En el último momento él me avisó de que también venía su amigo, y que yo podría traer a una amiga, y así no sería tan raro, nuestra salida. Lo agradecí bastante, porque estaba histérica, y no paraba de cuestionarme si era una buena idea.
Así que allí estábamos, Marta y yo, en aquella fiesta, en un pub, junto a la playa, vestidas de blanco. Ella llevaba un pantalón y una blusa simple, yo un vestido largo, hasta el suelo. Aunque debajo, ambas llevábamos el bikini, por si las moscas.
Nos sentamos en los pubs, mientras los chicos lo hacían, frente a nosotras. Pedimos las bebidas al camarero, Marta y yo, por supuesto, cervezas, pues no tolerábamos demasiado bien las copas.
Aún no era de noche del todo, por lo que podía verse el precioso atardecer, de fondo.
- He escuchado que tienen piscina – agregó Jorge, después de un largo rato hablando sobre el local – y que está abierta al público esta noche.
- Podríamos ir luego – sugirió Carlos.
Me lo pasé realmente bien aquella noche, no dejé de reír en todo el tiempo, y hablamos mucho, todos juntos, aunque no mucho él y yo, a pesar de que no dejamos de lanzarnos miradas fugaces a cada rato.
Luego fuimos a la zona de la piscina, donde algunos atrevidos se bañaban, unos en bañador, y otros, directamente, con la ropa que llevaban.
Observé a Jorge, que se quitaba la camiseta, y se tiraba al agua, con sus pantalones blancos, mientras Marta le gritaba que tuviese cuidado, pues aquella zona estaba muy oscura.
- ¿Vas a tirarte? – preguntó, al mismo tiempo que me agarraba de la mano para reforzar su pregunta hacia mí, sobre mi oído derecho, justo detrás de mí. Mi corazón comenzó a latir desbocado, me había asustado, no pensé que se acercaría tanto a mí, no lo esperaba - ¿te he asustado?
- No – mentí, observando como me soltaba el brazo y se posicionaba a mi lado, mirando hacia la piscina - ¿tu vas a tirarte?
Se quitó la camiseta, en respuesta, dejándome sin respiración. ¡Por el amor de Dios! Estaba más fuerte de lo que había pensado, pero no era feo, ni demasiado petado, estaba perfecto.
- ¿Te bañas conmigo? – preguntó, en el filo de la piscina, sin su camisa blanca – venga, vente – me animó, agarrándome de la mano, mientras yo negaba con la cabeza.
- He bebido mucho, no es buena idea.
- Estás conmigo – me dijo – no voy a dejar que te ahogues.
- ¡Venga animaros! El agua está riquísima – nos animó Jorge, mientras Marta se quitaba la ropa, quedándose en bañador, y metiéndose en el agua.
- Ahora sólo quedas tú.
- Me he maquillado, se me va a estropear si me meto.
- Atrévete – me susurró, mirando hacia mis ojos directamente – te perderás muchas cosas si sigues con esa actitud.
Tiro de mi mano, sin tan siquiera preverlo, y ambos caímos en la piscina.
Cuando salí a la superficie quería pegarle, porque me había tirado con el vestido, con los pendientes, y con todo. Pero me detuve tan pronto como sentí sus dedos, rozando la tela que cubría mi cintura.
Mi corazón volvió a latir, desbocado, al sentir su aliento sobre mi rostro, con su cara tan cerca que casi podía chocar mi nariz contra la suya.
- No voy a dejar que te hundas – repitió, apretándome ambas manos a la cintura, obligándome a mirar hacia abajo, aterrada, por lo que él me estaba haciendo sentir.
Marta nadó hasta nosotros, me agarró de la mano y me separó de él, para luego hablarme sobre lo divertido que era todo aquello, y lo bien que se lo estaba pasando.
Él no dejó de mirarme, haciéndome sentir algo cohibida, pero ni siquiera dije nada.
***
Cuando salimos, volví a sentarme en aquellos pubs, cerca del agua, intentando secarme un poco, pues no quería coger una pulmonía, pero, aun así, tiritaba.
