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Capítulo 5 – Fiesta ibicenca.

En el último momento él me avisó de que también venía su amigo, y que yo podría traer a una amiga, y así no sería tan raro, nuestra salida. Lo agradecí bastante, porque estaba histérica, y no paraba de cuestionarme si era una buena idea.

Así que allí estábamos, Marta y yo, en aquella fiesta, en un pub, junto a la playa, vestidas de blanco. Ella llevaba un pantalón y una blusa simple, yo un vestido largo, hasta el suelo. Aunque debajo, ambas llevábamos el bikini, por si las moscas.

Nos sentamos en los pubs, mientras los chicos lo hacían, frente a nosotras. Pedimos las bebidas al camarero, Marta y yo, por supuesto, cervezas, pues no tolerábamos demasiado bien las copas.

Aún no era de noche del todo, por lo que podía verse el precioso atardecer, de fondo.

- He escuchado que tienen piscina – agregó Jorge, después de un largo rato hablando sobre el local – y que está abierta al público esta noche.

- Podríamos ir luego – sugirió Carlos.

Me lo pasé realmente bien aquella noche, no dejé de reír en todo el tiempo, y hablamos mucho, todos juntos, aunque no mucho él y yo, a pesar de que no dejamos de lanzarnos miradas fugaces a cada rato.

Luego fuimos a la zona de la piscina, donde algunos atrevidos se bañaban, unos en bañador, y otros, directamente, con la ropa que llevaban.

Observé a Jorge, que se quitaba la camiseta, y se tiraba al agua, con sus pantalones blancos, mientras Marta le gritaba que tuviese cuidado, pues aquella zona estaba muy oscura.

- ¿Vas a tirarte? – preguntó, al mismo tiempo que me agarraba de la mano para reforzar su pregunta hacia mí, sobre mi oído derecho, justo detrás de mí. Mi corazón comenzó a latir desbocado, me había asustado, no pensé que se acercaría tanto a mí, no lo esperaba - ¿te he asustado?

- No – mentí, observando como me soltaba el brazo y se posicionaba a mi lado, mirando hacia la piscina - ¿tu vas a tirarte?

Se quitó la camiseta, en respuesta, dejándome sin respiración. ¡Por el amor de Dios! Estaba más fuerte de lo que había pensado, pero no era feo, ni demasiado petado, estaba perfecto.

- ¿Te bañas conmigo? – preguntó, en el filo de la piscina, sin su camisa blanca – venga, vente – me animó, agarrándome de la mano, mientras yo negaba con la cabeza.

- He bebido mucho, no es buena idea.

- Estás conmigo – me dijo – no voy a dejar que te ahogues.

- ¡Venga animaros! El agua está riquísima – nos animó Jorge, mientras Marta se quitaba la ropa, quedándose en bañador, y metiéndose en el agua.

- Ahora sólo quedas tú.

- Me he maquillado, se me va a estropear si me meto.

- Atrévete – me susurró, mirando hacia mis ojos directamente – te perderás muchas cosas si sigues con esa actitud.

Tiro de mi mano, sin tan siquiera preverlo, y ambos caímos en la piscina.

Cuando salí a la superficie quería pegarle, porque me había tirado con el vestido, con los pendientes, y con todo. Pero me detuve tan pronto como sentí sus dedos, rozando la tela que cubría mi cintura.

Mi corazón volvió a latir, desbocado, al sentir su aliento sobre mi rostro, con su cara tan cerca que casi podía chocar mi nariz contra la suya.

- No voy a dejar que te hundas – repitió, apretándome ambas manos a la cintura, obligándome a mirar hacia abajo, aterrada, por lo que él me estaba haciendo sentir.

Marta nadó hasta nosotros, me agarró de la mano y me separó de él, para luego hablarme sobre lo divertido que era todo aquello, y lo bien que se lo estaba pasando.

Él no dejó de mirarme, haciéndome sentir algo cohibida, pero ni siquiera dije nada.

***

Cuando salimos, volví a sentarme en aquellos pubs, cerca del agua, intentando secarme un poco, pues no quería coger una pulmonía, pero, aun así, tiritaba.

- Tengo una manta en el coche – aseguró él - ¿quieres que vaya por ella?

- Sí, por favor – le pedí, observando como él se ponía en pie y se marchaba hacia los aparcamientos, para luego aparecer, casi diez minutos después, con una manta pequeña y ponérmela por encima.

Todos hablamos de nuevo, y Carlos se ofreció a llevar a Marta a la ciudad, dónde vivía, pues, tenía que ir de todas formas, a llevar a Jorge.

Así que allí estábamos, en su coche, de camino a casa, justo después de haber dejado a los susodichos en casa, porque por supuesto yo los había acompañado, para que Carlos no se quedase dormido por el camino.

- ¿te apetece hacer algo antes de ir a casa? – me preguntó, al entrar en el pueblo – apenas hemos hablado tu y yo.

- ¿Dónde quieres ir?

- ¿te apetece ir a tomar algo?

- ¿Al mismo sitio?

- O a otro, donde quieras.

- ¿Te apetece bailar un poco?

- ¿Con estas pintas?

- ¡Qué más da!

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