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Dejando todo a prisa

Mientras se tomaba un café unas lágrimas intentaban caer por sus mejillas, pero al igual que en otras ocasiones, se mantuvo fuerte y logró dominarlas. Abigail Montgomery observó aquella habitación con detenimiento, aún tenía dos días antes de abandonar el que fue su hogar para trasladarse con su madre a un rancho en Montana.

Los recuerdos llegaron a su mente por miles. El primero de ellos mientras estaba en la sala.  Aunque tenía solo once años en aquella época, aún recordaba la escena con total nitidez. El retrato que sostenía en sus manos era el reflejo del pasatiempo de Nana Addie. Si cerraba sus ojos le parecía estar viéndola, con sus hermosos vestidos largos y sedosos, sus manos pequeñas y delicadas surcadas en su mayoría por largas arrugas.

Nana Addie siempre olía a lavanda, sus perfumes y jabones de aquella fragancia impregnaban sus recuerdos. Durante las tardes de los sábados tras cocinarle unas deliciosas galletas de chocolate —ritual de muchísimos años— la llevaba a la sala, se sentaba en su mecedora y le leía cuentos. Algunas veces trenzaba su cabello, otras simplemente lo cepillaban.

Muchas veces su abuela se quedaba dormida y Abi le colocaba su manta rosa sobre las piernas. Ahora tras su muerte se sentía sola…vacía. Su abuelo murió cuando ella era una bebé y no albergaba recuerdos de él.

A su padre nunca le conoció, su madre decía que él nunca supo sobre su existencia, cuando descubrió que estaba embarazada fue tras unas vacaciones fuera de Boston, nunca le avisó al joven, pero Abi no le creía, ella pensaba que su padre había negado su responsabilidad.

A menudo hablaba de ello con su abuela, quien recordaba el viaje, pero no precisaba la ubicación. Abi siempre se había considerado a sí misma como una persona positiva, aunque su pequeña familia se limitaba a su abuela y su madre, era feliz.

Pero por alguna extraña razón todo había acabado drásticamente.

Como si la muerte de su abuela y la enfermedad de su madre no fuesen suficientes catástrofes, había sido testigo de un homicidio, incidente que las obligaba a marcharse de Boston aún más rápido de lo planeado. Todo sucedió varias semanas atrás, el día que había decidido salir sin chofer pues estaba cansada de la sobreprotección de su abuela. Menuda broma.

Mientras realizaba algunas compras observó a un joven de no más de veinte años ser acorralado por otro sujeto. Sin saber porque, había caminado hacia el callejón llegando en el momento en que el arma era detonada.

El agresor escuchó su grito ahogado y caminó hacia ella, Abi se alejó internándose en medio de las caóticas calles de Boston.

Como había mucha gente cerca, en lugar de seguirla el asesino había huido, pero Abi le vio lo suficiente como para denunciar lo sucedido. Tras varias horas en el departamento de policía, le pidieron sus datos y le informaron que la llamarían para que declarase ante el juez que llevaba el caso, pues para su mala suerte, el sospechoso era buscado por varios crímenes y su testimonio les daría las herramientas suficientes para encarcelarlo.

Al llegar a casa y comentarlo con su madre, ambas decidieron acelerar aún más el traslado a Montana. Abi asistió a una audiencia donde fijarían si el sospechoso tenía derecho a solicitar libertad bajo fianza, por suerte le fue denegada. El sujeto se dedicó a amenazarla por lo que el juez accedió a que saliera de la ciudad siempre y cuando regresase para brindar testimonio.

Después de acabar de empacar lo estrictamente necesario partieron hacia Montana. El viaje fue silencioso, su madre dormía gracias a los medicamentos para el dolor, lo que le dio mucho tiempo para pensar.

Cuando recordaba al acusado lanzándole palabras llenas de una promesa de sangre se sentía aterrada. Pero su madre no podía estar al tanto de sus miedos, ya de por sí vivía angustiada por ser una carga para su hija. Decidida a cambiar el hilo de sus pensamientos, se dedicó a recordar una conversación que tuvo con su madre, sobre el lugar que escogió para sus últimos días.