- Tengo una manta en el coche – aseguró él - ¿quieres que vaya por ella?
- Sí, por favor – le pedí, observando como él se ponía en pie y se marchaba hacia los aparcamientos, para luego aparecer, casi diez minutos después, con una manta pequeña y ponérmela por encima.
Todos hablamos de nuevo, y Carlos se ofreció a llevar a Marta a la ciudad, dónde vivía, pues, tenía que ir de todas formas, a llevar a Jorge.
Así que allí estábamos, en su coche, de camino a casa, justo después de haber dejado a los susodichos en casa, porque por supuesto yo los había acompañado, para que Carlos no se quedase dormido por el camino.
- ¿te apetece hacer algo antes de ir a casa? – me preguntó, al entrar en el pueblo – apenas hemos hablado tu y yo.
- ¿Dónde quieres ir?
- ¿te apetece ir a tomar algo?
- ¿Al mismo sitio?
- O a otro, donde quieras.
- ¿Te apetece bailar un poco?
- ¿Con estas pintas?
- ¡Qué más da!
Estábamos en un pub del centro, bailando, reguetón lento, con las respiraciones aceleradas, calentándonos el uno al otro, porque era justo eso lo que hacíamos, aunque fingiésemos que no, que sólo estábamos bailando, aquello era mucho más.Me encantaba aquella sensación, al sentir su mano sobre mi cintura, su respiración agitada sobre mi rostro, mientras pegaba su pelvis a mi muslo izquierdo y se movía al ritmo de la canción.Me volteé, moviendo las caderas con ritmo y pegué mi trasero a su pelvis, sin dejar de moverme, mientras él mantenía sus manos en mi cintura, acercando su lado del rostro al mío, rozándolo, despacio.Nuestras respiraciones aceleradas se unían, haciéndose uno, sin dejar de bailar como si estuviésemos destinados a hacerlo. Parecía que nuestros cuerpos se reconocían de alg
Os mentiría si os dijera que me llamó el sábado, porque no lo hizo, y no volvió a hablarme en lo que quedaba de la semana.¿Había pasado algo? ¿Lo había estropeado de alguna forma? Porque era toda una experta en eso, siempre que las cosas iban bien, lo estropeaba.Aquella tarde, justo después de salir de trabajar, me tumbé un rato, en la cama, necesitaba descansar, estaba agotada, pues no había pegado ojo pensando en todas las posibilidades por las que él dejó de hablarme. Me sentía realmente mal, así que decidí hablarle yo aquella vez, interesarme por él, porque igual le había pasado algo y yo ni siquiera lo sabía.Yo:Hola.Esperé un rato a que me contestara, pero no lo hizo, y no es que no estuviese conectado o no hub
Atención, escena para mayores de 18, llena de contenido sexual.Ambos nos montamos en el auto, sin decir ni media palabra, y él puso rumbo hacia lo desconocido, según pude apreciar a medida que avanzábamos nos dirigíamos a la casa de su madre, en Sevilla.¡Dios! Aquello era una locura, ir a Sevilla, a su casa, sólo por un estúpido calentón. No podía dejar de pensar en el terrible error que estábamos a punto de cometer, mientras el conducía, totalmente en silencio.Alargó la mano, apoyándola sobre mi pierna izquierda, sin tan siquiera mirarme, provocando que ladease la cabeza para prestarle atención.Subió esta un poco más, introduciéndola entre mis piernas, haciéndome estremecer y emitir un leve gemido. Sus dedos llegaron hasta mi intimidad, acariciándome por encima de las bragas.- Joder – s
Lo hicimos dos veces más después de esa, sin detenernos, hasta que él cayó dormido, a mi lado, y yo me levanté a comer algo, pues estaba muerta de hambre.Me puse el vestido y me preparé un sándwich de atún, para luego tomármelo en el salón, admirando la pila de fotos que había sobre el mueble del salón.Había muchas fotos allí: una de él con su hermana pequeña, ya de mayores. Otra de él con su madre, agarrándola de los hombros, mientras sonreía feliz hacia la cámara. Otra vestido de militar. Y una que llamó mi atención completamente, él sonriendo hacia la cámara, agarrando a una chica morena y bajita, parecía muy poca cosa mirándola desde ese punto.Casi me había terminado el sándwich cuando el llegó hasta mí
