La verdad

Cuando Abi estuvo lo suficientemente lejos, Alex encaró a Edward.

—Tu odio está yendo muy lejos, si por tu causa ella resulta herida nuevamente, vas a pagármela.

—Yo no la atropellé.

—Pero por tu culpa ella abandonó la tienda llorando. Estaba tan distraída que no vio la motocicleta.

—Eso es lo que pasa en estos malditos pueblitos, no ha transcurrido nada de tiempo y ya te enteraste.

—Deja a Abi en paz.

—Así que son pareja.

Edward aparentaba estar tranquilo, pero por dentro, la sola idea de imaginar a Abi en sus brazos le causaba una furia indescriptible.

—No, ella no quiere ir más allá, pero le tengo muchísimo cariño, Edward.

El alivio le hiso querer dar saltos, Abi era libre. ¿Para qué le servía aquella información? No buscaba una relación con nadie, ella merecía ser libre. Pero seguía sintiendo esa euforia, extraño… muy extraño.

—Jamás fue mi intención dañarla.

—No me importa, recuerda lo que te dije.

Cuando Abi llegó a casa encontró a su madre durmiendo, apenas tendría tiempo de bañarse antes de iniciar con las medicinas. Mientras se secaba pudo ver que la espalda comenzaba a amoratarse, el hombro tenía un raspón bastante grande. Se puso un pijama de botones que resultase fácil de quitar y poner, tan solo levantar el brazo representaba toda una tortura.

Llevó los medicamentos al cuarto de su madre y la encontró vomitando en un recipiente que tenían junto a la cama. Luego de una hora de intentar aplicarle los medicamentos comprendió que necesitaba ayuda. Sin pensarlo dos veces fue a buscar la tarjeta del doctor.

Tras sonar tres veces él le contestó, obviamente su actitud hostil se daba solo en público, la calidez melodiosa de aquella voz la dejó desconcertada.

—Hola… soy….

— ¡Abi! ¿Qué sucede? —Al menos me reconoce, pensó ella—

Fue su voz, combinada con el miedo y el cansancio, las que le jugaron una mala pasada, antes de poder evitarlo, lloraba desconsoladamente.

—Es mi madre, yo…

—Tranquilízate Abi.

Sonaba tan calmo, su voz era mágica de alguna forma. Se envolvía en su corazón, aliviando el frio y el miedo. ¿Cómo demonios podían reconfortarla alguien que por momentos parecía odiarla tanto?

Ni la muerte de su abuela, ni la enfermedad de su madre, ni siquiera las amenazas del asesino de Boston lograban hacerla sentir tan vulnerable. Aunque deseaba dejarse llevar por toda esa calidez, necesitaba mantenerse alerta, si Edward percibía o más bien intuía lo que causaba en ella se alejaría.

Si odiaba a las mujeres tanto como decían, descubrir que tenía a una, sintiendo por él cosas tan fuertes iba a causar estragos.

—Es como si me faltara el aire…

La voz de Abi sonaba cortada e incluso podía escuchar como tiritaba.

—Tranquila, estás teniendo un ataque de pánico.  Tienes que intentar respirar con calma, no hables solo escúchame, concéntrate en mi voz.

—Doctor…

—Shh!! Abi, respira profundamente y luego suelta el aire de a poco.

Se mantuvo así durante unos minutos, hablándole suavemente mientras su respiración se normalizaba. Abi se sentía mejor, nunca había logrado calmarse tan rápido.

—Eso es… nunca había podido acabar con los ataques tan rápido.

—Es una técnica bastante buena, ahora dime si necesitas que lleve algún medicamento.

—No necesito nada, solo que llevo rato tratando de inyectarle los medicamentos a mi madre, pero se mueve mucho. Lamento mi reacción es que estoy cansada y asustada.

—Voy para allá, te veré en diez minutos.

Mientras conducía hacia el rancho en el que vivían Abi y su madre, Edward trataba de controlarse. No entendía por qué le había llamado a él y no a Alex, pero no pensaba cuestionar su buena suerte.

Era curioso, la ansiedad que le causaba mirarla estaba yendo mucho más allá de toda lógica. Luego de contemplarla durante la tarde, tan sola, herida y vulnerable comprendió que la necesitaba tanto como ella a él.

