XLIX. El dolor de la aceptación
(Dominieck)

Un golpe tras otro Lyall y yo nos inferíamos, nuestra contienda era un total caos y fue tanto el estrepito de aquella que no solo nos bastó revolcarnos sobre el césped pues antes de que pudiéramos analizar ambos la situación terminamos justo en el agua, totalmente mojados y aun estando aquel elemento de por medio nosotros no parábamos.

Cada golpe que yo propinaba lo hacía enserio e indudablemente infringía daño contra aquel, pero a Lyall no le importaba.

Yo lo hacía con rabia por lo que yo llevaba acumulando muy dentro de mí, tanto pensamientos, sentimientos, deseos e ideas que en su momento hubiera querido compartir con mis padres cosa que por la situación presente nunca podré hacer, por tanto, aquello me atormentaba, no me dejaba pensar con claridad y ante la provocación de aquel caí como si nada.

Pero por alguna razón al ver el rostro de aquel hombre yo sentía que para Lyall era más que nada todo aquello objeto de diversión aun a pesar de encontrarse con el lab
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