Luciana metió la bandeja al horno y lo programó para apagarse en quince minutos. Se dio la vuelta y soltó un suspiro. No sabía que más hacer para mantenerse distraída.Habían pasado tres días desde que había llamado al abogado de Rodolfo y todavía no había recibido noticias de él. Giovanni y su equipo habían pasado sus días en la casa, desde muy temprano hasta muy entrada la noche, por lo general tomando turnos.Ellos habían intervenido su celular para monitorizar cualquier llamada entrante desde cualquier lugar, pero preferían que alguien estuviera allí cuando eso sucediera porque no tenían idea de cómo iba a resultar. —¿Estás haciendo más de esas galletas?Luciana miró a Giovanni y sonrió. Él estaba apoyado en el umbral de la puerta con los brazos cruzados.—Sí, a tu equipo pareció gustarle y creí que sería una manera de agradecerles por todo lo que están haciendo.Él ya no le resultaba tan intimidante como al principio. La primera vez que lo había visto, se había sentido tentada
Ignazio escuchó en silencio mientras Nerea relataba la conversación entre Luciana y Rodolfo. Sus padres habían llegado poco después que él y estaban sentados en el otro sofá. Luciana estaba sentada a su lado en una posición rígida. Por lo que estaba escuchando lo había hecho más que bien, pero no debía de haber sido nada fácil para él. —…Él pidió te llevara con ella a cambio de aceptarla de regreso —terminó Nerea. Eso, por supuesto, le sorprendió. Jamás habría esperado que el cobarde de Rodolfo quisiera enfrentarlo, la única razón por la que debía sentirse seguro era debido a que tenía hombres resguardándolo. «Como si eso fuera a salvar su miserable trasero» —Yo te metí en esto —musitó Luciana. Él pasó un brazo por sus hombros ya acercó a él. Poco le importaba si el resto sospechaba de su relación, era más importante para él calmarla. —¿Crees que te habría dejado ir sola con él? —No es seguro para ti… —Te equivocas, no es seguro para Rodolfo. —En cuanto pusiera sus manos en él
Ignazio debió anticipar que su primo pasaría por alto sus amenazas. Su juicio estaba dañado, al igual que su instinto de supervivencia.Horatio dio un paso al costado y luego otro hacia adelante. Otra vez estaba al alcance de Luciana. Antes de que pudiera hacer algo para evitarlo, él le dio la mano y ella la tomó.—Soy Horatio —dijo él y se inclinó a darle un beso en la mejilla—, el primo favorito de Ignazio.Se sentía muy tentado a tomarlo de la parte de atrás del cuello de su camiseta y arrastrarlo fuera de la casa.—Luciana —se presentó ella.—Un hermoso nombre, para una mujer más hermosa. ¿Estarías interesada en…—Horatio —gruñó incapaz de poder contenerse.—En salir conmigo en una…Apretó las manos a los costados, listo para darle un golpe. Él se lo estaba buscando. Lo único que lo detenía era que no estaban solos y ya estaba llamando demasiado la atención.—Giovanni Morelli, un gusto conocerte —dijo su otro primo empujando al idiota de Horatio a un lado.—Demonios, hombre, aún n
«¿Aun así quieres estar con ella?»La pregunta de Matteo no dejaba de repetirse en su cabeza. No podía juzgarlo por querer que su hijo reconsidere su relación. Después de todo, desde que la conocían, solo había ocasionado problemas y parecía una historia de nunca acabar. Si la vida de Ignazio estaba en riesgo era debido a ella. Él jamás habría estado en el radar de Rodolfo, sino la hubiera ayudado.No, en definitiva, no podía juzgar a Matteo.Le gustaría ofrecerse a salir de sus vidas, pero no era tan altruista. Había tantas cosas de las que se arrepentía, pero dejar entrar en su vida a Ignazio no era una de ellas. Conocerlo era lo mejor que le había pasado y no estaba dispuesta a renunciar a él.Era ese mismo pensamiento que la había llevado hasta el despacho de Matteo. Estaba cansada de que su relación con Ignazio fuera un secreto. Él no iba a decir nada a menos que ella estuviera de acuerdo.Entonces había escuchado a Matteo y su maldita inseguridad había hecho de las suyas. Había
