03

"Un «Sí» Forzado" 

Dos semanas después. 

—Estás perfecto, ¡Ya es hora! —recordó su amigo palmeando su hombro. 

Le dedicó una mirada asesina a través del espejo de cuerpo completo. 

—Dylan, no es el día más especial de mi vida. 

—Lo es para el mundo, los medios, inclusive los allegados de tu familia. Así que sonríe, se avecina una lluvia de flashes, atención y aplausos —recordó y volvió a dedicarle una mala mirada. 

Por otra parte, Mirella debía actuar con dureza, pero ver el reflejo triste de la joven, la inclinaba a ser amable. 

—Sonríe, por favor. La novia debe estar radiante, llena de felicidad por este día. 

—No estoy feliz —emitió —. ¿Es lógico estarlo cuando fui obligada? Tampoco soy una actriz. 

—Raid no es comprensivo como yo, hazlo, no busques un castigo, Juliette. 

«Su marido es un maldito infeliz, al igual que su hijo». 

Expiró. 

—¡La novia debe presentarse! —exclamó alguien. 

En un salón magníficamente decorado, con candelabros de cristal que iluminaban la estancia bajo la atmósfera palaciega, ella caminaba lentamente hacia el altar. Ya le dolía los músculos de la cara, mientras la suave melodía de un cuarteto de cuerda creaba una atmósfera solemne y elegante. 

Él, con traje y corbata, la admiró a la distancia. ¿Cómo podría verse tan inalcanzable la insignificante compra de su padre? Su vestido blanco, adornado con encajes y pedrería, resaltaba su belleza, otorgando una imagen perfecta de Juliette. 

—¿Por qué tienes que verte tan malditamente hermosa? —gruñó para sí. 

La joven sufría siendo el centro de atención, cada paso que daba hacia adelante era como un eco ensordecedor en su mente, recordándole que aquel matrimonio no era por amor, sino por obligación.

Los invitados, vestidos con sus mejores galas, la observaban con expectación y curiosidad. Sus miradas fijas en ella, como si fuera el centro de atención de un gran espectáculo. Pero detrás de su sonrisa forzada y los gestos delicados, se ocultaba una mezcla de nerviosismo y miedo.

A medida que se acercaba al altar, su corazón latía cada vez más rápido, sintiendo el peso del terror colarse en su cuerpo. 

El hombre que la esperaba al final, no era aquel que había robado su corazón ni con quien había soñado compartir su vida. Era un extraño para ella, alguien a quien apenas conocía. Pero estaba obligada a unirse a él en matrimonio, y eso desataba su ira interna. 

Mientras se acercaba al altar, sus manos temblaban ligeramente y sentía un nudo en la garganta. Sus ojos buscaban desesperadamente una salida, un rayo de esperanza en medio de la opulencia y la solemnidad. Pero solo encontraba miradas expectantes y el ruido sordo de sus propios pensamientos.

Mientras que Karim, era ajeno a sus temores. 

Los votos matrimoniales se pronunciaban, mientras ella luchaba por contener las lágrimas y mantener la compostura.

—...Nos espera una vida enlazados, prometo hacerte la mujer más feliz del mundo, serte fiel y leal hasta mi último respiro. Yo, Karim Ghazaleh, te tomo a ti, Juliette Rossi, como mi esposa, para amarte y respetarte, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida. 

¡Qué palabras más mentirosas y desoladoras! 

Cuando deslizó la sortija en su dedo, sintió una corriente abrasadora, pero no le dio ni la mínima importancia. 

Sabía que era su turno. 

—Prometo amarte en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la alegría y en la tristeza, todos los días de mi vida... Karim Ghazaleh, sí, acepto ser tu esposa—pronunció su nombre con nerviosismo, solo él lo notó. 

Cuando sus labios se juntaron, ella sintió algo extraño en su interior, una sensación que la confundió. 

Al rato, se estaba festejando. La música animada llenaba el ambiente mientras los invitados reían, bailaban y disfrutaban de la celebración. Sin embargo, en medio de toda esa alegría, Julieete se sentía atrapada en un mundo que no deseaba, anhelando secretamente que todo terminara pronto. 

Pero aún más acorralada estaba de solo pensar en la noche de bodas. 

Miró a Karim, él no dejaba de beber a raudales, a esas alturas, acabaría ebrio. 

***

El árabe no podía ni con su alma. Trastabillos daba sin parar, pero nunca cayó. Juliette deseó que se fuera de bruces y se quedara inconsciente, pero no ocurrió. 

—Ven aquí, te haré mía —dictaminó acorralando a la pobre chica contra la pared.

—Apestas a alcohol —soltó empujándolo por el pecho, puso resistencia. 

Pero él le arrebató el vestido y la besó con locura. Ella apenas podía seguir oxigenando sus pulmones. 

En un giro inesperado, las barreras de poder y su forma de ser un roble posesivo, se desvanecieron, dejando al descubierto un lado débil que había mantenido oculto de la joven, ese que lo aislaba de la vulnerabilidad. 

—¿Debería ser como él? M*****a sea, no quiero ser como mi padre... —confesó, casi para sí mismo.

Ella estaba paralizada, semidesnuda y con el corazón en un puño. 

Sus manos temblorosas y su voz entrecortada revelaban un miedo profundo y una inseguridad que nunca se habían permitido ver. Las lágrimas brotaban de sus ojos mientras recordaba los crímenes de su padre, todo el infierno que le hacía pasar a su madre, no quería ser su viva imagen. 

—Karim... —lo llamó asustada por el cambio brusco, sus ojos seguían brillando, pero divisó algo diferente, terror. 

Sus delgadas manos acunaron su rostro, un poco vacilante, pero finalmente lo estaba consiguiendo. 

—¿Qué estás haciendo? —a diferencia de su habitual voz cargada de orden, se volvió cálido, quizá solo era parte los efectos del alcohol, como no estaba con la cabeza fría, entonces no era un tirano —. Te hice una pregunta. 

Juliette, ágil repasó su barbilla y sonrió un poco. No hacían faltas las palabras, la virgen supo que aquel hombre estaba dañado, que podría resultar un aliciente para él, esperanzada pensó en volverse el remedio para la crueldad que solía emanar. 

Se puso de puntillas y rozó sus labios. Estaba dispuesta a ser la medicina que necesitaba. 

Tal vez no era demasiado tarde. 

—Hazme tuya, Karim Ghazaleh —solicitó antes de tomar la iniciativa y dejarse llevar, raptada por la fogosidad que desprendía su "dueño", su esposo.

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