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Jeremith pensaba que Rous solo quería desobedecerlo, entonces iba molesto y dispuesto a obligarla a bajar; de pronto recordó el ritual en el templo de la montaña, se quedó un momento frente a la puerta pensado en ello. Luego entró, cuando vio  Rous con una voz dócil le dijo:

—Vamos abajo a desayunar.

—No iré.

—Eres mi esposa, ese es tu deber.

—No tengo hambre. —Jeremith notó que ella estaba cabizbaja. Se acercó y la agarró del mentón.

—¿Qué tienes? ¿Por qué estas así?

—¿Así cómo?

—Tienes tu mirada muy triste.

—No estoy triste, solo estoy harta de todo... especialmente de ti.

—Hasta cuando seguirás guardándome rencor, soy tu esposo, el padre de tu hija; ¿por qué no pones de tu parte para arreglar las

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