Deseaba no sentirse tan impaciente, había pensado que ella podía amar o al menos querer a Alex, pero no recurrió a él. Eso al menos inclinaba un poco la balanza, el punto débil era la diferencia de edad, pero todos sus argumentos quedaban de lado cuando la veía.

Su belleza física era increíble, poseía mucha más estatura que la mayoría de las mujeres, sus largos cabellos color miel enmarcaban un rostro de tez perfecta. Su cuerpo era delgado, aunque con unas curvas donde debían estar, su vientre era plano y sus piernas infinitamente largas.

El rasgo más llamativo eran sus ojos azules, de un color tan profundo e intenso que era como estar frente a un cielo de verano. A simple vista podía parecer delicada, pero sabía que era fuerte, de una entereza que ni él mismo poseía. Si se podía permitir a si mismo fantasear, se imaginaba en su propia casa, mimándola durante todo el día.

Si había algo que anhelaba, era verla siendo ella misma, por momentos se preguntaba si la verdadera Abi era tan fuerte o esta era una actitud que se forzaba a usar para soportar toda la carga que tenía. El ligero quebranto emocional era una muestra de que, tras todo ese autocontrol, había tanto dolor y miedo que corría el riesgo de desequilibrarse.

Se dirigió a los barracones en busca de Abi y su madre, había una de las casas que funcionaba para albergar huéspedes y supuso que ellas estaban ahí.

—Hola Tom.

—Doc., ¿a qué debo el honor?

—Abi me llamó, al parecer tiene problemas con su madre.

—Pobre Amelia, te acompaño a la casa grande.

—Pensé que nadie usaba esa casa salvo los dueños.

—No puedo explicarte nada, debe ser Abi quién lo haga.

Llamaron a la puerta, ante ellos apareció una Abi bastante demacrada, desde que la había visto en el pueblo, había aumentado el cansancio en el rostro.

—Bienvenido doctor.

Mientras ella le condujo al interior, pudo ver que se había bañado, vestía un pijama nada barato, a pesar de no ser un experto en telas, reconocía la seda donde la viese. Tampoco tenía tierra en el rostro, lo que daba a sus facciones un aire fino y estilizado, pero pudo notar que caminaba con lentitud, el golpe que había recibido en la tarde debía ser el causante y antes de abandonar la casa iba a revisarla.

—Gracias por venir.

—Llévame con ella Abi y luego hablaremos, las cosas no pueden seguir así. Estás cansada a tal extremo que pareces a punto de caerte.

—No es así.

—No discutas porque será en vano.

La madre de Abi estaba tan delgada que Edward se preguntó cómo era posible que estuviese viva, era obvio también que la enfermedad de la mujer consumía a la hija. Ya con su ayuda la madre de Abi pudo descansar tranquila.

—Gracias por todo, ¿desea tomarse un café?

—Sí, me encantaría, pero lo preparo yo.

— ¿Usted?

—No me mires así Abi, soy un soltero que debe saber hacerse las cosas. Aunque tengo un ama de llaves que supervisa las labores domésticas, yo preparo mis alimentos.

—Jamás lo hubiese pensado.

—Pues es así, solo indícame dónde están las cosas.

Veinte minutos después, estaban en la mesa comiendo tortitas, tomando jugo de naranja y café. Edward sacó un tarrito de vitaminas y lo colocó frente a Abi.

—Tómate una al día.

—No es necesario.

—Yo creo que sí, tu madre te necesita fuerte.

—De acuerdo.

—Está en fase terminal ¿verdad?

—Sí, los médicos nos dijeron que le quedaban pocos meses, nos dieron medicamentos para que el dolor se hiciese más llevadero.

—Es todo muy difícil para una joven de 21 años.

—Si puedo ser honesta… estoy cansada, pero internarla en una clínica ni siquiera es una opción.

—Noté que caminas con dificultad, sé que el golpe es el causante, déjame revisarte.

—No es necesario…

Edward colocó sus manos sobre el brazo de Abi, este gesto logró que ella le prestase atención.

— Aunque no quieras mi ayuda, hazlo por tu madre, si estás adolorida no vas a poder auxiliarla si lo necesita.

— ¿Por qué le interesa?