—Es lo mejor hija. No solo se trata de tu seguridad, deseo pasar lo que me queda de vida en aquel lugar.

—Nunca me llevaste a visitarlo.

—No era el momento.

— ¿Y ahora sí lo es?

—Allá vas a encontrar muchas de las respuestas a las preguntas que me has hecho.

— ¿Sobre mi padre?

—Estoy cansada hija, ayúdame a llegar a mi cama.

Luego de aquella extraña conversación, Abi había iniciado los trámites para el traslado de sus pertenencias.

Su madre nunca antes había querido que ella se acercase al rancho, incluso parecía odiar el lugar, por eso le extrañaba tanto que quisiera pasar sus últimos meses de vida en Montana, pudiendo irse a cualquier parte del mundo.

Aunque el criminal al igual que los que las conocían ignoraba que los Montgomery poseían aquellas tierras, el riesgo estaba siempre presente.  Resuelta a no perturbar a su madre, decidió no seguir cuestionando sus decisiones, se había prometido a sí misma complacerla en todo lo que pudiese, les quedaba poco tiempo juntas.

Estaba tan absorta en sus pensamientos que el aviso del piloto, sobre el arribo a la pista privada del rancho le tomó desprevenida. Nadie en la ciudad podía ver a su madre, pues, aunque habían pasado muchos años desde que visitó aquellas tierras, alguien podría reconocerla.

La policía había advertido a ambas, que ese criminal contaba con ojos y oídos en casi todo el país. Una vez que aterrizaron vio todo con mayor calma, el lugar era tan hermoso que quitaba el aliento.  Desde donde estaba veía muchísimos caballos junto a sus crías y algunas reces.  Su madre estaba lista para bajar, Abi se sintió apenada de haberse olvidado de ella, el lugar le tenía hipnotizada.

—Descuida cariño, este lugar causa eso. Sé que amarás estas tierras y con suerte, el día que me vaya te quedaras aquí.

—Tengo fe de que te recuperaras.

—Ambas sabemos que no lo haré, cielo. Es mejor aprovechar nuestro tiempo juntas.

—Pero mamá….

—Vamos vamos, ayúdame a llegar a la casa. La persona que nos acompañara ya espera por nosotras.

La casa estaba equipada al máximo sin escatimar en tecnología. Tom Paterson, el capataz y hombre de confianza de su abuela resultó ser un hombre de la misma edad de su madre, a quién parecía tenerle muchísimo afecto. Aunque al llegar la había mirado con extrañeza, pronto se recuperó, brindándole todo su tiempo y cariño. Para su madre el cambio fue evidente, gozaba de una alegría que Abi no había visto en mucho tiempo. Incluso parecía sonrojarse con Tom.

Una semana después conoció a Alex Richardson. El apuesto médico esperaba en la veterinaria por algo de medicamento para su gata. Había tenido crías y necesitaba vitaminas. El dueño de la tienda quien de paso era un romántico empedernido los vio y decidió presentarles. Aunque a Abi no le interesaba un romance por el momento, le parecía interesante ver a dónde podía llevarle aquello.

No era difícil notar el evidente atractivo de Alex, estaba como para quitar la respiración, lamentablemente era muy nueva en el arte del coqueteo. Gracias a la mano firme de su abuela, su contacto con el género masculino era casi nulo.

—Abi, no sé si conoces a uno de nuestros médicos, Alex Richardson.

—No tenía el gusto, mucho gusto doctor.

—Llámame Alex. ¿Vives en el rancho triple C?

—Sí, con mi madre.

—Pues mucho gusto en conocerte Abi. Debo marcharme, mi gata está esperándome en casa.

— ¿Su gata?

—Si Abi. Hagamos algo, termina de comprar lo que necesites y mientras te acompaño a tu auto, podré contarte sobre ella.

—Bien.

