Ignazio debió anticipar que su primo pasaría por alto sus amenazas. Su juicio estaba dañado, al igual que su instinto de supervivencia.Horatio dio un paso al costado y luego otro hacia adelante. Otra vez estaba al alcance de Luciana. Antes de que pudiera hacer algo para evitarlo, él le dio la mano y ella la tomó.—Soy Horatio —dijo él y se inclinó a darle un beso en la mejilla—, el primo favorito de Ignazio.Se sentía muy tentado a tomarlo de la parte de atrás del cuello de su camiseta y arrastrarlo fuera de la casa.—Luciana —se presentó ella.—Un hermoso nombre, para una mujer más hermosa. ¿Estarías interesada en…—Horatio —gruñó incapaz de poder contenerse.—En salir conmigo en una…Apretó las manos a los costados, listo para darle un golpe. Él se lo estaba buscando. Lo único que lo detenía era que no estaban solos y ya estaba llamando demasiado la atención.—Giovanni Morelli, un gusto conocerte —dijo su otro primo empujando al idiota de Horatio a un lado.—Demonios, hombre, aún n
«¿Aun así quieres estar con ella?»La pregunta de Matteo no dejaba de repetirse en su cabeza. No podía juzgarlo por querer que su hijo reconsidere su relación. Después de todo, desde que la conocían, solo había ocasionado problemas y parecía una historia de nunca acabar. Si la vida de Ignazio estaba en riesgo era debido a ella. Él jamás habría estado en el radar de Rodolfo, sino la hubiera ayudado.No, en definitiva, no podía juzgar a Matteo.Le gustaría ofrecerse a salir de sus vidas, pero no era tan altruista. Había tantas cosas de las que se arrepentía, pero dejar entrar en su vida a Ignazio no era una de ellas. Conocerlo era lo mejor que le había pasado y no estaba dispuesta a renunciar a él.Era ese mismo pensamiento que la había llevado hasta el despacho de Matteo. Estaba cansada de que su relación con Ignazio fuera un secreto. Él no iba a decir nada a menos que ella estuviera de acuerdo.Entonces había escuchado a Matteo y su maldita inseguridad había hecho de las suyas. Había
Ignazio miró de reojo a Luciana. Ella rebotaba una de sus piernas y tenía el labio inferior atrapado entre sus dientes. Aún estaban a tiempo para echarse para atrás, pero sabía que ella no iba a hacerlo, incluso cuando era obvio que estaba nerviosa. —¿Qué te parece si salimos en una cita este fin de semana? —preguntó tratando de distraerla. —¿Una cita? —Sí, ya sabes, es cuando dos personas van a un lugar juntos y… —Sé lo que es una cita. —Me estaba asegurando. ¿Así que… —No lo sé, tendría que ver mi agenda. Por fin podré ir a donde yo quiera y tengo una lista enorme de lugares por visitar. —Seguro que puedes hacer un espacio para tu novio. —Depende. ¿A dónde iremos? —Es una sorpresa, pero prometo que te gustara. —Está bien, has despertado mi curiosidad. Espero que valga la pena porque cancelaré mis planes con tu hermana. Isabella tenía algo en mente. —No me sorprende, ya está tratando de robarte. Esta vez no la dejaré salirse con la suya. Luciana se rio. —¿Qué debería usa
Pietro frunció el ceño.—¿Dónde demonios se metieron? —preguntó Horatio desde el asiento de atrás.Unos cien metros más adelante, la autopista se dividía en dos direcciones y no había rastro de la camioneta en la que se habían llevado a Ignazio y Luciana. Habían tenido que bajar la velocidad unos kilómetros atrás para que no los notaran.Evaluó el lugar intentar encontrar algo, pero sin huellas era difícil saberlo. Un rastreador habría ayudado mucho, pero era un riesgo que no podían correr. Nerea estaba segura que Rodolfo tenía sistemas sofisticados y si él encontraba el rastreador, no solo no iban a encontrarlo nunca, sino que también arriesgarían la vida de Ignazio y Luciana. Se detuvo a un lado de la carretera, los otros dos vehículos lo alcanzaron pronto y se detuvieron detrás de él.Apretó el audífono en su oído. —¿Alguna idea? —preguntó.—Tengo algo —dijo Nerea a través del audífono—. Según los registros. La pista de la derecha lleva hasta un poblado y la de la izquierda acaba
