LXXIX. Un invitado inesperado

Ver como Dominieck me abrazaba hizo que su sangre hirviese, sus ojos se tornaron rojos y se podía notar cómo rechinaba los dientes del enojo.

Kira gritó mientras miraba hacía todos lados algo enloquecida — no, no... tú tienes que ser mío, solo mío, tú tienes que rendirte a mis pies no a los de ella.

Por primera vez me atreví a tomar la palabra y dirigirla contra ella, no era algo que yo quería hacer, pero si realmente me encontraba allí era sin dudas para ofrecerle apoyo a Dominieck, así que no era justo que simplemente me quedase callada.

— Lastima que no eres tú la que eliges o te tengo que recordar lo rigurosas que son las leyes de los lobos.

— Tu no harás nada inmunda, tú no eres nada ni nadie aquí como para dirigirme la palabra, yo soy la que elijo y para complacerme en lo que quiero, cuando lo quiero tengo al mejor de todos de mi parte, mi padre sin duda acabaría con ustedes en un abrir y cerrar de ojos.

Ante sus palabras yo me reí, sabía que sin importar lo que ella dijes
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