—Primero creo que ya somos casi amigos, así que tutéame. Segundo; en parte soy el responsable del golpe. Además, me preocupas…

Cuando Edward terminó de decir aquello comprendió lo que su actitud representaba, pero en el fondo ella le importaba más de lo que debería, Abi le llegaba directo al corazón.

—Gracias.

— ¿Dónde quieres que te revise?

—En mi dormitorio, aunque Tom nunca entra en la casa, siempre hay una primera vez.

Abi estaba incómoda y Edward lo sabía, pero necesitaba asegurarse de que se encontraba bien.

— ¿Dónde te duele?

—El hombro y la espalda.

—Voy a salir del cuarto, mientras quítate el pijama y acuéstate en la cama para poder revisarte bien.

Cuando unos minutos después entró al cuarto, lo primero que notó fue que la espalda estaba cubierta en su mayoría por un gran moretón, el hombro izquierdo estaba inflamado, tenía además una escoriación bastante grande en el omoplato derecho.

—Esto no tiene buena pinta. Tendría que haberte llevado al hospital.

—Lo sé, iba a colocarme algo de hielo para desinflamar, pero mamá se puso mal. Normalmente no soy tan descuidada conmigo misma, pero estaba muy enredada, si me revisa voy a poner de mi parte.

Edward frunció el ceño ante tal balbuceo incoherente. ¿Por qué se ponía nerviosa o se justificaba? Obviamente si había que buscar un culpable era él. ¿Sería posible que sus ofensas y mal genio la tuviesen tan segura de que le iba a gritar por estar lastimada?

El rostro de Abi estaba girado hacia la parte externa del colchón así que Edward se arrodilló frente a ella para obligarla a verlo.

En el momento en que sus ojos encontraron los de la joven, supo que estaba en problemas. Aquella niña—mujer era una mezcla de ternura, inocencia y pasión, eso lo asustó, pero intentó dominarse, a fin de cuentas, ella no estaba buscándolo a él, era a la inversa.

Si no hubiese tantos años de diferencia Edward consideraría ir más allá, pero Abi era bella y joven, necesitaba alguien más de su edad y que no estuviese lleno de cicatrices emocionales.

—Tranquila, no te justifiques, me siento responsable de esto.

Mientras le acariciaba el rostro, gesto que le dejó perplejo pues ignoraba su necesidad de tocarla, sintió una fuerte descarga emocional, que le llegó directo al corazón. Intentó soltar su barbilla suavemente para no asustarla, estaba claro para él, que de ahora en adelante estaría más atento, debía evitar quedarse a solas con ella.

—No eres el culpable, salí sin fijarme en que venía la moto.

Sin decir más por temor a revelar a la joven sus intensos sentimientos, comenzó a limpiar la herida usando cloruro de sodio.

Lo aplicó con una jeringa y utilizo una gasa limpia para frotar suavemente la zona. Con cada toque era consciente de los estremecimientos de la joven.

—Lo siento Abi.

—Entre más rápido terminemos mejor, aunque no entiendo a qué debo que masacres aún más mi hombro, te había entendido que éramos amigos.

Ante esa muestra de humor mientras le curaba, Edward la admiró aún más. Pero eso les devolvía a sus pensamientos de minutos antes. ¿Cuándo se permitía a si misma llorar? No solo quebrantos ocasionales.

¡Maldición!, cualquier persona en especial una mujer, hubiese reaccionado con miedo, incluso hubiese derramado unas lágrimas al ser golpeada por una motocicleta, pero incluso en aquel momento ella se mantenía estoica.

—Traeré hielo y te dejaré unas pastillas.

—Nada de medicamentos, si mamá despierta necesito estar alerta.

Edward se fijó con más detenimiento en las sombras bajo sus ojos, estaban muy pronunciadas, los ojos mostraban evidentes signos de cansancio crónico.

— ¿Cuántas horas duermes, cielo?

— Explícame algo, ¿Cuándo pasé de “amiga” a “cielo”? No creo que uses ese apelativo con todas tus amigas.

—Primero que todo no tengo amigas, además me pareció bien llamarte así, lo sentí de esa forma.

—No te entiendo.

—Yo tampoco lo hago, ahora dime ¿cuántas horas diarias duermes?