Ignazio miró de reojo a Luciana. Ella rebotaba una de sus piernas y tenía el labio inferior atrapado entre sus dientes. Aún estaban a tiempo para echarse para atrás, pero sabía que ella no iba a hacerlo, incluso cuando era obvio que estaba nerviosa. —¿Qué te parece si salimos en una cita este fin de semana? —preguntó tratando de distraerla. —¿Una cita? —Sí, ya sabes, es cuando dos personas van a un lugar juntos y… —Sé lo que es una cita. —Me estaba asegurando. ¿Así que… —No lo sé, tendría que ver mi agenda. Por fin podré ir a donde yo quiera y tengo una lista enorme de lugares por visitar. —Seguro que puedes hacer un espacio para tu novio. —Depende. ¿A dónde iremos? —Es una sorpresa, pero prometo que te gustara. —Está bien, has despertado mi curiosidad. Espero que valga la pena porque cancelaré mis planes con tu hermana. Isabella tenía algo en mente. —No me sorprende, ya está tratando de robarte. Esta vez no la dejaré salirse con la suya. Luciana se rio. —¿Qué debería usa
Pietro frunció el ceño.—¿Dónde demonios se metieron? —preguntó Horatio desde el asiento de atrás.Unos cien metros más adelante, la autopista se dividía en dos direcciones y no había rastro de la camioneta en la que se habían llevado a Ignazio y Luciana. Habían tenido que bajar la velocidad unos kilómetros atrás para que no los notaran.Evaluó el lugar intentar encontrar algo, pero sin huellas era difícil saberlo. Un rastreador habría ayudado mucho, pero era un riesgo que no podían correr. Nerea estaba segura que Rodolfo tenía sistemas sofisticados y si él encontraba el rastreador, no solo no iban a encontrarlo nunca, sino que también arriesgarían la vida de Ignazio y Luciana. Se detuvo a un lado de la carretera, los otros dos vehículos lo alcanzaron pronto y se detuvieron detrás de él.Apretó el audífono en su oído. —¿Alguna idea? —preguntó.—Tengo algo —dijo Nerea a través del audífono—. Según los registros. La pista de la derecha lleva hasta un poblado y la de la izquierda acaba
Luciana se las arregló para no moverse cuando Rodolfo le acarició el rostro con el dorso de la mano. —Entiendo por qué te fijaste en ella —dijo él—. Es hermosa, fue lo primero que noté cuando la vi en aquel restaurante hace tantos años. —Rodolfo deslizó su mano hasta llegar a su nuca y la sujetó con fuerza. —Me haces daño —se quejó en un susurro cuando en realidad quería gritarle que la soltara. Él ya no le daba miedo. Al fin podía verlo como lo que era, un cobarde al que le gustaba abusar de los más débiles mientras se escondía detrás de muros y hombres armados. Solo, no era nadie. Rodolfo la obligó a inclinar la cabeza hacia atrás. —¿Dejaste que él tocara lo que es mío? —Rodolfo, por favor, me duele. —¡Responde mi m*****a pregunta! —No, no lo hice. —Intentó que cada palabra sonara convincente, si fallaba ambos estarían muertos antes de que pudieran rescatarlos. Él la miró a los ojos y lo que vio allí debió convencerlo porque sonrió otra vez. —Buena chica —dijo palmeándole
Ignazio contuvo el gemido de dolor que quería escapar a través de sus labios. No había considerado lo doloroso que sería estrellarse de lleno con el frío y duro piso de mármol —había recibido un buen golpe en la cabeza. Sin embargo, no es como si hubiera tenido muchas opciones. Entre un poco de dolor y la muerte, no era muy difícil la elección. El sonido de otro disparo se escuchó en la habitación y él esperó sentir el dolor consumiéndolo. Eso nunca sucedió. Levantó un poco la cabeza para ver de dónde había venido el sonido. Durante una milésima de segundo temió lo peor, pero luego una sonrisa se extendió por su rostro. Luciana estaba unos metros más allá con el arma aun en manos y la mirada en Rodolfo, este último se sujetaba el vientre. Habría preferido que ella no se ensuciara las manos con aquel bastardo. Un ruido detrás de él llamó su atención. El hombre de Rodolfo se había olvidado de Ignazio, ahora toda su atención estaba en Luciana. Tenía el arma en alto listo para dis