37. Junto a la miseria

El sonido aturdió tanto, y lo único que se escuchaba era ese pitido roto en los oídos. Apenas pudo moverse, y aunque lo hiciera, miles de huesos se despedazaban con cada movimiento. Trozos de vidrios adheridos a su rostro, a su cuerpo, incluso, uno levemente incrustado en su estómago. No había nombre para el dolor. Y el sonido pitando en el oído seguía interminable.

Apenas pudo abrir los ojos, y en su asiento, su mirada de borrosa visión observó el vidrio del parabrisas completamente roto. No sabía nada de lo qué ocurría a su alrededor. El dolor la consumía, y al llevarse los dedos al oído, éste sangraba.

Elena no supo qué ocurría. El mareo, el dolor, y la posibilidad de morir era lo único qué pasaba por su mente.

Su cuerpo seguía atada al cinturón de seguridad. Paulatinamente podía moverse. Sin respirar bien, los pulmones se comprimían al no recibir aire. Estaba ahogándose.

Sin embargo, el recuerdo logró moverla.

Ella no estaba sola.

Intentó, a duras penas, girar el rostro. Su mirada
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