—Hmmm… no lo sé, a veces son tres, otras cuatro. Tom es increíble y me ayuda a vigilarla durante el día para hacer las compras o limpiar la casa.

—Es demasiado para que lo hagas sola.

—No le temo al trabajo fuerte, mamá tiene épocas así. Pero luego mejora un poco.

—Aun así, creo que no deberías hacerlo. Sabes, conocerte me ha hecho plantearme muchas cosas, por ejemplo, no todas las mujeres son como mi exesposa. Pero… quisiera saber… ¿por qué vistes con ropa tan gastada cuando es obvio que no son pobres?

Edward decidió omitir que Tom había actuado misterioso o sus propias dudas sobre porqué estaban en la casa, si ella quería decírselo estaría bien, por el momento no pensaba presionarla de ninguna forma.

—Te voy a contar algo, pero en el pueblo nadie puede saberlo o él nos encontrará.

— ¿Él?

Debía ser algo serio si ella caminaba de un lado al otro. Especialmente si estaba tan adolorida.

Después de lo que le pareció una eternidad se volvió para encararlo. Pero Edward no pudo quedarse quieto, estaba tan alterada y lloraba tanto que hizo lo más natural del mundo, la abrazó. A pesar de saber de su hombro lastimado, era prioritario estrecharla entre sus brazos.

Si cuando vio sus ojos se sintió perdido en ellos, abrazarla nuevamente lo enviaba a la locura directamente. Su cuerpo entero la reconocía. Se obligó a sí mismo a separarse, le tomó el rostro entre las manos y la forzó a verlo.

—Háblame Abi, ¿quién quiere encontrarte?

—Quien planea asesinarme.

Edward sintió que la ira se apoderaba de él, alguien tenía asustada a Abi y la idea no le gustaba para nada. Por unos segundos no fue capaz de decir algo, no comprendía porqué, pero sentía unos deseos muy fuertes de protegerla de quien quisiese dañarla. Su cerebro comenzó a lanzarle señales de peligro, sus sentimientos estaban creciendo aún más y no debería gustarle, pero lo cierto es que le encantaba.

— ¿De qué hablas?

 —Unos meses antes de salir de casa, vi como un hombre le disparaba a otro mucho más joven así que me marché de ahí muy rápido y busqué a la policía, ellos tomaron mi declaración y realizaron un retrato robot del sujeto.

Fui a una especie de juicio donde el juez tomó mi declaración. Con mi testimonio establecieron la prisión preventiva. Pero en esa audiencia él me lanzó advertencias frente a todos.

 Temiendo por mamá aceleré el traslado a esta casa, tendríamos suerte y el sujeto no me mataría y mi madre pasaría sus últimos días en paz.

— ¡Qué cosa más grave!

—Sí, él gritaba que me mataría y yo estaba nerviosa. Pocas personas en Boston saben que mi familia posee estas tierras. Pero existe la posibilidad de que me encuentre. Tom me está enseñando a disparar, necesito defenderme cuando venga, porque el juicio es en unos meses y la única testigo soy yo.

Trato de mantenerme serena, de no dejar que la situación me sobrepase, pero a veces parece ser más fuerte que yo. No quiero morir, pero debo estar preparada en caso de que me encuentre. Lo peor de todo, -pensó Edward para sí- era que ella daba por un hecho que el tipo la encontraría, no solo lidiaba con las responsabilidades de la enfermedad de su madre y llevar aquella casa sola, además vivía con un miedo constante y una casi resignación ante un enfrentamiento con el asesino. Imaginar a Abi manejando un arma le asustaba muchísimo.

—Las armas son peligrosas, podrías resultar herida.

—O muerta si no sé disparar. Cuando venga a buscarme tengo que saber enfrentarle.

—Si viene a este pueblo va a arrepentirse. Déjame protegerte, váyanse a vivir a mi casa o déjenme venirme a esta.

Definitivamente el doctor estaba alterado, el incidente de la motocicleta le había trastocado sus emociones. Cuando se serenase iba a arrepentirse. Parecía sencillo aceptar su ofrecimiento, pero algo más importante que su seguridad física era la de su corazón.

Edward le afectaba más de lo que hubiese querido, si permitía que atravesase su coraza de protección acabaría más lastimada que con el asesino de Boston.