Me dejó sobre el suelo de la ducha, para luego apagar el grifo de la ducha, mientras yo me salía de esta y me secaba con una toalla, sin mirar hacia atrás, caminando hacia su habitación, con la intención de vestirme y marcharme de allí. Él llegó justo detrás de mí, se secó un poco y se vistió, sin tan siquiera dirigirme la palabra. Era de lo más incómodo estar allí. Me sentía como una intrusa, como una cualquiera. Parecía que había tenido razón desde el principio, él sólo quería sexo. - Es tarde – dijo, cuando terminó de vestirse, mientras yo me cogía una coleta, mirando hacia el espejo de su pared – duerme conmigo y te llevo mañana temprano al trabajo. - No – le dije, dándome la vuelta para mirarle – yo me voy ya, tengo que ir a casa a vestirme antes de ir a trabajar. - Descansa un poco – insistió – te llevaré a tu casa y luego al trabajo – aseguró, mientras yo volvía a negar, pues lo cierto es que tenía miedo de volver
Las cosas no fueron bien en lo absoluto después de ese día. Carlos me llamaba casi a diario, y yo no dejaba de darle largas todo el tiempo, incluso cuando llegaba a casa él estaba allí con mi hermano y me hacía sentir aún más incómoda. Tan sólo quería desaparecer, olvidar lo que había pasado entre nosotros, alejar aquella incómoda sensación de mi interior. Aquella noche, justo después de salir de trabajar él estaba en la puerta, esperándome con su auto, así que obviamente no podía volver a esquivarlo. En aquel momento, mientras me subía a su auto, al mismo instante en que él hablaba por el móvil, yo odiaba a mi hermano, pues sabía que él era el único que habría podido comunicarle a Carlos tal información, sobre mi horario. - No lo sé, Sonia – le escuché decir, cabreado, haciendo que girase la cabeza para mirarle. Pero ... ¿cómo se atrevía a venir a recogerme y hablar con su novia al mismo tiempo? – pero no quiero dejar a
Él se marchó al día siguiente, sin tan siquiera darme una explicación o mandarme un mensaje. Me pareció justo, pues era justo eso lo que había entre nosotros: NADA. Y era eso lo que era para él: NADA. Así que, llegados a ese punto, hice lo único que podía hacer: olvidar, pasar página, centrarme en mi trabajo y olvidarme de vivir. Y eso fue exactamente lo que hice. Incluso me apunté al gimnasio del hotel en el que trabajaba, con la esperanza de mantener mis sentimientos y pensamientos a raya, porque sabía que estar en casa sin hacer nada, era malo para mí. Y entonces, le vi. Quizás no me di cuenta en ese entonces de en lo que se convertiría mi vida, pero en ese entonces, lo que vi de él me gustó. Era un chico alto, más o menos de mí misma estatura, delgado pero no demasiado, tenía el cabello largo, y alguno de sus flequillos descansando sobre su cara, pero no porque estuviese cortado de esa forma, tan sólo eran cabellos su
No nos detuvimos hasta que llegamos a la puerta del hotel, momento en el que ambos nos miramos y nos sonreímos, como dos idiotas, como si hubiese una cierta relación de complicidad entre ambos.Terminamos yendo a caminar, por el hermoso carril bici que había en los pinos, rodeando el pueblo y el hotel.Hablamos de muchas cosas, sintiendo esa especie de conexión que había entre ambos, como si nos conociésemos de toda la vida, confiando información sobre el otro como si hablásemos con un amigo íntimo.Brad Finnigang era su nombre, era de Barcelona, aunque se marchó cuando era pequeñito a Austria, con sus padres, y era dueño de una importante cadena hotelera del país, incluso se había expandido a Alemania, donde vivía actualmente junto a sus dos mastines: Perla y Haya.Estaba en el pueblo por negocios, estaba inspeccionando la zona y teniend