Capítulo 85.

Subestimar no era una idea cuando se trataba de hombres preparados para acabar con vidas, no ver como otros acababan con la suya.

Entonces, con un último esfuerzo, Kael giró su cuerpo. Sus piernas envolvieron la cintura del asesino, y ambos cayeron al suelo con un estruendo sordo. Kael mantuvo su agarre, apretando la garganta del Monegasco con todas sus fuerzas. El mundo se redujo a esa lucha desesperada, a la respiración entrecortada y al pulso de la sangre en sus oídos.

Helena apartó la mirada. ¿Quién saldría victorioso? La sala de interrogatorios se convirtió en un abismo oscuro donde la moralidad y la supervivencia se enfrentaban en una batalla sin cuartel.

Y entonces, con un último estertor, Eleazar dejó de luchar. Kael soltó su cuello, jadeando y poniéndose de pie con varias fracturas en todo el cuerpo. Escupió la sangre de su boca. Y gruñó de dolor. La victoria era suya, pero a un costo alto. El asesino yacía inmóvil en el suelo, recuperándose.

La sala quedó en silencio. Kael
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