El veterinario le entregó las inyecciones que necesitaba para algunas de las yeguas y luego le regaló una inmensa sonrisa, ya se consideraba un casamentero experto.

Gracioso… muy gracioso.

Caminaron juntos afuera de la tienda, ella le veía con muchísima curiosidad, hubiese imaginado que una mujer le esperaba, pero no una gata.

—Mi gata tuvo crías, si no encuentro quién les quiera tendré que dejármelos a todos y son siete.

— ¿Puedo dejarme dos?

—Eso sería perfecto, si quieres podemos ir a mi casa.

—No le conozco tan bien…

—Eso tiene remedio, ven conmigo.

Para consternación de Abi detuvo a varias personas las cuales le aseguraron que era una buena persona, muchas le hablaron por lo que parecieron horas. Incluso una mujer de casi cincuenta años que había trabajado de niñera a Alex cuando niño, le prometió mostrarle fotos del médico en pañales. Para Abi fue difícil no reír tras la partida de la mujer, Alex estaba completamente sonrojado.

—Por lo visto le ha salido el tiro por la culata doctor. Quería usted avergonzarme y esa amable mujer ha puesto la balanza a mi favor.

—Muy graciosa Abi, pero tutéame, insisto. Me haces sentir como un viejo.

—De acuerdo, Alex.

—¿Ahora estás convencida de que puedes acompañarme?

—Sí, solo he de llamar al rancho para que mi madre no se preocupe.

Mientras avanzaban al vehículo de Alex, ninguno de ellos se percató de la mirada furiosa que le lanzaban a Abi desde lejos. Viajaron por diez minutos hasta una hermosa casa, tenía un porche inmenso con una hamaca bellísima.

— ¿Vives solo?

Abi deseaba morderse la lengua, no quería parecer interesada. Alex le lanzó una mirada llena de curiosidad, pero gracias a Dios, no dijo nada.

—Sí, solo una mujer que viene tres veces por semana para ayudarme con la casa. Te llevaré al cobertizo, la gata escogió ese lugar para tener sus crías.

Negar que se sintiera un poco desilusionada de que no la invitase a tomar algo, era absurdo. Pero ella no quería ninguna relación íntima… ¿verdad? De todo lo que espero encontrar, una gata de tres patas y sin cola no fue una de ellas.

—La encontré en la calle hace unos meses, estaba herida y hambrienta así que la traje conmigo.

—Eso es increíble, es decir, no muchos harían algo así.

—No podía dejarla ahí, los gatitos ya se alimentan solos, puedes escoger los que quieras.

Abi estaba agachada inspeccionando las crías con muchísima seriedad. Alex estaba hipnotizado por su belleza y sencillez.

 —Me gustan estas dos.

La pequeña gatita blanca de ojos azules era adorable, la otra era color miel con ojos amarillos.

—Vamos a la casa, te daré una caja para transportarlos, tomaremos un café y té llevaré al centro, ¿dejaste ahí tu auto?

—Sí, y gracias. Nunca tuve mascotas pues mi abuela no lo permitía.

—Pues ahora tienes dos, espero que en una semana no las traigas nuevamente.

—Eso nunca.

Alex la miraba con tanta fascinación que se sintió incomoda. Pero decido dejar eso de lado. En algún momento tendría que comenzar a tener citas por lo que tendría que acostumbrarse a la cercanía masculina.

Una vez en su casa, llevó a las gatitas con su madre a quién le encantaron.

— ¿Alex Richardson… Hmmm?

—Sí, es muy amable y apuesto.

—Me alegra verte socializando con algo más que vacas y caballos.

—Yo disfruto de esta vida. No me hace falta estar hablando con otras personas. En tan solo una semana me he dado cuenta de que esta es mi vida mamá. No pienso abandonar este rancho jamás.

—Quizás si tu abuela no hubiese sido tan sobreprotectora….

—No te angusties, lo importante es que ya estamos aquí. Ahora intenta descansar, no quiero que te agotes.

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