—Ninguna de las dos, agradezco tu amistad, pero no deseo que tomes el control de mi vida.

—Si él viene puede dañarte y si te sucede algo me moriría…

Abi no le entendía, actuaba como si se preocupara por ella, estaba hablándole como si fuese su pareja. Debía cortar aquello de una vez, él estaba siendo afectado por el estrés, las cosas debían volver a la normalidad. No es que extrañara sus groserías, pero esta nueva faceta posesiva—amorosa estaba desquiciándola.

—Tienes que escucharte Edward, no somos pareja.

— ¿Pareja? ¿Quién demonios habló de eso?

— ¿Ves? Al fin y al cabo, continúas hablándome de forma desagradable, actúas como mi pareja, dándome ordenes, diciéndome que hacer, sugiriendo que viva en tu casa.

—Lamento esto, ni yo mismo me conozco.

En su voz había desesperación, sus movimientos eran rígidos, articulados. Edward se sentó en la silla y apoyo sus codos sobre las rodillas. Por primera vez Abi prestó atención a las líneas en su rostro, había algo más que cansancio por su trabajo, aquel hombre libraba una intensa batalla contra sus creencias sobre mujeres.

Con sus rechazos Abi le mostraba lo equivocado que estaba y no sabía cómo lidiar con eso. Se acercó a él y le sujetó las manos, al principio Edward se tensó, pero luego aceptó su consuelo.

—Tranquilo Edward, debes ordenar tus ideas, no es normal vivir con tanto odio y luego actuar como un protector dispuesto a matar. Todos esos cambios van a lograr quebrarte el espíritu. Yo estoy bien aquí, no debes intentar cuidarme de una situación en la que me metí sola. Agradezco tu ayuda hoy, pero hasta que tus emociones estén estables, no deberíamos vernos.

—Yo lo entiendo Abi, desde que te vi por primera vez comencé a sentirme tan perturbado que dejé que mi odio y resentimiento afloraran y pagaste injustamente.

—A eso mismo me refiero, es tu forma de ser la que no te permite alejarte. Te culpas por lo sucedido cuando no debe ser así. En fin, eso es lo de menos, ahora mi preocupación es mamá.

— ¡Estás equivocada!

Edward la sujetaba por los brazos y la sacudía enérgicamente, sus dedos ejercían tal presión que ya comenzaban a notarse las marcas. Abi no pudo contener un pequeño gemido de dolor.

— ¡Suéltame, Edward! me lastimas.

El médico liberó sus brazos para luego sujetarlos gentilmente mientras observaba con horror las marcas de sus dedos en la delicada piel de Abi. ¿Acaso no era él, peor que quien la quería muerta? Respiró lentamente mientras intentaba calmarse, necesitaba que le comprendiese, no sabía por qué era tan importante, pero no iba a abandonar aquella casa sin que arreglaran las cosas.

—Es importante que me entiendas.

— ¿Realmente quieres que te entienda o es más una forma de exculparte?

—No necesito exculparme.

—A mí me parece que sí, de no haberme golpeado la moto continuarías viéndome por debajo del hombro, con algo que iba del asco al odio.

Verle palidecer tanto la hizo sentir culpable, con Edward debía tener cuidado porque, aunque era quince años mayor, emocionalmente parecía ser mucho menor. Obviamente sus emociones gobernaban su vida a tal punto que no se daba cuenta de lo que hacía o del impacto de sus acciones sobre otros.

—Dios mío Abi, ¿de verdad te hice sentir así?

—Sí, fue difícil estar con miedo de dónde entraba para no verte, cuando coincidimos en la tienda hoy, pensé que quizás podríamos ser educados el uno con el otro. Me hablaste con repugnancia y de no ser por el accidente seguirías igual.

Eso quizás te devolvió a la realidad, te sacó momentáneamente de tu mundo de odio y resentimiento, algo como una descarga de adrenalina. Cuando tus emociones se serenen seguirás pensando igual.

—Ahora no sé qué hacer, nunca me he avergonzado tanto de mí mismo como hoy.

—Por ahora solo quiero concentrarme en mi madre.

Cuando Edward no insistió en la conversación, Abi comprendió que necesitaba pensar sobre eso a solas. Quizás de todo lo sucedido saldría algo bueno, podría ir al pueblo sin esconderse de él.

—Los analgésicos que le puse le harán dormir hasta tarde. Llámame en caso de que me necesites y trata de descansar.

—Gracias.

Abi estaba nerviosa al estar charlando de esa forma con Edward, era extraño ver esos cambios de humor, pero era necesario romper la tensión, si le permitía marcharse así Edward se atormentaría innecesariamente.

— ¿Cómo es que acabaste siendo médico aquí? Porque tu tarjeta tiene labrado el escudo de la escuela de medicina de Boston.

Edward se dio cuenta que ella pretendía cambiar de tema y le siguió el juego. De hecho, lo agradecía.

—La que es ahora mi casa, perteneció a mi familia por siglos. Cuando decidí estudiar medicina fui a Boston, tenía ofertas de trabajo allá pero mi padre enfermó, él se encargaba de la clínica local. Como mi deseo de trabajar no iba ligado a la parte económica, decidí remplazarlo. En las zonzas rurales hace muchísima falta un médico y, al fin y al cabo, nuestra meta es ayudar.

Luego abrieron el hospital y trasladé mi despacho allí, así que aquí me tienes.

—Se nota que amas lo que haces. Mi abuela me enseñó siempre que no podía actuar como niña mimada, me dijo que el dinero hace que la gente se olvide de sus raíces, que comience a ver por encima del hombro a los demás. Vivir aquí no me resulta difícil, de hecho, me gusta.

—Lo he notado, una mujer en tu posición económica jamás vestiría pantalones como los que usas.

—Estás obsesionado con mis pantalones, ¿Cómo sabes que no es una pantalla para que quien desea asesinarme no me encuentre?

—Porque te ves a gusto en esa ropa, porque eres amable con todos, de haber sido una mimada hubieses atacado a quien te embistió hoy, pero en lugar de eso le tranquilizaste.

—Mamá… —la emoción por hablar de su madre hizo que la voz sonase cortada— ella siempre me inculcó valores morales altos, tenía que aprender a valerme por mí misma, el dinero no es más que papel, si algún día lo perdía, iba a tener que saber defenderme sola.

—Estoy de acuerdo, con cada minuto que pasamos juntos descubro una faceta bastante interesante señorita Montgomery. Intenta descansar, y llámame si me necesitas.

—Gracias.

Estaba saliendo de la casa cuando una idea se formó en su cabeza. Se volteó tan rápido que sorprendió a Abi, quien estuvo a punto de perder el equilibrio.

—Mañana por la noche voy a llevarte a cenar. Tom puede quedarse cuidando de tu madre.

Nadie a ciencia cierta podía decir cuál de los dos estaba más sorprendido, Edward actuaba de forma más extraña cada vez.

—No creo que deba aceptar, tú odias a las mujeres ¿recuerdas? incluso me dijiste que no tendríamos citas.

—Lo sé, pero….

—Nada, somos solo amigos Edward, si luego te arrepientes arruinaremos esto.

—De acuerdo.

Pero Abi era como una droga, Edward pasó la noche en vela intentando descifrar sus sentimientos hacia ella. Lo primero estaba claro, la deseaba como a ninguna otra mujer. En un principio pensó que era a causa de su rechazo para la cena. Aunque no era algo de orgullo herido, ansiaba más que nada ver esos ojos de nuevo, quería ser capaz de aliviar la carga tan pesada que llevaba, estaba enamorado.

Apenas las palabras pasaron por su mente las almacenó, no era un crío incapaz de darse cuenta de lo que sentía, pero era imposible… abominable.

Tras el engaño de su exesposa se juró que ninguna mujer le atraparía de nuevo, aquella joven tejía delicados hilos de oro, una telaraña de la que no escaparía.

Claro que, a pesar de todos sus propósitos, se encontró viajando al rancho al día siguiente. Tenía la excusa de ver a Amelia. Fue Tom quién le recibió.

—El buen doctor tiene el tiempo de descender a ver a los mortales.

Edward pudo percibir el brillo malicioso en el rostro del viejo Tom, le molestaba ser tan obvio.

—Son mis días libres, pero quise venir a ver a Amelia.

—Y supongo que a Abi. Pero solo está Amelia.

—Bueno, voy a verla.

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