Katerine se puso nerviosa, pero no aflojó su expresión al bloquearle el camino a Ean.
—No puede verte, escóndete.
—No —fue lo que él le respondió.
Tenía las fosas nasales expandidas, estaba oliendo al hombre que se hallaba en la puerta.
—Él no representa ningún peligro —susurró con calma—. Es mi amigo.
La puerta volvió a ser tocada, Cole ya la había escuchado y estaba insistiendo en entrar. Ella nunca tardaba tanto en abrirle.
Ean miró a Katerine con inseguridad.
—Estaré bien —aseguró ella—. Tienes que irte, vuelve luego, recuerda que no pueden verte.
Él asintió cuando ella no cedió ni un solo paso.
—Quedarme cerca —murmuró, con voz grave—. Yo cuidarte.
Katerine lo guió hasta la ventana y gritó hacia la puerta que esperara un segundo. Silenciosamente y sin perder la fuerza en su mirada lo sacó de su casa, esperó hasta que lo vio esconderse en los árboles para poder estremecerse.
Si ella no
“¡Oh! No, a nadie amo: a nadie amaré. El altar que tú habitas no será profanado por otro ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo”. El extracto pertenece al libro: Las más hermosas cartas de amor entre Simón Bolívar y Manuela Sáenz.
Cualquier rastro dolor perteneciente al pasado desapareció de su alma durante los días que estuvo junto a Ean. Ese ardiente enojo y la quebradiza inseguridad no eran nada, eran minúsculos en comparación con lo que Katerine experimentaba. Descubrió una tarde que se encontró riendo junto a su hombre de hielo que, lo que su alma sostenía con amargura, no tenía importancia, porque ella era feliz.Katerine pensó en lo insignificante que se volvía lo que habían sido sus problemas ante la magnificencia de su mundo. Tan repleto de secretos, imposible y misterios.¿Por qué tenía ella que seguir reteniendo tanto odio hacía su pasado? Ella ya no estaba allí, no existía en esa realidad. Había escapado y abierto las puertas del mundo buscando un respiro. Lo había conseguido. Era tan libre como siempre había deseado ser.Y era feliz.
Su cabello voló llenándose de escarcha invernal mientras corría, no sintió el frío de inmediato, la adrenalina había calentado sus venas. Pero cuando la respiración le falló y tuvo que detenerse para no desmayarse, fue ahí cuando sintió como mordía todo su cuerpo.Y el camino a casa que le esperaba era largo con esa tormenta. Había sido una decisión estúpida el echarse a correr así sin más, pero ya no había marcha atrás, no cuando escuchaba aún los gritos de los Lawcaster venir por ella.Volvió a correr gruñendo, maldiciéndose con todas sus fuerzas. No se detuvo, no cedió, sabía que no lo lograría, que moriría. Ella no tenía miedo por la muerte, siempre había sido una luchadora y pelearía hasta su último aliento.Apenas podía ver por d
Antes de que Dolet se fuera le dijo:—La tribu enviará a varios de los guerreros a Drawgie, porque sabemos que tan serio puede llegar a ser una guerra entre mágicos y aunque quizás pienses que sus consecuencias permanecerán ocultas como ellos, no será así.¿Qué pretendía con todo aquello?Katerine no entendía cómo es que de alguna forma ellos habían puesto todo sobre sus hombros, ella no poseía ningún tipo de magia y no tenía poder alguno sobre Ean. Fría sí. Era a ella a quien debían atacar y presionar. No a Katerine.¿Qué pude hacer yo?, se preguntó llorando en su cama.No soy nadie, no soy nada.Habían logrado lo que querían, habían puesto imágenes horribles de una guerra en su cabeza, pero también había unas hermosas, de criaturas a las qu
Los vigilantes —como los había llamado Dolet— habían creado una especie de muralla contra los violentos golpes de la tormenta.Era como estar en una burbuja, había decidido Katerine. Todo estaba calmo dentro, no les caía la nieve encima ni había viento que los empujara, sin embargo, fuera de esas paredes invisibles, todo era inhóspito. Katerine casi no podía ver por donde se movían, en el bosque, la situación aunque pareció menos cruel, no era mejor.—¿A dónde me están llevando?Estaba cansada de permanecer callada, había cerrado su boca por la impresión que le causaba ver la magia tan descarada de esos gemelos, era tan obvia sus habilidades, incluso sus ojos eran anormales, ¿Cómo no se lo había imaginado?—No tengas miedo, no permitiremos que algo te pase —respondió West Lawcaster, &eacu
Ella se había aferrado a sí misma esperando ser azotada por la furia de Fría, pero algo lo estaba impidiendo. Katerine abrió sus ojos y vio a Ean, parado frente a ella, una burbuja como la que habían hecho los vigilantes los estaban rodeando, pero esa era distinta, como hielo, ahoga el sonido y la brutal nieve que estaba cayendo sin compasión.Katerine jadeó cuando él se giró, sus ojos estaban oscurecidos y su rostro no tenía las expresiones dulces que eran usuales en él. Caminó hacia ella y la puso de pie, Katerine no se movió mientras él la examinaba, cuando terminó, tocó con delicadeza su rostro.Estaba enojado, enfurecido, Katerine podía sentirlo, verlo…Ella nunca lo había visto de esa forma, ni tampoco usando…alguna especie de poder.Ean giró su rostro hacia el frente y la burbuja de hielo que los envolvía
Ean la llevó a la tribu, todos fueron allí para ser curados. Los atendieron a todos en la misma choza, distintos curandero, más de uno tuvo que ser remplazado, no soportaban la presencia del Demonio blanco. Pero él no iba a irse, Katerine lo supo cuando lo miró, en medio de sus gritos, de sus lágrimas, él estuvo allí sosteniéndola y llorando con ella.El ataque de los Frezz había sido brutal, le quedarían cicatrices pero eso no le importaba, estaba viva.Cuando los curanderos y la gran Pretit abandonaron la choza, East se reincorporó conteniendo los siseos de dolor que querían escapar de su boca. Katerine lo miró, estaba pálido, sudoroso y con el torso vendado. Él no la miró a ella, tenía sus ojos puestos en Ean, quien le devolvía la mirada con la misma intensidad.—Puedo darte las palabras para que me entiendas —le hab
Tienen que lograrlo, pensaba Katerine sintiéndose agarrotada y molesta. Los gemelos y Ean se habían ido a Fría en cuanto pudieron moverse para desvincular a Ean de Fría, primero debían llegar lo suficientemente cerca de ella. Katerine había querido acompañarlos, pero todos se lo impidieron, incluido Ean. Él le había lamido el rostro y dicho que debía quedarse para sanar.¿“Quedarse y sanar”? Katerine no podía quedarse quieta un solo segundo más, caminaba por la choza, aguantando el dolor, miraba por las ventanas hacia la montaña, intentaba morderse las uñas y no podía. Cuando quiso salir alguien estaba entrando, su cabello era como la melena de un león. Pero no lo era.Aunque podía ser tan peligroso como uno.Era Reneess Lawcaster, estaba vestida con un grueso abrigo de piel lisa, botas y guantes osc
Las palabras había que escogerlas con cuidado, eran poderosas, mucho más poderosas de lo que cualquiera podría llegar a creer. Unas palabras bien escogidas podían hacer que alguien terminara gobernando un país entero. Con unas palabras bien escogidas se podía entrar en la mente de la gente, hacerlos odiar o amar, hacerlos dudar y hasta creer.Había que tener cuidado con las palabras, Katerine no lo había sabido hasta ese momento, donde le hablaron de un hombre que había manipulado a la mayoría del mundo para tenerlos en la palma de su mano. Ese había sido Zachcarías Losher.Ella no podía dejar de pensar en él, en las palabras con las que se había abierto un camino por el mundo. Pensaba mucho en él, aunque estuviera muerto.Y estando parada frente a la tumba de su madre volvió a pensar en él mientras leía el epitafio en la piedra de