta que niña por lo que las tardes de juego eran en compañía de sus niñeras. Una vida solitaria y deprimente, pero, como era tan pequeña nunca sintió que ese algo, ese no tener más niños cerca, fuese algo negativo. En su pequeña cabeza, ella sentía que el mundo se reducía únicamente a los habitantes de su casa y como era una inmensa mansión, nunca tenía tiempo de aburrirse.

Muchas veces amaba ser la única niña pues le consentían mucho, otras veces cuando anhelaba más compañía de edad similar, resultaba realmente desolador. Porque al cumplir cinco años, escuchó a una de las sirvientas hablar de sus hijos, ahí supo que había otros niños ahí fuera. En casa no había televisores, radios, nada que le mostrara a la pequeña niña algo sobre el mundo de fuera.

Al cumplir los doce años le regalaron una televisión, ya era juiciosa para saber qué ver o no y pasar horas mirando cortos animados, era todo para ella. Una tarde pensaba en aquella especie de cautiverio, pensaba en su abuela y en que no es que no fuese cariñosa, pero le prohibía cosas que a veces ambicionaba. Amigos, una escuela normal, un padre, hermanos.

Cada vez que le pedía a su mama un hermano los ojos de su abuela abandonaban la calidez usual. Solo entonces sentía miedo. Con el paso de los años, Abi sentía que entre su abuela y su madre había un terrible secreto cuando al acercarse a hurtadillas a la biblioteca las escuchaba susurrando, en la cena se lanzaban miradas cargadas de secretismo y por miedo a resultar castigada, mantenía silencio.

Quería irse, eso lo decidió a los quince años, mientras miraba una película de amor, sabía de alguna forma que, si no dejaba aquella vida, no conocería nada de eso que quería. Pero fue cautelosa, su abuela era buena pero peligrosa, era una mujer con una violencia interna impresionante. Pero a pesar de querer marcharse era lista y objetiva, a esa edad sus oportunidades de alejarse, siendo menor de edad, sin haber acabado sus estudios y sin dinero, serían nulas. Así que empezó a ahorrar, dinero que le daba su abuela dinero que guardaba bajo su cama. Una mañana su abuela la encontró guardando el dinero, sacó la faja y la golpeo, Abi acabó confesando todo y la paliza, esa le valió varios días en cama sin moverse y su madre, no fue a verla ni una sola vez.

Con el paso del tiempo aprendió a observar y callar, intentando sacar sus propias conclusiones. El verano que su abuela enfermó, Abi comprendió que fuese cual fuese su secreto lo llevaría con ella al otro lado. Y odiaba a la vieja mujer, también la amaba y esa combinación de sentimientos, eran lo que la tenían mal, cuando supo de la enfermedad de su abuela.

Unos meses después del diagnóstico la abuela murió y su madre fue a visitar al médico, quien le confirmó el mismo padecimiento. Durante un par de años se mantuvieron positivas pues Amelia respondía bien a los tratamientos. Tenían suficiente dinero para no preocuparse de nada y se dedicaron a estar en casa tranquilas. Sin embargo, ese positivismo murió al tercer año cuando las cosas empeoraron.

Con 21 años Abi comprendió que su madre estaba pronta a morir.  Frente a su madre actuaba con serenidad y ecuanimidad, pero en su habitación dejaba que sus sentimientos saliesen a flote. No quería que muriera, porque su mamá era buena, sí…quizás nunca evitó los regaños innecesarios que vivió con su abuela o ni siquiera la defendió el día de la paliza, pero entendía que, como ella, su mamá era una víctima de un régimen de terror impuesto por Nana.

Una tarde, mientras tomaban café, Amelia sorprendió a Abi con una extraña petición. Deseaba morir en la finca familiar.

—No lo comprendo mamá, apenas si mencionaban ese lugar, ahora deseas ir a pasar tus últimos meses allá. No me malinterpretes, que sabes que tu bienestar es lo primero para mí, pero me siento confundida.

—Cometí muchos errores en mi vida Abi, olvidar esa propiedad fue uno de ellos. Sabes cómo era tu abuela y a ti solo te golpeó una vez, yo viví así por años mi amor, pero ahora que no está, he decidido que tú, más que yo, necesitas trasladarte a ese lugar.

—Mira, si es lo que quieres no te llevaré la contraria, lo único que importa es que estés feliz.

—Cerraremos esta casa indefinidamente y ya cuando yo falte, decidirás que hacer con ella.

—De acuerdo. No me gusta mucho que digas que cuando no estés decidiré.

—Abi, cariño. Mi enfermedad no tiene cura, no vivas aferrada a eso mi amor porque va a destruirte. Debes ser feliz y vivir tu propia vida.

—Te amo, mamá.

—Prepara toda tu ropa y pertenencias personales, la casa está equipada con todo, no es necesario nada aparte de nuestras cosas.

—Bien, lo primero que haré será ir al centro de la ciudad. Necesito algunas cosas de la farmacia.

—Envía al chofer.

—Madre, la abuela murió hace bastante y desde entonces hago las cosas por mí misma. Odiaba ser tratada como una delicada mariposa. Me hizo tener licencia, pero no me dejaba conducir, el primer viaje fue interesante, pero comprendí, que soy capaz de hacer cosas por mí misma.

—Lo siento hija, es la costumbre, supongo. Me alegro de saber que puedes hacer cosas por ti misma y que, aunque nunca fui una ayuda real, eres capaz de sobrevivir.

Fue tras salir del almacén que presenció la tragedia que cambiaría el resto de su vida. Y aunque la policía les aseguró que estarían seguras y a salvo, Abi supo que nada nunca volvería a ser igual. Y amaba tanto su libertad, que saber que por un tiempo su vida y la de su madre dependían de su habilidad para ocultarse, hizo que sintiera ganas de llorar.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo