Sin remordimientos.

Judith observó a Dylan con una sonrisa irónica en los labios, mientras que él trataba de convencerla. Ella por su parte pensaba que no se podía dejar engañar por su aparente dulzura, porque se decía a sí misma que él es capaz de cualquier cosa por conseguir lo que quiere y no podía más con su súplica, ya que suponía todo un espectáculo mal actuado.

«Él quiere seguir jugando el papel de esposo dulce y atento», caviló burlona y se carcajeó. Su risa llenaba la habitación, con un tono burlón y mordaz, que dejaba en evidencia el desprecio que siente por lo que piensa que es una actuación.

—Pareciera que te burlas.

—Es que es justamente lo que estoy haciendo, al Dylan narcisista no le queda bien este papel de hombre sufrido que no quiere ser abandonado.

—Tus palabras hieren.

—Como lo hacían las tuyas, no te estoy devolviendo algo que no haya recibido, desde que me conociste me tachaste de muchas cosas: de aprovechada, de puta, de holgazana; y quién sabe cuántas cosas más.

Visiblemente mole
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