Luciana se las arregló para no moverse cuando Rodolfo le acarició el rostro con el dorso de la mano. —Entiendo por qué te fijaste en ella —dijo él—. Es hermosa, fue lo primero que noté cuando la vi en aquel restaurante hace tantos años. —Rodolfo deslizó su mano hasta llegar a su nuca y la sujetó con fuerza. —Me haces daño —se quejó en un susurro cuando en realidad quería gritarle que la soltara. Él ya no le daba miedo. Al fin podía verlo como lo que era, un cobarde al que le gustaba abusar de los más débiles mientras se escondía detrás de muros y hombres armados. Solo, no era nadie. Rodolfo la obligó a inclinar la cabeza hacia atrás. —¿Dejaste que él tocara lo que es mío? —Rodolfo, por favor, me duele. —¡Responde mi m*****a pregunta! —No, no lo hice. —Intentó que cada palabra sonara convincente, si fallaba ambos estarían muertos antes de que pudieran rescatarlos. Él la miró a los ojos y lo que vio allí debió convencerlo porque sonrió otra vez. —Buena chica —dijo palmeándole
Ignazio contuvo el gemido de dolor que quería escapar a través de sus labios. No había considerado lo doloroso que sería estrellarse de lleno con el frío y duro piso de mármol —había recibido un buen golpe en la cabeza. Sin embargo, no es como si hubiera tenido muchas opciones. Entre un poco de dolor y la muerte, no era muy difícil la elección. El sonido de otro disparo se escuchó en la habitación y él esperó sentir el dolor consumiéndolo. Eso nunca sucedió. Levantó un poco la cabeza para ver de dónde había venido el sonido. Durante una milésima de segundo temió lo peor, pero luego una sonrisa se extendió por su rostro. Luciana estaba unos metros más allá con el arma aun en manos y la mirada en Rodolfo, este último se sujetaba el vientre. Habría preferido que ella no se ensuciara las manos con aquel bastardo. Un ruido detrás de él llamó su atención. El hombre de Rodolfo se había olvidado de Ignazio, ahora toda su atención estaba en Luciana. Tenía el arma en alto listo para dis
Luciana miró a las personas que caminaban por las calles mientras el carro avanzaba. Sonrió sintiendo la ligereza en su interior. Se sentía bien… No, se sentía excelente.El miedo ya no la despertaba por las noches. Habían pasado algunos días desde que la policía había atrapado a Rodolfo —o al menos esa era la noticia oficial— y él estaba en la cárcel, sin posibilidad de salir bajo fianza, hasta el día del juicio. Él ya no estaba allí afuera tratando de encontrarla y hacerle daño. Luciana no tenía que vivir mirando sobre su hombro por el resto de su vida.Y pronto, cuando obtuviera su divorcio, sería por completo libre. Giacomo le había explicado que con todos los cargos de Rodolfo tenía en su contra, el juez firmaría el divorcio, sin importar si él estaba de acuerdo o no.—¿Todavía no piensas decirme a dónde vamos? —preguntó girando la cabeza.—Lo descubrirás dentro de pronto. —Ignazio le dio una sonrisa antes de regresar su atención a la pista.Él había estado toda la tarde fuera, h
Ignazio se deleitó con la vista de Luciana sobre su cama. Era la imagen de la belleza y seducción. Sus cabellos estaban esparcidos debajo de ella y sus labios hinchados. Tenía el vestido amontonado por encima de la rodilla y, aunque le encantaba como le quedaba, no podía esperar a quitárselo.Se inclinó y rozó sus labios antes de llevarlos hacia su mentón. —Te deseo —musitó y la besó.Ella entreabrió la boca y él aprovechó para introducir su lengua. Sentía un hambre desenfrenado y nunca iba a saciarse por completo, pero podía intentar hacerlo, una y otra vez.Tomó el vestido por el dobladillo inferior y lo llevó arrastró arriba por el cuerpo de Luciana. Ella se contoneó para ayudarle a quitárselo.Un sonido torturado salió de su garganta al ver lo que Luciana estaba usando. Era un conjunto de lencería de color negro que apenas la cubría.—No puedo creer que estabas usando esto debajo del vestido mientras cenábamos —musitó. Si hubiera averiguado antes lo que ella estaba usando, no ha