XLVII. El secreto de la cabaña
El rostro de Dominieck podía notarse como se volvía cada vez más sombrío a medida que seguía contemplando tal hombre a aquella imagen que ante mi desconcierto parecía infundir en su persona una gran tristeza.

Aquel se había quedado tan quieto para aquel momento que de no ver como su cuerpo vibraba por la emoción que aquel se encontraba conteniendo, que fácilmente de no conocerle le hubiera confundido a sinceridad con cual estatua viviente.

— ¿Dominieck, sucede algo? — cuestione mientras yo aun me mantenía en la entrada mirando a aquel, y en vista de no recibir respuesta alguna de su parte grite en espera de obtener probablemente a alguna procedente del interior que diera respuesta a mis preguntas.

— Abuelo, abuela, ya estoy en casa — repliqué con un evidente entusiasmo pensando que podía ser que aquellos se encontraran quizás allí escondidos de mi vista, pero nada se escuchaba, ante ello cuestioné, volví a gritar por nueva vez, pero todo seguía exactamente igual.

Por alguna
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